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      Contemporáneo. De familia lauta, nació en Manila el 30 de Septiembre de 1892. Cursó estudios en el Instituto de los Jesuitas y Universidad dominicana de Santo Tomás. Aquí, algunos de Medicina. Colabora en Prensa de Manila e Ilo-Ilo, habiendo dirigido en la capital de las Bisayas el «Nuevo Heraldo». Sus poetas favoritos son Villaespesa, Carrere, Marquina, Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado y Nervo. Pero, sobre todos, Rubén Darío. Ha usado el seudónimo Floriam.

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      He mirado tus ojos serenos,

       me be bañado en su luz tardecina,

       y he sentido vibrar alma adentro

       una voz misteriosa escondida...

       Fiel remedo de acordes lejanos,

       con arrullo de besos y brisas,

       con susurro de mansas corrientes,

       con acento de notas distintas,

       con la amarga profunda tristeza

       que evoca doliente la cítara lírica.

       He mirado tus ojos serenos,

       me he bañado en su luz tardecina,

       y he logrado saber tus angustias,

       y he logrado leer tus desdichas.

       Hay un dardo mortal en tu pecho

       y en tu frente una sombra querida,

       una tenue tristeza en tu rostro

       y en tu boca una vaga sonrisa...

       algo raro que es todo un misterio,

       que nadie lo acierta y no lo adivina.

       No te importe la cruel carcajada

       de esa gran muchedumbre que grita.

       Ven a mi, pobre enferma del alma,

       y en mis hombros amantes reclina.

       Yo te doy el calor de mis brazos,

       yo te entrego gustoso mi vida,

       yo te ofrendo la miel de mis trovas,

       yo seré tu cantor, alma mía...

       quien arrulle con versos tus sueños

       tus sueños marchitos, mimosa chiquilla.

      1920

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      En las postreras horas del crepúsculo,

       cuando respira todo paz y calma,

       y la tristeza reina en el ambiente

       oloroso a sampagas...;

       ese momento hermoso

       del sol que se desmaya,

       ocultando sus últimos fulgores

       en las cumbres lejanas,

       para dar paso a la plateada luna

       que en luces se desata;

       cuando pára el acento

       de las corrientes mansas,

       y de las ramas dormidas

       descansan sosegadas

       las mayas15 que anhelantes sólo sueñan en la pronta alborada para lanzar de nuevo por los aires la voz de su garganta; cuando parece que la gente toda el calor del hogar busca en sus casas, gusta en estas horas de quietud solemne mi fantasía alada de remontarse hasta el azul del cielo a regiones soñadas donde no existen viles opresores, ni pasiones funestas y malvadas.

      Nota 15: Pájaro diminuto, de dulce pio, abundante en los bosques del país.

      Semejante ilusión mi mente crea

       cuando en la imperial calma

       de la tarde que muere lentamente,

       cual la luz de una llama,

       yo dejo en libertad mi pensamiento

       que forja una añoranza;

       sueño estar a tu lado, y es mi anhelo

       y son mi dicha y mi alegría tantas

       que con amor te llamo como un loco

       buscando a la mujer que yo soñara

       en un rato de ciego desvarío,

       que con fervor pensaba,

       recordando en el brillo de tus ojos

       cual fulgor de alborada...

       Mas, ¡nada! esta ilusión, fugaz, ligera,

       sólo es vana esperanza

       que aumenta mi dolor y mi agonía

       que me roba la calma,

       y arranca de mis ojos melancólicos,

       sinceras, fugitivas, muchas lágrimas.

      Abril, 1919.

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      Bien, aquí estoy, de cara al Universo,

       Altivo el gesto y el mirar sereno;

       Lanzando al viento mi sonoro verso,

       De grato incienso y de perfumes pleno.

       Desde mi alto sitial, indiferente,

       Contemplo al pueblo que ante mi se inclina;

       La pobre humanidad triste y doliente

       Que por la senda del ideal camina.

       Me encuentro solo, sin ningún recelo

       A los Zoilos pedantes y ruines.

       Yo tengo por bandera el ancho cielo,

       Vibra mi voz en todos los confines.

       Me inspiran compasión esos traidores

       Que vallas van poniendo en mi camino,

       Mi numen de centellas y fulgores

       Les señala a cada uno su destino.

       No me asusta el ladrido de los canes

       Que celosos envidian de mi suerte;

       Yo, como Cristo, repartiendo panes

       Protejo al débil cuanto insulto al fuerte.

       Soy el bardo rebelde que en sí encierra

       Un corazón ingente y bondadoso;

       Y mi verbo es de admonición y guerra

       Que aplasta al necio vil, ruin y coloso.

       No me)espanta la voz del sordo trueno.

       Yo no conozco el miedo ni el fracaso,

       Mi alma es un sol de resplandores lleno...

       Sobre la ignata muchedumbre paso.

       ¡Oh, musa, ven a mi! Dame tu aliento,

       Que quiero hablar retando al orbe entero,

       Y aunque el dolor me abrume el sentimiento

       No he de soltar mi cítara de acero.

       Me gusta combatir. Amo la lucha.

      

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