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de este ‘puente hacia el futuro’.

      Pero de la corta existencia de la bioética como espacio interdisciplinario, también se desprende que en este puente son posibles diversas perspectivas tanto legales como ideológicas, técnicas y pedagógicas. No cualquier marco teórico, no cualquier escala de valores, sirve de igual manera para fundar una bioética más pertinente a un tiempo y lugar que a otro. Entonces, ¿qué tipo de bioética podría erigirse con aspiraciones de ayudar a discernir el presente de las mayorías negadas y silentes del sistema de vida occidental de nuestros días? ¿En qué fundamentos debe afianzarse una bioética que procure hacer frente a la mercantilización y mediatización inescrupulosa de dimensiones tan viscerales de nuestra carnalidad? ¿Qué relación supone esta bioética con la naturaleza, para que sea una interdisciplina que pueda señalarse como referencia auténticamente nuestro-americana, es decir, desde nuestra historia de severas agresiones a la dignidad de la persona, los pueblos y la naturaleza?

      Sin duda, estamos ante una clara demanda de concepciones y convicciones que recuperen la corporalidad como constitutiva de la subjetividad. Pero consideramos de vital importancia que eso se haga a partir de una dimensión personal que, sin anular la cuestión de la autonomía individual, también recoja su dimensión comunitaria y ambiental.

      Introduzcámonos en un breve paneo por la bioética en su rica y breve existencia, a fin de distinguir el tipo de abordaje necesario según el planteo de esta investigación, procurando ganar así en pertinencia crítica y eficacia metodológica.

      Su obra compartía la tesis del ingeniero forestal y naturalista Aldo Leopold (1887-1948), también profesor en la misma universidad que V. R. Potter. En ella Leopold planteó que la especie humana depende para su supervivencia de que el ecosistema que integra sea suficientemente capaz de reponerse a la violencia explotadora que los humanos ejercemos sobre la naturaleza. Por ello, como vimos, denominó a la bioética como ciencia de la supervivencia; y más tarde, de manera algo más optimista, como puente interdisciplinario hacia un futuro mejor.

      Es llamativo el contraste que presenta la amplia mirada de estas intuiciones inaugurales potterianas con el carácter reduccionista que marcó la deriva posterior de la bioética, en beneficio de un talante marcadamente legal y biomédico.

      La pertinencia de la bioética se vio confirmada rápidamente en las tres décadas posteriores, en las que un enorme crecimiento de su incumbencia pareció prometernos un futuro esclarecido, al alcance de la mano. Los comités hospitalarios de bioética se consolidaron en un creciente número de instituciones públicas y privadas. Aparecieron los centros de investigación bioética, se multiplicaron las publicaciones, congresos, cursos y posgrados al respecto. La bioética creció rauda y generosamente. Se establecieron acuerdos, se pautaron protocolos, se generaron comités, y una copiosa bibliografía conectó las intuiciones primeras de los iniciadores con los aportes de las más diversas ramas.

      Deben señalarse, sin embargo, dos límites que han frenado estos primeros avances. Por un lado, solo un pequeño grupo de ciencias ha establecido un nexo directo con la bioética: la Medicina, la Filosofía, el Derecho y la Teología (ésta en menor escala). Y por otro lado, a las declaraciones de intención pautadas por los organismos internacionales, no le siguió un proceso genuino de adecuación de las leyes preexistentes en materia de cuidados de la vida. Si hacemos una breve indagación sobre las últimas declaraciones de Unesco en materia de bioética y las posteriores modificaciones de las leyes nacionales en el continente latinoamericano, veremos pocas adecuaciones que hayan normatizado su esquema de investigaciones, terapias o desarrollos técnicos según los últimos acuerdos internacionales. Lamentablemente, el espectro del debate se ha restringido a un enfoque acentuadamente formalista.

      Daniel Callahan (1996) llamó la atención sobre un típico problema en el que los comités de bioética y muchos de los especialistas parecen haber caído (se refería a los EE.UU. pero el síntoma se repite en muchas otras geografías): la “ideología de pandilla”, una mentalidad cerrada sobre sí misma, preocupada por mantener su status quo intelectual (y tal vez, laboral), que se comporta con la complicidad de un grupo de amigotes que —aun cuando puedan tener sus diferencias internas— mantienen sus códigos y estrategias corporativas, lo que les permite ser ininteligibles, inaccesibles, y por eso mismo, impenetrables a las demandas de los externos (en este caso, los no-expertos).

      Desde temprana edad nos educamos para depender del parte médico en relación a lo que debemos o no considerar aceptable, normal, o patológico. Pero los propios médicos quedan desconcertados ante la velocidad de los cambios con que mutan ciertos virus, rebrotan viejas enfermedades que parecían superadas, o se adelanta el padecimiento de patologías que antes solo ocurrían en avanzada edad.

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