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puede atajarse el vuelo de los rayos?

       Se ha de inclinar su testa coronada

       bajo el verbo de gloria que pregono,

       ¡que es más grande mi pluma que su espada!

       ¡y hay más fuerza en mi pecho que en su trono!

       Pero no has de temblar, ¡oh dulce amada,

       Luz de mis ojos, paraiso mío!

       Cuando tú veas fulgurar mi espada

       en el solemne y loco desafío.

       Que así cubra mi frente la victoria

       como sobre la arena me desangre,

       ¡Si triunfo, para tí toda mi gloria!

       ¡Si caigo, para tí toda mi sangre!

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      Yo he abierto mi puerta al mendigo

       y le he dado el dinero que tengo.

       El pobre es mi padre y mi amigo,

       y es pobre el hogar de que vengo.

       He dado mi plata, a los ruegos

       del viejo que llama a mi puerta

       y clava sus ojos, ya ciegos,

       en mi alma al amor siempre abierta.

       Yo he dado mi plata ¡qué importa!

       No lloren por mí los abuelos.

       La vida es muy triste y muy corta,

       y hay algo que premian los cielos.

       Y no ha de faltarme a la mesa

       el triste mendrugo que he dado;

       que un ángel de Dios siempre besa

       la mesa del que es desgraciado.

       Bendiga mi frente la muerta;

       la madre que lloro y bendigo.

       Por ella yo he abierto mi puerta,

       y he dado mi plata al mendigo.

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      (PREMIADA EN CONCURSO ORGANIZADO POR LA «CASA DE ESPAÑA», DE MANILA, 1920).

      Señor de los poetas, de los desventurados

       De todos los de ensueño de libertad turbados,

       De los que han hambre y sed de justicia en la tierra!

       Señor de los esclavos, señor de las zagalas,

       En cuya frente baten las águilas sus alas,

       Y en cuyo pecho España su corazón encierra!

       En la vida que es triste, que es llena de amargura,

       Y que sólo el amor salpica de ventura,

       Como a ingrata doncella amante dadivoso,

       ¿Qué corazón que suena, que espíritu que adora,

       No convierte en princesa la humilde labradora

       Y no cree que Aldonza es la flor del Toboso?

       Aún seguimos soñando castillos las posadas,

       Ejércitos de príncipes altivos las mesnadas,

       Jardines encantados los páramos sin dueño,

       Y en todos los instantes y en todos los caminos,

       Todos vamos cayendo por luchar con molinos,

       Y a todos nos destrozan las aspas del ensueño!

       ¿Qué sería del mundo sin el halo divino

       Que nos cubre lo mismo que el yelmo de Mambrino?

       ¿Qué sería la vida sin la dulce poesía

       Que ciega nuestros ojos con sus flotantes tules,

       Para llenar el alma de límites azules,

       Y partir con un Sancho el pan de cada dia?

       ¡Oh, señor, ve que es cosa de gran desesperanza

       salir por esos campos empuñando la lanza,

       A desfacer entuertos en sin igual empresa!

       ¡Luchar con la quimera hasta rendir los brazos,

       Y azotarse las carnes hasta hacerlas pedazos,

       Por romper el encanto que aduerme a una princesa!

       Pero todos lo hacemos. Todos siguen de trote

       No hay un hijo de España que no sea Quijote,

       Y aunque vaya soñando, haga el bien por doquiera.

       Destrozado y herido le hallarán en la vida,

       Pero no habrá una herida más ideal que su herida,

       Ni habrá estrella más alta que su noble quimera.

       Nada importa el que clama que su esfuerzo es locura,

       Que es inútil su arrojo, que es fatal su aventura

       ¡Don Quijote discute todo eso con su lanza!

       Y, en tanto ya ensartando malandrines follones,

       Cargado de esperanzas, de ensueños, de visiones,

       Por los campos del mundo avanza, avanza, avánzá....

       A su paso se llenan de flores los caminos,

       Se abren todas las ventas, se callan los molinos,

       Y aunque por todo oro lleve su sola historia,

       Ante su porte triste soberbio, vagabundo,

       El sol se para en lo alto de la frente del mundo,

       Y como una campana de luz repica a gloria.

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      (PREMIADA EN EL MISMO CERTAMEN QUE LA ANTERIOR)

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      Cuando cada monarca de la tierra

       Sobre un cráter de horror su espada afila,

       Y muere en flor la pompa de la tierra

       Bajo los potros del moderno Atila;

       Cuando Europa, violada y destruida,

       En ese loco batallar sin nombre,

       Siente que escapa su divina vida

       En el agonizar de cada hombre;

       Sólo tú, paladín excelso y franco,

       Caballero ideal de punta en blanco,

       Guardas tu espada de encendida lumbre,

       Y abres en cruz tus brazos soberanos,

       Para llamar a todos tus hermanos,

       Como un Dios en lo alto de una cumbre.

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