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de los Trabajadores3 (NSDAP) y presentó un plan con veinticinco puntos para remediar los males del país. Fue en ese momento cuando comprendió, según recordaría más tarde, que su destino era el de político y orador. Unos meses después fue licenciado del ejército y emprendió el camino que le llevaría a la cancillería en 1933, y luego a los horrores del Tercer Reich.

      La retórica de Hitler tocó de forma automática la fibra sensible de muchos en la Baviera de la inmediata posguerra, seduciendo no solo a los excombatientes y los matones de barrio que integraron en un primer momento la militancia del NSDAP, sino a un público más amplio. Un buen número de antiguos compañeros de armas coincidían sin reservas con él en que el ejército no había sido derrotado, sino más bien traicionado por socialistas, bolcheviques, judíos, capitalistas y especuladores, que luego habían intentado hacerse con el poder mientras los héroes de las fuerzas armadas seguían atrapados en el frente. (Este discurso olvidaba, naturalmente, que muchos de los revolucionarios también eran soldados). Los alemanes sufrieron grandes privaciones durante la guerra, y los gobernantes los engañaron sistemáticamente haciéndoles creer que la situación militar y estratégica era mucho mejor de lo que en realidad era, lo que explica en parte que la derrota final del ejército conmocionara por igual a civiles y militares, convencidos como estaban de que la victoria era inminente.

      Desde mediados del siglo XIX se venía abriendo una brecha cada vez mayor en la clase media alemana. Por un lado, la clase media alta, formada por profesionales liberales, empresarios de éxito y funcionarios de rango superior, se había vuelto casi indistinguible, en el plano económico y en el social, de la aristocracia y la élite dirigente tradicional; a fin de cuentas, sus actividades habían aportado al incipiente Reich el poderío industrial e intelectual necesario para ocupar un lugar destacado en el concierto mundial. Por otro lado, la clase media baja, constituida por pequeños granjeros y empresarios, tenderos y, ante todo, por el enorme ejército de los oficinistas, funcionarios de grado inferior, profesores, empleados públicos y administradores subalternos, estaba sometida a la doble presión de las grandes empresas (desde arriba) y los sindicatos (desde abajo), lo que la había llevado, aun antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, a abrazar ideas de extrema derecha con ingredientes nacionalistas y antisemitas. La derrota de Alemania, el desplome del viejo orden y demás convulsiones políticas acrecentaron no poco el malestar de esta clase social; quebraban los pequeños negocios y la inflación desbocada hacía esfumarse los ahorros de toda una vida. Estos desastres eran culpa, según el discurso nacionalsocialista, de los judíos y los comunistas –para Hitler venían a ser lo mismo–, y no el resultado inevitable del nacionalismo expansionista alemán. Esta idea atrajo por igual a una clase media baja que luchaba por sobrevivir y a unos excombatientes desconcertados por lo sucedido en la guerra.

      Hitler era la figura sobresaliente del NSDAP, y ya en 1921 se convirtió en su líder. En los dos años siguientes, y bajo su dirección, el partido fue aumentando su peso en la política local. Existía entonces, en casi todo el país, un clima de efervescencia social, que en el caso de Baviera estaba teñido de un fuerte sentimiento separatista: la población, en su mayor parte católica, se consideraba ajena al norte protestante, y a multitud de bávaros les disgustaba ser gobernados desde Berlín. Por lo demás, la izquierda y la derecha estaban ferozmente enfrentadas, y a la efímera república de los comunistas se la recordaba generalmente como un “régimen de terror”.5 Las facciones que habían chocado entonces se dedicaban ahora a reventar los mítines del adversario, lo que a menudo acababa en violencia.

      No pocos miembros de los Freikorps habían mantenido escaramuzas fronterizas con los vecinos orientales; al principio con el apoyo tácito del gobierno central, que, ante la presión de los aliados victoriosos, se vio, sin embargo, obligado a disolver e intentar desarmar a aquel grupo paramilitar y otras milicias en el verano de 1921. Se entregaron o requisaron armas, pero muchas siguieron en manos de organizaciones extremistas de izquierda y de derecha. Si el gobierno y el alto mando militar toleraron esta situación, de consecuencias imprevisibles, fue por una buena razón: de acuerdo con el Tratado de Versalles, el ejército regular no podía contar con más de cien mil soldados, lo que, sin duda, hacía a Alemania vulnerable ante un eventual ataque. Las milicias, en cambio, podían movilizar de inmediato a decenas de miles de hombres bien armados y adiestrados para defender el país, así que no era extraño que las autoridades se resistieran a desarmarlas.

