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Nunca ves un defecto en nadie. Todo el mundo es bueno y agradable a tus ojos. Nunca te he oído hablar mal de un ser humano.

      —No quisiera ser injusta al censurar a alguien; pero siempre digo lo que pienso.

      —Ya lo sé; y es eso lo que sorprende. Estar tan ciega para las locuras y tonterías de los demás, con el buen juicio que posees. Fingir inocencia es algo bastante normal, se ve en todas partes. Pero ser cándido sin alardes ni premeditación, quedarse con lo bueno de cada uno, mejorarlo más, y no decir nada de lo negativo, eso solo lo haces tú. Y también te complacen sus hermanas, ¿no es así? Sus modales no se parecen en nada a los de él.

      —Al principio desde luego que no, pero cuando charlas con ellas son muy simpáticas. La señorita Bingley va a venir a vivir con su hermano y a ocuparse de su casa. Y, o mucho me equivoco, o estoy segura de que encontraremos en ella a una vecina agradabilísima.

      El señor Bingley heredó casi cien mil libras de su padre, quien ya había tenido la intención de comprar una mansión pero no vivió para realizarlo. El señor Bingley opinaba de la misma manera y a veces parecía decidido a hacer la elección dentro de su condado; pero como ahora poseía una buena casa y la libertad de un propietario, los que conocían bien su carácter tranquilo dudaban el que no pasase el resto de sus días en Netherfield y dejase la compra para la próxima generación.

      Sus hermanas tenían ganas de que él tuviera una mansión de su propiedad. Pero aunque entonces no fuese más que arrendatario, la señorita Bingley no dejaba por eso de estar deseosa de presidir su mesa; ni la señora Hurst, que se había casado con un hombre más distinguido que rico, estaba menos dispuesta a considerar la casa de su hermano como la suya propia siempre que le interesase.

      Entre él y Darcy existía una firme amistad a pesar de tener caracteres tan contrarios. Bingley había ganado la simpatía de Darcy por su temperamento franco y dócil y por su naturalidad, aunque no hubiese una forma de ser que ofreciese mayor contraste a la suya y aunque él parecía estar orgulloso de su carácter. Bingley sabía el respeto que Darcy le profesaba, por lo que confiaba totalmente en él, así como en su buen discernimiento. Entendía a Darcy como nadie. Bingley no era nada necio, pero Darcy era mucho más agudo. Era al mismo tiempo orgulloso, reservado y cascarrabias, y aunque era muy educado, sus modales no le hacían nada atractivo. En lo que a esto atañía su amigo poseía toda la ventaja, Bingley estaba seguro de caer bien dondequiera que fuese, sin embargo Darcy era siempre antipático.

      El mejor ejemplo es la forma en la que hablaron de la fiesta de Meryton. Bingley nunca había conocido a gente más agradable ni a chicas más atractivas en su vida; todo el mundo había sido de lo más cortés y atento con él, no había habido formalidades ni envaramiento, y pronto se hizo amigo de todo el salón; y por lo que respecta a la señorita Bennet, no podía concebir un ángel que fuese más bello. Por el contrario, Darcy había contemplado una colección de gente en quienes había poca belleza y ninguna elegancia, por ninguno de ellos había sentido el más mínimo interés y de ninguno había recibido atención o gusto alguno. Reconoció que la señorita Bennet era guapa, pero sonreía demasiado. La señora Hurst y su hermana lo admitieron, pero incluso así les gustaba y la admiraban, dijeron de ella que era una muchacha muy cariñosa y que no pondrían inconveniente en conocerla mejor. Quedó establecido, pues, que la señorita Bennet era una muchacha muy cariñosa y por esto el hermano se sentía con autorización para pensar en ella cómo y cuándo quisiera.

       Circunstancia denigrante entonces. Las buenas fortunas debían provenir de las rentas de las fincas rurales y tierras.

       Los ingleses alcanzaban su mayoría de edad a los veintiún años.

      Capítulo V

      La señora Lucas era una buena mujer aunque no lo suficientemente inteligente para que la señora Bennet la considerase una vecina meritoria. Tenían varios hijos. La mayor, una joven inteligente y juiciosa de unos veinte años, era la amiga íntima de Elizabeth.

      Que las Lucas y las Bennet se reuniesen para charlar después de un baile, era algo totalmente ineludible, y la mañana después de la fiesta, las Lucas fueron a Longbourn para cambiar impresiones.

      —Tú empezaste bien la noche, Charlotte —dijo la señora Bennet fingiendo toda cortesía posible hacia la señorita Lucas—. Fuiste la primera que escogió el señor Bingley.

      —Sí, pero pareció preferir más la segunda.

      —¡Oh! Te refieres a Jane, supongo, porque bailó con ella dos veces. Sí, parece que le gustó; sí, creo que sí. Oí algo, no sé, algo sobre el señor Robinson.

      —Quizá se refiera a lo que oí entre él y el señor Robinson, ¿no se lo he contado? El señor Robinson le preguntó si le complacían las fiestas de Meryton, si no creía que había muchachas muy hermosas en el salón y cuál le parecía la más atractiva de todas. Su respuesta a esta última pregunta fue sin titubeos: “La mayor de las Bennet, sin discusión. No puede haber más que una opinión sobre ese particular”.

      —¡No me digas! Parece decidido a... Es como si... Pero, en fin, todo puede acabar en nada.

      —Lo que yo oí fue más positivo que lo que oíste tú, ¿verdad, Elizabeth? —dijo Charlotte—. Merece más crédito oír al señor Bingley que al señor Darcy, ¿no opinas así? ¡Pobre Eliza! Decir solo: “No está mal”.

      —Te suplico que no le metas en la cabeza a Lizzy que se disguste por Darcy. Es un hombre tan odioso que la desgracia sería gustarle. La señora Long me dijo que había estado sentado a su lado y que no había articulado palabra.

      —¿Estás segura, mamá? ¿No te equivocas? Yo vi al señor Darcy platicar con ella.

      —Sí, claro; porque ella al final le preguntó si le gustaba Netherfield, y él no tuvo más remedio que responder; pero la señora Long dijo que a él

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