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de la vida normal”,10 y recibían regalos y mensajes de ánimo.

      La condena a Hitler puso fin a la primera etapa del nacionalsocialismo. En algunos aspectos, el movimiento parecía desmantelado: el partido había sido ilegalizado, lo mismo que la SA, que además había sido desarmada en gran parte; y la alianza de nacionalistas y racistas se estaba deshaciendo. Pero la estancia en Landsberg le dio a Hitler la oportunidad de reflexionar sobre su futuro y concretar sus postulados políticos. Ya era un antisemita furibundo y un vehemente partidario de anular el Tratado de Versalles; pero, aparte de eso, su doctrina era todavía demasiado vaga. Así que, a instancias de Max Amann, su sargento durante la guerra, y con la ayuda de Rudolf Hess y Emil Maurice, se dedicó por primera vez a exponer por escrito y en detalle su pensamiento. El texto, que acabaría publicándose con el título de Mein Kampf [Mi lucha], no era en modo alguno un manifiesto, ni tampoco una descripción preliminar de las medidas que tomaría como dictador de Alemania; pero sí un esquema de la filosofía que iba a inspirarlas.11 No tenía el menor valor literario y estaba escrito con un lenguaje ampuloso que lo hacía casi ilegible, pero desvelaba la personalidad de un autor obsesionado con la cuestión racial e imbuido de un antisemitismo alarmantemente visceral y homicida en potencia, combinado con el deseo ferviente de obtener “espacio vital” para la raza alemana en el este. La posterior actividad de las SS vendría determinada, sin duda, por estas obsesiones.

      La cárcel también le dio a Hitler la oportunidad de tramar su ascenso al poder. Estaba claro que la vía paramilitar ya no era una opción realista para un movimiento relativamente reducido cuyo centro de gravedad seguía estando en Baviera. Mientras el NSDAP se consolidaba como el partido político de los veteranos de la Gran Guerra, Hitler fue comprendiendo que la conquista del poder le exigiría movilizar a las masas, por lo que haría falta una organización más compacta y disciplinada. Llegó, en fin, a la conclusión de que tendría que hacerse con el control total del movimiento nacionalsocialista, en lugar de ejercer de simple propagandista o “tamborilero”, como se le había descrito anteriormente.12 Su destino no estaba en llevar al poder a un personaje como Ludendorff, sino en gobernar Alemania.

      Antes de su detención había cedido el control del ilegalizado NSDAP a Alfred Rosenberg, alemán de origen estonio que había servido en el ejército del zar en la Primera Guerra Mundial. Educado en Estonia, Letonia y Rusia, Rosenberg había emigrado a Alemania tras el golpe de estado bolchevique de 1917. Había, sin duda, cierta dosis de maquiavelismo en la elección de un hombre tan impopular y falto de carisma; Hitler no quería que nadie le disputara el liderazgo del partido cuando saliera en libertad, así que escogió como jefe interino a alguien detestado por todos. Por lo demás, casi todos los candidatos al cargo estaban en la cárcel.13

      Rosenberg resultó un líder funesto. Como el NSDAP y la SA eran provisionalmente ilegales, creó en enero de 1924 la Grossdeutsche Volksgemeinschaft [gran comunidad racial alemana], o GVG, a la que confiaba atraer a los antiguos miembros de aquellas organizaciones. Sin embargo, el jefe en funciones de la SA, Walter Buch, rechazó la autoridad de Rosenberg y de la GVG sobre la SA, mientras que una serie de antiguos miembros destacados del NSDAP, entre ellos el carismático Gregor Strasser, optaron por incorporarse a facciones desgajadas del partido. Las escisiones y las rivalidades continuaron a lo largo de la primera mitad del año; pero, a pesar de ello, los partidos nacionalistas-racistas obtuvieron el 6,5% de los votos en toda Alemania en las elecciones al Reichstag del 4 de mayo, con resultados especialmente favorables en Baviera y en la región septentrional de Meckleburg. Esto puso de relieve el debate que venía produciéndose en las formaciones völkisch (de corte nacionalista-racista) entre los defensores de una estrategia parlamentaria, respetuosa de la legalidad, y quienes pretendían tomar el poder por la fuerza.

