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me creo una palabra, querida. Si fuese tan simpático habría hablado con la señora Long. Pero ya me imagino qué pasó. Todo el mundo dice que el orgullo no le cabe en el cuerpo, y me jugaría lo que fuera a que oyó que la señora Long no tiene coche y que fue al baile en uno de alquiler 7.

      —A mí tanto me da que no haya hablado con la señora Long —dijo la señorita Lucas—, pero me hubiera gustado que hubiese bailado con Eliza.

      —Yo que tú, Lizzy —agregó la madre—, no bailaría con él jamás.

      —Creo, mamá, que puedo prometerte que jamás bailaré con él.

      —El orgullo —dijo la señorita Lucas— ofende siempre, pero a mí el suyo no me lo resulta tanto. Él posee coartadas. Es lógico que un hombre apuesto, con familia, fortuna y todo a su favor posea un alto valor de sí mismo. Por decirlo de algún modo, tiene derecho a ser orgulloso.

      —Es verdad —replicó Elizabeth—, podría perdonarle fácilmente su orgullo si no hubiese mortificado el mío.

      —El orgullo —observó Mary, que se preciaba mucho de la solidez de sus juicios—, es un defecto muy generalizado. Por todo lo que he leído, estoy convencida de que en realidad es muy corriente que la naturaleza humana sea especialmente entregada a él, hay muy pocos que no posean un sentimiento de autosuficiencia por una u otra razón, ya sea real o imaginaria. La vanidad y el orgullo son cosas diferentes, aunque muchas veces se empleen como sinónimos. El orgullo está relacionado con la opinión que tenemos de nosotros mismos; la vanidad, con lo que desearíamos que los demás pensaran de nosotros.

      —Si yo fuese tan rico como el señor Darcy, —exclamó el joven Lucas que había venido con sus hermanas—, no me importaría ser orgulloso. Poseería una jauría de perros de caza, y bebería una botella de vino al día.

      —Pues beberías mucho más de lo debido —dijo la señora Bennet— y si yo te viese te quitaría la botella rápidamente.

      El niño dijo que no se atrevería, ella que sí, y así siguieron polemizando hasta que se dio por finalizada la visita.

       El alcalde (elegido anualmente) presentaba un saludo de lealtad al Rey cuando este visitaba la ciudad o se lo enviaba a Londres con motivo de una celebración real o nacional.

       Significa su presentación en la Corte Real del palacio de St. James, en Londres, para ser nombrado caballero personalmente por el Rey. En la actualidad, tales ceremonias se llevan a cabo en el palacio de Buckingham, pero se sigue utilizando la expresión «Corte de St. James» desde los tiempos en los que el palacio de St. James era la residencia oficial de los Reyes.

       La señora Bennet consideraba que era una muestra de categoría social inferior acudir a un baile en coche de alquiler en vez de en uno propio.

      Capítulo VI

      Las señoras de Longbourn no tardaron en ir a visitar a las de Netherfield, y estas devolvieron la visita como es corriente. El atractivo de la señorita Bennet aumentó la estima que la señora Hurst y la señorita Bingley sentían por ella; y aunque se dieron cuenta de que la madre era inaguantable y que no valía la pena dirigir la palabra a las hermanas menores, expresaron el deseo de profundizar las relaciones con ellas en atención a las dos mayores. Esta atención fue recibida por Jane con gusto, pero Elizabeth seguía viendo arrogancia en su trato con lo demás, exceptuando, con reparos, a su hermana; no podían agradarle. Aunque valoraba su cortesía con Jane, sabía que probablemente se debía a la influencia de la admiración que el hermano sentía por ella. Era notorio, dondequiera que se encontrasen, que Bingley admiraba a Jane; y para Elizabeth también era notorio que en su hermana aumentaba la inclinación que desde el principio sintió por él, lo que la predisponía a enamorarse de él; pero se daba cuenta, con gran placer, de que la gente no podría notarlo, puesto que Jane uniría a la fuerza de sus sentimientos moderación y una constante alegría, que ahuyentaría las sospechas de los impertinentes. Así se lo confesó a su amiga, la señorita Lucas.

