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      No quería escribir una historia militar de las SS: ya hay muchas monografías que se ocupan de todas las unidades de la organización, desde las compañías hasta los cuerpos de ejército pánzer. Tampoco pretendía ofrecer un relato completo del Holocausto: algunas de las obras historiográficas más interesantes de los últimos años –escritas, entre otros, por Christopher Browning, Saul Friedlander, David Cesarani, Michael Wildt, Götz Aly y Michael Burleigh– ya lo han hecho. Mi propósito era escribir un libro dirigido a un público general más que a los estudiosos. Se trataba de que el lector no especializado llegase a comprender cómo se articulaban las diversas partes de la organización denominada “SS”, así como la relación entre sus orígenes, la ideología que adoptó, las estrategias que desarrollaba “sobre el terreno” y la forma en que se tomaban las decisiones. No se ofrece aquí una historia exhaustiva de sus actividades, pero sí una descripción bastante minuciosa de sus cometidos esenciales en el Tercer Reich.

      Alrededor de un mes después de firmar el contrato con la editorial, recibí del Ministerio de Defensa británico la orden de reincorporarme al ejército regular y desplazarme a Iraq para servir durante seis meses en las fuerzas de ocupación. Esto me causó cierta frustración, pues llevaba algún tiempo documentándome para este libro; pero, por otro lado, la experiencia resultó sumamente instructiva. Habiéndome formado como oficial de inteligencia militar, esperaba que se me asignase una función de enlace en Iraq. Sin embargo, fui nombrado gobernador adjunto de la provincia de Dhi Qar, con capital en Nasiriya (la Ur bíblica de los caldeos). En virtud de mi cargo, ejercería –cosa muy infrecuente, por lo menos entre los escritores– una autoridad casi absoluta sobre una población aproximada de dos millones de personas.

      De vez en cuando me preguntaba cómo habría actuado en una situación así de no haber crecido en mi país (es decir, de no haberme formado en la grammar school, la universidad y el ejército británicos), sino en otro que me hubiese inculcado los principios nacionalsocialistas de la supremacía aria, la eugenesia, el Lebensraum y el Führerprinzip. No estoy seguro de haber encontrado una respuesta. Lo cierto es que los crímenes cometidos por las SS nos siguen resultando casi inconcebibles. No creo que ni yo ni ninguno de los soldados con los que serví en el ejército hubiésemos estado dispuestos a participar en el asesinato en masa de hombres, mujeres y niños, ni en una guerra de conquista continental. Y, sin embargo, hubo un grupo de personas que hizo justamente eso hace sesenta años. Es importante comprender por qué.

      INTRODUCCIÓN

      Las SS llevan más de sesenta años ejerciendo una intensa atracción sobre el imaginario colectivo. La explicación más verosímil es el papel decisivo que la organización y sus dirigentes desempeñaron en el intento del Estado alemán de exterminar a la población judía de Europa y de esclavizar a un gran número de personas que se encontraban bajo el dominio nazi. Pero lo cierto es que nuestra visión de las SS se ha visto distorsionada en algunos aspectos por la magnitud de los crímenes que perpetraron.

      Las SS, abreviatura de Schutzstaffeln [escuadras de protección], se constituyeron en 1925 como un pequeño grupo local de guardaespaldas de Adolf Hitler y otros dirigentes del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP, según sus siglas alemanas), que trataban de recuperar peso político tras el fallido golpe de estado de Múnich. En los años siguientes, el número de miembros osciló entre unos pocos centenares y aproximadamente un millar, pero la naturaleza de la organización apenas varió. Como matones a tiempo parcial, les inspiraban algo más de confianza a los nacionalsocialistas que la principal fuerza paramilitar al servicio del partido, la SA, Sturmabteilung [sección de asalto], cuyos miembros vestían camisas pardas. Posteriormente, sin embargo, las SS sufrieron una transformación radical. El impulsor de la misma, Heinrich Himmler, se había convertido en Reichsführer [comandante en jefe] de las SS en enero de 1929, tras ejercer de jefe adjunto nacional de la organización el año anterior. Además de desarrollar una estructura nacional para las SS como parte del movimiento nacionalsocialista, Himmler les dio una ideología definida, con el objeto de hacerlas atractivas para los “mejores” miembros del movimiento y, más tarde, de la “comunidad racial” alemana. Estos se verían impulsados a incorporarse a la organización y Himmler estaría al frente de un grupo social de élite de la sociedad alemana. Por lo demás, y tras la llegada al poder del NSDAP, Himmler pasó a dirigir el aparato policial y de seguridad del Estado alemán, lo que le permitió situar muchas de las actividades de las SS al margen del ordenamiento jurídico tradicional. Y creó, en fin, un grupo armado considerable, independiente de las estructuras militares del Estado. Todas estas acciones convirtieron a las SS en un instrumento de la voluntad de Hitler –transmitida por Himmler–, libre, en gran medida, de constricciones constitucionales y morales.

