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para lo cual la calidad de la información dada para el consentimiento depende de la capacidad, voluntad e interés que las partes tengan al respecto. No se pondrá aquí en cuestión la buena voluntad de los profesionales, pero sí debe reconocerse que por encima de toda voluntad se yerguen los mecanismos hermenéuticos por los cuales cada participante interpreta el deseo de los demás.

      El artículo comienza con una afirmación contundente: la filosofía de Ricœur es ética, es decir, es una filosofía que se ocupa de la voluntad, la acción, la decisión, y finalmente del sujeto ético, de su identidad moral como sujeto práctico (que se da en la acción), lingüístico y narrativo-simbólico (T. Domingo Moratalla 2007: 289). Para este autor, Ricœur parte de las insuficiencias de la fenomenología para transformarla a la luz de la hermenéutica. Ésta constituye no simplemente una forma de comprender sino una forma de ser, razón por la cual la hermenéutica ricœuriana se continuará y complementará progresivamente en una ética. La hermenéutica de los textos será entonces el molde donde fraguar la ética del cuidado del otro. Dice T. Domingo Moratalla que “la ética de la responsabilidad aúna hermenéutica y reconocimiento, y lo mismo su bioética”. Pero, ¿en qué consiste el ‘molde’ que la hermenéutica ofrece a la ética? (2007: 284).

      Reconociendo que la experiencia humana posee un carácter eminentemente narrativo, porque la vida ofrece una estructura narrativa, la racionalidad que procura comprender el fenómeno humano debe hacerlo a partir de la comprensión de lo que significa ‘narrar’ y ‘narrarse’.

      La vida es compleja, difícil, incierta, ambigua, y pide un método adecuado a estas características. De igual forma, si la ética habla de la vida y quiere orientar la vida de alguna manera tendrá que convertirse en hermenéutica (T. Domingo Moratalla 2007: 286).

      Por lo tanto se trata de darle a la ética una racionalidad hermenéutica. Moratalla también refiere que esta razón es “objetiva y especulativa” aunque no explica en qué sentido Ricœur da cuenta de estas dimensiones. Para explicitar las características de la ética hermenéutica, el filósofo español hace una breve estructura evolutiva de la misma. Dejaremos estos conceptos para repensarlos más concienzudamente en las conclusiones de nuestro trabajo, pero esbozaremos sucintamente aquí su trama argumentativa.

      El punto de inicio es la diferencia convencional que establece Ricœur entre ética y moral. Hablar de ética es hablar de tres aspectos: del “deseo de vida buena” (raíz de cuño aristotélico), y por lo tanto, del “cuidado de sí” que Ricœur asocia al sentimiento de “estima de sí mismo”. Este sentimiento constituye esencialmente dos capacidades: la de tener preferencias y la de tener iniciativas.

      Ambos movimientos se orientan hacia su sedimentación en un tercer aspecto: la creación de “instituciones justas”. Las instituciones son estructuras de convivencia en comunidades históricas que no se reducen a un montón de relaciones interpersonales. Se trata de procesos de distribución orientados hacia ‘terceros’, donde la figura del ‘cada uno’ sugiere no solo el reconocimiento del otro sino la necesidad de un formalismo deontológico que garantice la dignidad de este reconocimiento aun en ausencia del otro (futuras generaciones, enfermos en estado de inconsciencia o terminales, dementes, etc.).

      Hablar de moral, en cambio, representa otros tres aspectos diferentes aunque en paralelo. En primer lugar es “exigencia de universalidad” (simétrica del deseo de vida buena en la ética). Lo que el sí ha institucionalizado con cada uno de los otros, aquí se eleva al objetivo de ampliarlo a toda la humanidad o a la mayor cantidad posible de involucrados.

      En segundo lugar, hablar de moral es hablar de “respeto al otro” (paralelo de la solicitud ética, con raíces de cuño kantiano). El respeto implica sostener la cooperación y benevolencia en el reconocimiento de la persona como fin en sí mismo, aun en el conflicto y la violencia, que siempre crecen en el suelo de la desconfianza y la sospecha.

      Cuando las reglas particulares de la moral logran identificarse con caracteres éticos puede ocurrir que se vuelvan rígidas y se cierren a otras reglas particulares, que podrían identificarse mejor con los caracteres éticos. Cuando la moral no consigue contener la complejidad y riqueza de los dinamismos vitales, suelen plantearse los conflictos morales, ante los cuales se hace imprescindible un tercer momento: el de la sabiduría práctica. Ésta es la instancia del juicio moral de situación, donde las convicciones cooperan a decantar lo que la crítica (ética) orientó en un primer momento. Es un espacio intermedio entre la univocidad de los valores éticos y la arbitrariedad de las reglas morales, o bien una suerte de retorno a la ética. Al respecto, T. Domingo Moratalla comenta:

      Este reenvío de la moral a la ética no es un subestimar la moral de obligación. Procede de los conflictos surgidos por el rigor del formalismo; el peligro, si se eliminaran los principios de la moralidad, sería caer en un situacionismo que pudiera confundirse con la arbitrariedad (T. Domingo Moratalla, 2007: 293).

      Tenemos así el trípode:

      Aquí es donde se sitúa la bioética ricœuriana: en el nivel de la sabiduría práctica que debe mediar entre los principios y las normas deontológicas, entre la felicidad y el sufrimiento. El mismo Ricœur no dejó dudas al especificarlo en SA: “La sabiduría práctica consiste aquí en inventar los comportamientos justos y apropiados a la singularidad de cada caso” (SA, 1996: 294). Y más adelante, amplía que

      Es este vaivén entre descripción de los umbrales y apreciación de los derechos y deberes, en la zona intermedia entre cosa y persona, el que justifica que clasifiquemos la bioética en la zona del juicio prudencial (SA, 1996: 298).

      Este juicio prudencial debe situarse metodológicamente entre la descripción y la narración. De allí la necesidad de considerar los fenómenos de umbral y de estadio, que permiten sostener la tensión del discernimiento complejo, evitando el simplismo dual de persona versus cosa.

      T. Domingo Moratalla señaló con insistencia dos correcciones que Ricœur propuso en su artículo “De la morale à l’éthique et aux éthiques” (recogido en Le juste 2) en relación a la pequeña ética de SA. A saber:

      1- El artículo insiste en una ética de la capacidad humana, fundándola en la relación entre la noción de poder (en tanto hombre capaz u hombre sufriente) y la experiencia moral.

      2- Plantea una priorización del nivel moral

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