Скачать книгу

empezó a querer conocerla mejor. Como paso preparatorio para hablar con ella, se dedicó a escucharla hablar con los demás. Este hecho llamó la atención de Elizabeth. Ocurrió un día en casa de sir Lucas donde se había reunido un amplio grupo de gente.

      —¿Qué pretenderá el señor Darcy —le dijo ella a Charlotte—, que ha estado escuchando mi conversación con el coronel Forster?

      —Esa es una pregunta que solo el señor Darcy puede responder.

      —Si lo vuelve a realizar le daré a entender que sé lo que intenta. Es muy satírico, y si no empiezo siendo impertinente yo, acabaré por temerle.

      Poco después se les volvió a acercar, y aunque no parecía tener el propósito de hablar, la señorita Lucas desafió a su amiga para que le mencionase el tema, lo que acto seguido provocó a Elizabeth, que se volvió a él y le dijo:

      —¿No opina usted, señor Darcy, que me expresé claramente hace un instante, cuando le insistía al coronel Forster para que nos ofreciese un baile en Meryton?

      —Con gran tesón; pero ese es un tema que siempre llena de tesón a las mujeres.

      —Es usted duro con nosotras.

      —Ahora nos toca insistirte a ti —dijo la señorita Lucas—. Voy a abrir el piano y ya sabes lo que continúa, Eliza.

      El concierto de Elizabeth fue placentero, pero no magnífico. Después de una o dos canciones y antes de que pudiese satisfacer las peticiones de algunos que deseaban que cantase otra vez, fue reemplazada al piano por su hermana Mary, que como era la menos brillante de la familia, trabajaba duramente para adquirir conocimientos y habilidades que siempre estaba impaciente por demostrar.

      Mary no poseía ni talento ni gusto; y aunque el orgullo la había hecho aplicada, también le había dado un aire pedante y modales afectados que deslucirían cualquier brillantez superior a la que ella había conseguido. A Elizabeth, aunque había tocado la mitad de bien, la habían escuchado con más agrado por su desenvoltura y sencillez; Mary, al final de su largo concierto, no consiguió más que unos cuantos elogios por las melodías escocesas e irlandesas que había tocado a instancias de sus hermanas menores que, con alguna de las Lucas y dos o tres oficiales, bailaban alegremente en un extremo del salón.

      Darcy, a quien le fastidiaba aquella forma de pasar la velada, estaba en silencio y sin humor para hablar; se hallaba tan enfrascado en sus propios pensamientos que no reparó en que sir William Lucas se encontraba a su lado, hasta que este se dirigió a él.

      —¡Qué encantadora diversión para la juventud, señor Darcy! Pensándolo bien, no hay nada como el baile. Lo considero como uno de los mejores entretenimientos de las sociedades más refinadas.

      —En verdad, señor, y también tiene la ventaja de estar de moda entre las sociedades no tan distinguidas del mundo; todos los salvajes bailan.

      Sir William inició una sonrisa.

      —Su amigo baila como los ángeles —sigue tras una pausa al ver a Bingley unirse al grupo— y no dudo, señor Darcy, que usted mismo sea un experto en la materia.

      —Me vio bailar en Meryton, creo, señor.

      —Desde luego que sí, y me causó un gran gusto verle. ¿Baila usted con frecuencia en Saint James?

      —Jamás, señor.

      —¿No cree que sería una deferencia para con ese lugar?

      —Es una deferencia que nunca concedo en ningún lugar, si puedo evitarlo.

      —Creo que tiene una casa en la capital —el señor Darcy asintió con la cabeza.

      —Pensé algunas veces en instalar mi residencia en la ciudad, porque me encanta la alta sociedad; pero no estaba seguro de que el aire de Londres le sentase bien a lady Lucas.

      Sir William se detuvo con la esperanza de una contestación, pero su acompañante no estaba dispuesto a conceder ninguna. Al comprobar que Elizabeth se les acercaba, se le ocurrió hacer algo que le pareció muy galante de su parte y la llamó.

      —Mi querida señorita Eliza, ¿por qué no está bailando? Señor Darcy, permítame que le presente a esta joven que puede ser una excelente pareja. Estoy seguro de que no puede negarse a bailar cuando tiene ante usted tanta belleza.

      Tomó a Elizabeth de la mano con la intención de pasársela a Darcy; quien, aunque con gran asombro, no iba a rechazarla; pero Elizabeth le volvió la espalda y le dijo a sir William un tanto alterada:

      —De veras, señor, no tenía la más mínima intención de bailar. Le ruego que no piense que he venido hasta aquí para buscar pareja.

      El señor Darcy, con toda corrección le pidió que le concediese el honor de bailar con él, pero fue inútil. Elizabeth estaba decidida, y ni siquiera sir William, con todos sus argumentos, pudo persuadirla.

      —Usted es maravillosa en el baile, señorita Eliza, y es muy cruel por su parte negarme la satisfacción de verla; y aunque a este caballero no le plazca este entretenimiento, estoy seguro de que no tendría inconveniente en darnos satisfacción durante media hora.

      —El señor Darcy es muy cortés —dijo Elizabeth sonriendo.

      —Lo es, en efecto; pero considerando lo que le induce, querida Eliza, no podemos dudar de su educación; porque, ¿quién podría rechazar una pareja tan atractiva?

      Elizabeth les miró con coquetería y se retiró. Su resistencia no le había perjudicado nada a los ojos del caballero, que estaba pensando en ella con placer cuando fue interrumpido por la señorita Bingley.

      —Adivino por qué está tan pensativo.

      —Creo que no.

      —Está pensando en lo insoportable que le sería pasar más veladas de esta manera, en una sociedad como esta; y por supuesto, soy de su misma opinión. Nunca he estado más molesta. ¡Qué gente tan insípida y qué alboroto arman! Con lo insignificantes que son y qué importancia se dan. Daría algo por oír sus críticas sobre ellos.

      —Sus elucubraciones son totalmente equivocadas. Mi mente estaba ocupada en cosas más placenteras. Estaba meditando sobre el gran placer que pueden proporcionar un par de ojos bonitos en el rostro de una mujer agraciada.

      La señorita Bingley le miró fijamente deseando que le dijese qué dama había inspirado tales pensamientos. El señor Darcy, valiente, respondió:

      —La señorita Elizabeth Bennet.

      —¡La señorita Bennet! Me deja perpleja. ¿Desde cuándo es su favorita? Y dígame, ¿cuándo tendré que felicitarle?

      —Esa es precisamente la pregunta que esperaba que me realizara. La imaginación de una dama va muy rápido y salta de la admiración al amor y del amor al matrimonio en un abrir y cerrar de ojos. Sabía que me daría la enhorabuena.

      —Si lo toma tan en serio, creeré que es ya cosa hecha. Tendrá usted una suegra encantadora, de veras, y ni que decir tiene que estará siempre en Pemberley con ustedes.

      Él la escuchaba con auténtica indiferencia, mientras ella seguía disfrutando con las cosas que le decía; y al comprobar, por la actitud de Darcy, que todo estaba a salvo, dejó correr su ingenio durante largo rato.

       Traducción del dicho popular inglés «keep your breath to cool your porridge»,

Скачать книгу