      Los supervivientes del NSDAP, que formaban un grupo minoritario entre los treinta y dos diputados völkisch del Reichstag, se coligaron poco después con sus adversarios. Para muchos seguidores del antiguo partido esta decisión hedía a parlamentarismo y a claudicación, por lo que la pugna entre rupturistas y defensores de la vía legal continuó a lo largo del verano. La tensión se vio agravada por las evasivas de Hitler, reacio a manifestar su apoyo a una u otra estrategia, así como por el aparente interés de Ludendorff en asumir el liderazgo de todos los grupos nacionalistas, la conducta de Hermann Esser y Julius Streicher, que apartaron a Rosenberg de la jefatura de la GVG, y el intento de Röhm de aglutinar a los militantes völkisch y los paramilitares en una única organización, denominada Frontbann.

      Hitler se alejó de la política en junio de 1924 para dedicarse de lleno a la redacción de Mein Kampf: seguramente se sabía incapaz de controlar el curso de los acontecimientos desde dentro de la fortaleza, pero es probable que también le indujera a ello la esperanza de conseguir la libertad condicional e incluso la puesta en libertad anticipada. Estaba convencido –tal era su confianza en sí mismo– de poder volver a la política nacionalista más tarde, cuando estuviese en mejores condiciones de participar en ella.14

      En diciembre se celebraron nuevas elecciones al Reichstag. La unión de los grupos nacionalistas apenas obtuvo el 3% de los votos, y su representación en el parlamento se redujo a catorce escaños. El descalabro electoral causó una gran satisfacción a Hitler: que los nacionalistas-racistas hubiesen estado a punto de desaparecer como fuerza parlamentaria en su ausencia le brindaba un buen argumento para reclamar el liderazgo, y posiblemente indicaba que el gobierno bávaro daba por acabada a la extrema derecha; tras abandonar Landsberg tendría, por tanto, plena libertad para reconstruir el movimiento.15

      Salió en libertad condicional el 20 de diciembre de 1924, habiendo cumplido poco más de trece meses de una condena de cinco años. Hubo quienes propusieron su deportación a Austria, pero el gobierno de este país se negó a aceptarlo; de este modo pudo regresar enseguida a la política bávara. Las condiciones de la libertad condicional le impedían hablar en público en la mayor parte del territorio alemán hasta 1927 (prohibición que se prolongaba hasta 1928 en el caso de Prusia), pero su ascendiente sobre ciertos cargos del gobierno bávaro llevaría a la legalización, en febrero de 1925, del NSDAP y de su periódico.16

      Aparte de la disgregación del partido en los diversos grupos völkisch, Hitler tuvo que enfrentarse a otro problema importante: el del futuro de la SA, que además de estar prohibida, se había ido fragmentando bajo sus sucesivos líderes. Antes del putsch, Hitler y Röhm habían estado más o menos de acuerdo sobre la finalidad de la organización y de las fuerzas aliadas de carácter paramilitar: estas milicias armadas serían necesarias para doblegar al Estado y a los enemigos políticos, facilitando así la conquista del poder por parte de los nacionalsocialistas. Sin embargo, el desastre del 9 de noviembre de 1923 convenció a Hitler de lo absurdo de esta idea: la SA y demás grupos paramilitares ni siquiera habían conseguido tomar Múnich; los había derrotado la policía local. Reconocía la posible utilidad de la SA u otro cuerpo similar, pero ahora solo como uno de los muchos instrumentos que podrían llevarlo al poder. Röhm, por el contrario, seguía insistiendo en la primacía del elemento militar, y abogaba activamente por intentar un nuevo golpe. Expulsado finalmente del ejército por su implicación en el putsch, había gozado, sin embargo, de la libertad suficiente para crear una nueva organización a partir de los restos de la SA y de otros grupos paramilitares. En la primavera y el verano de 1924, mientras Hitler cumplía condena en Landsberg, el Frontsbann de Röhm había crecido hasta alcanzar los treinta mil miembros,17 provenientes de la SA, el Reichskriegsflagge [bandera de guerra del Reich], el Stahlhelm [cascos de acero] –grupo formado por veteranos de la Primera Guerra Mundial– y otros Freikorps y ligas de combate. Las fuerzas integradas en esta coalición seguían siendo, en la mayoría de los casos, leales a sus antiguos jefes –generalmente militares carismáticos que habían servido como oficiales subalternos en la guerra, entre ellos Edmund Heines, Gerd Rossbach y Graf Wolf von Helldorf–, y no acababan, por tanto, de aceptar a Röhm ni al promotor del grupo, Ludendorff, como su comandante. Con todo, el Frontsbann pasaba por ser una organización importante y peligrosa.

      Röhm, que tenía amistad con Hitler –era casi la única persona que lo tuteaba–, no comprendió que este se consideraba ahora el líder y estratega de todo el movimiento, no un mero aliado y colaborador; es decir,

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