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carnal del sujeto.

      Originalmente el proyecto de VI pretendía abarcar tres partes: la primera es la que Ricœur completa con satisfacción, sobre la eidética de la actividad y la pasividad marcada por la dialéctica del dominio y el consentimiento. La segunda, como él mismo declaró, pretendía una reflexión sobre el régimen de la mala voluntad y una empírica de las pasiones (RF, 1995c: 25), objetivo que recién pudo ser materializado en Finitude et culpabilité I: L’homme faillible (1960). La tercera parte del proyecto buscaba desarrollar una poética de la trascendencia, una suerte de filosofía fundamental de la religión en la que se abordase la dialéctica del querer humano hacia la trascendencia de una inocencia recuperada, tarea que nunca llegó a concretar.

      En síntesis, como lo indica E. Casarotti (2008: 411-414), se trata de tres dimensiones epistémicas: eidética, empírica y poética de la voluntad, una tríada desde la cual Ricœur muestra que el sujeto nunca es transparente o inmediato, ni hacia los demás y ni hacia sí mismo. Más bien se confronta con cualquier pretensión de inmediatez y se propone una reflexión que desde la mediación de un tercer término ayude a conciliar las polaridades y la desproporción constitutiva del ser humano entre finitud e infinitud, libertad y naturaleza, voluntario e involuntario.

      Entre el plano de la transparencia infinita que la espontaneidad del entendimiento pretende en la dimensión teórica, y la oscuridad de la sensibilidad receptiva finita en la dimensión práctica, se levanta la opaca y frágil imaginación trascendental. Esta manifiesta parte del legado kantiano que le brindó al filósofo francés la base estructural triádica para la comprensión de los diversos aspectos que su filosofía abordó.

      Adopté el ritmo ternario muy libremente, extendiéndolo primero del plano teórico al plano práctico, luego al plano del sentimiento; el acento estaba puesto principalmente en la fragilidad del término medio, tratado de esta manera como lugar emblemático de la falibilidad humana (RF, 1997: 31)

      Es conocida la cuestión del ‘tercer término’ en el orden práctico de la filosofía ricœuriana. Remitimos al esquema con que Casarotti ordena el desarrollo de tres de sus principales obras (VI, FC y SA), presentando “la polaridad práctica y su término mediador desde tres estrategias progresivas y complementarias” (Casarotti 2008: 410). Queda allí planteada la compleja urdimbre con que Ricœur pretende recuperar tanto el dinamismo de la acción y la constitución del mundo que esta patentiza, como su relación con el agente involucrado y la constitución de su identidad subjetiva.

      Según Ricœur, G. Marcel “sentó las bases de lo que Merleau-Ponty y otros luego llamaron la fenomenología de la percepción” (1977: 222). Por ello el proyecto ricœuriano original de la obra que nos ocupa recuperaba el desafío dejado por Merleau-Ponty, desde la influencia marceliana. Es decir, a la perspectiva de orden receptivo que tenía la fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty, Ricœur deseaba darle una contraparte de orden práctico, reflexionando sobre la relación entre voluntario-involuntario, pero que no dejara de lado la cuestión del misterio y la paradoja.

      Cuando hablamos de un abordaje ‘neutro’, entendemos que Ricœur se refiere a la ausencia de su dimensión histórica concreta, particularizada en el espacio-tiempo y fuera de todo núcleo axiológico. Intentaba así desprenderse de una interpretación idealista de la conciencia pura, “la cual se erigía en fuente de surgimiento más originaria que toda exterioridad recibida” (RF, 1997: 24) y en la que Husserl había caído, según juzgó Ricœur. Volveremos sobre la “neutralidad” de la eidética ricœuriana en el próximo apartado, al desarrollar el problema metodológico.

      Con ese propósito, divide su obra en tres partes a las que se suman una introducción aclaratoria del método y sus límites, y una conclusión donde se esbozan los nexos con FC y algunas cuestiones éticas que solo verán su desarrollo varios años después en SA (1996: 173-300). Las tres partes desentrañan los tres ciclos de lo voluntario:

      a– El ciclo de la decisión, en sus tres aspectos: proyecto, motivación y elección. Este ciclo desentraña el acceso al Yo, como ámbito más cercano a la voluntad y las razones.

      b– El ciclo del movimiento, en sus tres aspectos: la intencionalidad del obrar (y su correlato objetivo: el pragma), la espontaneidad corporal y el esfuerzo. Este ciclo desentraña el acceso al cuerpo, como ámbito propio del involuntario relativo.

      c– El ciclo del consentimiento, en sus tres aspectos: carácter, inconsciente y vida. Este ciclo desentraña el acceso a la naturaleza, el más lejano a la voluntad y propio del involuntario absoluto.

      Ahora bien, la posición de Ricœur no focaliza la cuestión naturalista del vínculo voluntario-involuntario a partir de ideas objetivistas del cuerpo y la naturaleza. Su deseo es indagar los límites de una filosofía de la voluntad a partir de los condicionamientos propios del ser encarnado. El énfasis propuesto recae sobre las posibilidades concretas del ejercicio de la libertad por una voluntad condicionada. Ya es conocido el esquema:

      Voluntario ‹—› Involuntario Relativo ‹—› Involuntario Absoluto

      Para esta primera obra el propósito que mueve a nuestro autor es centrarse en las estructuras originales de esta relación, más allá —como hemos dicho— de su devenir histórico. Por ello el estudio hace abstracción de dos aspectos importantísimos del ser humano que peticionan un enclave histórico: las pasiones (entendidas como falibilidad que altera la inteligibilidad humana) y la trascendencia (que es origen radical de la subjetividad).

      Ciertamente es menester reconocer a priori que un abordaje de la dimensión práctica de la voluntad orientado esencialmente de modo inmanente, como se hace en VI, puede resultar algo estrecho o reduccionista. Sin embargo, en la segunda parte de este proyecto, El hombre falible, el análisis de la existencia concreta, en sus límites y sus desvíos, supondrá una invitación a recuperar una reflexión sobre la corporalidad humana, la voluntad y la conciencia de sí, a partir del realismo con que la posibilidad de la falta sacude el narcisismo humano. Allí reivindicó Ricœur las últimas intuiciones de VI: el ser humano no solo es capaz y actuante, sino sufriente y paciente.

      Una reflexión sobre la praxis y la póiesis debió ser complementada por una reflexión sobre el soportar, padecer y sufrir. Esta era una intuición ya presente en la introducción de VI, donde el querer se vive en un laberinto humano hecho de complicación, enredo y desfiguración. Era menester una abstracción, semejante a la reducción eidética, que permitiese una elaboración directa de las funciones-clave esenciales al sentido intencional de lo voluntario y lo involuntario. Aunque Ricœur reconoció que la significación definitiva recién podría emerger al abolirse la abstracción en la experiencia cotidiana del cuerpo propio (ausente en Husserl). En síntesis, el desafío que Ricœur enfrentó era alcanzar una elucidación del vínculo entre voluntario-involuntario en tanto dinamismo o relación material, corpórea, y no en tanto esencias trascendentales (ideales) ni en tanto objetivación empírica (datos externos) de un método científico naturalista.

      Se entiende entonces que el proyecto fenomenológico de nuestro autor maduró lenta pero decididamente en la medida en que fue confrontándose con nuevos desafíos emergentes tanto de los interlocutores como de los conceptos que le interesaban.

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