      En los primeros años, la mayoría de sus miembros pertenecían a la generación que había combatido hacía poco en la Primera Guerra Mundial. En contra del estereotipo que han alimentado tradicionalmente los grandes medios de comunicación, presentándolos, ya como matones sádicos, ya como oscuros burócratas, lo cierto es que muchos de los oficiales de rango medio y superior eran personas muy instruidas, creativas y técnicamente competentes; y como tales formaban parte de la élite intelectual del país: la organización consiguió atraer a sus filas, tal y como había deseado Himmler, a multitud de jóvenes con talento que vieron en ella un medio para realizar sus ambiciones profesionales y políticas en la Alemania nacionalsocialista, y que abrazaron con entusiasmo su espíritu elitista. De no haber existido las SS es probable que, con su tradicional clasismo, hubiesen intentado hacer carrera en el ejército alemán.

      A Himmler, que se suicidó en 1945, estando bajo custodia británica, se le ha descrito desde entonces como un monstruo, un asesino cruel, y también como una persona hipócrita, pedante, puntillosa e indecisa.1 El Reichsführer de las SS reunía, desde luego, todas esas cualidades; pero, por otro lado, fue uno de los políticos más dinámicos, competentes, eficaces e implacablemente ambiciosos del Tercer Reich. De niño descolló en el colegio y, posteriormente, pese a ser corto de vista y más bien enclenque, superó su instrucción como oficial de infantería sin apenas dificultades (aunque, debido a su juventud, en la Primera Guerra Mundial no pudo luchar en el frente). Tampoco le costaron esfuerzo los estudios de agronomía, que cursó en Múnich después de introducción la guerra. Gozó de prestigio como joven activista político y ascendió fulgurantemente en el movimiento nazi. Se planteaba objetivos realistas y actuaba con diligencia e ingenio para lograrlos. Era, en suma, un hombre culto, instruido y extraordinariamente metódico.

      Por lo demás, sabía escoger muy bien a sus subordinados. La administración del Tercer Reich estaba en gran parte lastrada por el nepotismo: a los miembros veteranos o bien relacionados del NSDAP se les encomendaban a menudo tareas para las que no estaban capacitados. Este fenómeno era mucho menos frecuente en las SS, donde los “viejos combatientes” (los miembros veteranos del NSDAP) rara vez desempeñaban un papel decisivo en el funcionamiento de la organización a no ser que también tuvieran el talento para ello.

      Líder inteligente y eficaz, y asistido por subordinados de gran valía, Himmler adoptó la Auftragstaktik, doctrina militar alemana en la que las órdenes toman la forma de directrices muy generales y se delega la autoridad hasta el nivel más bajo posible, de modo que las decisiones puedan ejecutarse eficazmente y sin demora. Este sistema resultó ser idóneo para las SS según fueron desempeñando su misión. Así, por un lado, los miembros de la organización se desenvolvían de acuerdo con una ideología o un marco doctrinal común y, por otro, la descentralización del mando les permitía actuar por iniciativa propia para lograr objetivos concretos, como lo ejemplifican las acciones de los Einsatzgruppen [grupos de operaciones] que se desplazaron a Rusia con el ejército alemán en 1941. Cada uno de estos comandos adoptó un procedimiento distinto para cumplir su cometido general de asesinar a los judíos –algunos incitaron a milicias locales progermanas a perpetrar pogromos, otros optaron por llevar a cabo las matanzas–, pero todos obtuvieron resultados similares. Por su parte, el jefe de las SS en Lublin, el general de división1 de las SS Odilo Globocnik, creó campos permanentes donde no más de ciento veinticinco miembros de las SS asesinarían a la mayoría de los judíos del sudeste de Polonia

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