      Fue alrededor de esta época cuando Hitler selló una alianza con un oficial en activo, el coronel Ernst Röhm. Este militar de carrera había servido como comandante de compañía en la guerra; monárquico acérrimo, había participado más tarde en la represión del gobierno revolucionario de Baviera y organizado una Einwohnerwehr [milicia ciudadana] anticomunista, suministrándole cuantioso armamento de procedencia diversa. Este grupo fue ilegalizado cuando el gobierno central tomó medidas drásticas contra los Freikorps, pero Röhm mantuvo el control sobre su enorme arsenal, además de contactos con las diversas organizaciones de derechas que le habían provisto de hombres.

      La aspiración política de Röhm era bastante clara: devolver al país su poderío militar con un ejército reformado. Vio en Hitler la persona idónea para lograrlo, por lo que ingresó en el NSDAP y enseguida comenzó a adiestrar a los escoltas contratados por la organización para mantener el orden en las asambleas y proteger a los oradores. La instrucción se llevó a cabo en la eufemísticamente llamada “Sección de Gimnasia y Deportes” del partido,6 y corrió a cargo de un grupo de antiguos oficiales del ejército –muchos de ellos con experiencia en los Freikorps– que Röhm había reclutado expresamente para la tarea. En agosto de 1921, la nueva unidad recibió el nombre oficial de Sturmabteilung Hitler [Sección de Asalto Hitler], o SA, que pretendía evocar las tropas de asalto de élite que habían combatido en las trincheras.

      Hitler y Röhm discrepaban sobre el papel de la SA. El líder del partido tenía a los miembros de la unidad por soldados políticos, “una fuerza encargada de pegar carteles electorales, utilizar sus puños de hierro en las peleas que se desataran en los mítines, e impresionar a los alemanes, amantes de la disciplina, con marchas propagandísticas”.7 Röhm y sus subordinados se consideraban, en cambio, una verdadera fuerza militar; eran conscientes de formar parte de los planes secretos de movilización del ejército y habían recibido instrucción militar de la guarnición de Múnich. Las diferencias con Röhm llevaron a Hitler, en enero de 1923, a situar al frente de la SA al capitán Hermann Göring, encargando a Röhm la misión de organizar una milicia al margen del NSPD (siguió siendo, sin embargo, un colaborador estrecho del líder del partido). Göring, que había sido condecorado con un Max Azul4 por sus servicios como comandante del escuadrón de combate Richthofen durante la guerra, era atractivo y poseía notables aptitudes militares. Como líder de la SA, estableció un cuartel general desde el que coordinar las acciones de los diversos grupos que la formaban; pero Hitler siguió, con todo, sospechando de las intenciones de sus miembros, por lo que decidió encomendar su protección personal y la de sus colaboradores más estrechos a una pequeña cuadrilla que bautizó Stabswache [guardia del estado mayor], y cuyos integrantes eran todos de la máxima confianza del líder: excombatientes de clase obrera y matones como Emil Maurice (nacido en 1897, había sido relojero y más tarde soldado de artillería en la guerra), Ulrich Graf (que había organizado el primer escuadrón de Saalschutz [protección de sala], una pequeña escolta informal al servicio de los nacionalsocialistas que intervenían en los mítines) y Christian Weber. Estos hombres profesaban una lealtad incondicional a Hitler como líder político y como persona.8

      La Stabswache duró apenas unos meses; en mayo de 1923 la sustituyó un grupo algo más numeroso y mejor organizado, la Stosstrupp [tropa de choque] Adolf Hitler, dirigida por otro miembro de la SA y acompañante de Hitler, Julius Schreck, y un antiguo oficial del ejército convertido en vendedor de artículos de papelería, Joseph Berchtold. No obstante, Weber, Maurice, Graf y otros “viejos combatientes” de la Stabswache seguían formando el equipo más próximo al líder,9 al que también pertenecía el futuro diplomático Walther Hewel, que ejercería de enlace entre el Ministerio de Asuntos Exteriores y el cuartel general de Hitler durante la guerra.10

      La SA y la Stosstrupp se enfrentaron a su primera prueba

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