      —Tal vez sea mejor en este caso —replicó Charlotte— poder escapar al cotilleo de la gente; pero a veces es malo ser tan introvertida. Si una mujer disimula su afecto al objeto del mismo, puede perder la ocasión de conquistarle; y entonces es un pobre alivio pensar que los demás están en la misma ignorancia. Hay tanto de gratitud y vanidad en casi todos los cariños, que no es nada bueno abandonarlos a la deriva. Normalmente todos empezamos por una ligera preferencia, y eso sí puede ser simplemente porque sí, sin causa; pero hay muy pocos que tengan tanto corazón como para enamorarse sin haber sido animados. En nueve de cada diez casos, una mujer debe mostrar más cariño del que profesa. A Bingley le gusta tu hermana, indudablemente; pero si ella no le estimula, la cosa no pasará de ahí.

      —Ella le estimula tanto como se lo permite su forma de ser. Si yo puedo notar su cariño hacia él, él, desde luego, sería necio si no se diera cuenta.

      —Recuerda, Eliza, que él no conoce el carácter de Jane como tú.

      —Pero si una mujer está interesada por un hombre y no trata de esconderlo, él tendrá que acabar por descubrirlo.

      —Tal vez sí, si él la ve lo suficiente. Pero aunque Bingley y Jane están juntos con frecuencia, nunca es por mucho tiempo; y además como solo se ven en fiestas con mucha gente, no pueden hablar a solas. Así que Jane debería aprovechar al máximo cada minuto en el que pueda llamar su atención. Y cuando lo tenga en el bote, ya tendrá tiempo para enamorarse de él todo lo que desee.

      —Tu plan es bueno —respondió Elizabeth—, cuando el problema se trate solo de casarse bien; y si yo estuviese decidida a lograr un marido rico, o cualquier marido, casi puedo decir que lo seguiría. Pero esos no son los sentimientos de Jane, ella no actúa con premeditación. Todavía no puede estar segura de hasta qué punto le atrae, ni el porqué. Solo hace quince días que le conoce. Bailó cuatro veces con él en Meryton; le vio una mañana en su casa, y desde entonces ha cenado en su compañía cuatro veces. Esto no es bastante para que ella descubra su carácter.

      —No tal y como tú lo planteas. Si solamente hubiese cenado con él no habría concluido que si tiene buen apetito o no; pero debes recordar que pasaron cuatro veladas juntos; y cuatro veladas pueden significar mucho.

      —Sí; en esas cuatro veladas lo único que pudieron hacer es descubrir qué clase de bailes les gustaba a cada uno, pero no creo que hayan podido averiguar las cosas realmente importantes de su carácter.

      —Bueno —dijo Charlotte—. Deseo de todo corazón que a Jane le salgan las cosas bien; y si se casase con él mañana, creo que tendría más posibilidades de ser feliz que si se dedica a analizar su carácter durante doce meses. La felicidad en el matrimonio es solo cuestión de suerte. El que una pareja crea que son iguales o se conozcan bien de antemano, no les va a traer la felicidad en absoluto. Las diferencias se van acentuando cada vez más hasta hacerse incompatibles; siempre es mejor saber lo menos posible de la persona con la que vas a compartir tu vida.

      —Me haces reír, Charlotte; es absurdo. Sabes que es absurdo; además tú jamás obrarías de esa manera.

      Ocupada en observar las atenciones de Bingley para con su hermana, Elizabeth estaba lejos de sospechar que también estaba siendo objeto de interés a los ojos del amigo de Bingley. Al principio, el señor Darcy casi no se dignó admitir que era bonita; no había demostrado ninguna admiración por ella en el baile; y la siguiente vez que se vieron, él solo se fijó en ella para criticarla. Pero tan pronto como dejó claro ante sí mismo y ante sus amigos que los rasgos de su cara apenas le atraían, empezó a darse cuenta de que la bella expresión de sus ojos oscuros le daba un aire de extraordinaria inteligencia. A este hallazgo siguieron otros también mortificantes. Aunque detectó con ojo crítico más de un fallo en la perfecta simetría de sus formas, tuvo que admitir que su figura era grácil y esbelta; y a pesar de que afirmaba que sus maneras no eran las de la gente refinada, se sentía atraído por su

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