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a no pocos miembros de la SA, que se aferraban a la idea –tan romántica como bárbara– de la conquista del poder por la fuerza. En la campaña electoral se había recrudecido la violencia política y, si el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha no remitió después de la misma fue en parte porque también había aumentado sensiblemente el apoyo a los comunistas. Esta situación llevó a Röhm, en su primer mes en el cargo, a prohibir a la SA involucrarse en peleas callejeras. Mientras tanto, la sección berlinesa de las SS, bajo el mando de Daluege, seguía vigilando de cerca al grupo de Stennes, después de que hubiesen fracasado todos los intentos de sobornar y de amedrentar a su líder; así, por ejemplo, tras hacerse con el gobierno de Brunswick en las elecciones, el NSDAP le había ofrecido el Ministerio del Interior a Stennes, pero este no solo había rechazado el cargo, sino que también había denunciado sin ambages la corrupción y la falta de principios de la dirección del partido en Múnich.

      Este conflicto alcanzó un punto crítico el 28 de marzo de 1931, cuando el presidente Hindenburg autorizó al gobierno del canciller Heinrich Brüning a actuar contra los desafueros de las organizaciones políticas. Para la cúpula del NSDAP, esta medida preludiaba la ilegalización del partido –o como mínimo de la SA–, así que Hitler exigió a todos los militantes que se sometieran estrictamente a la ley. Stennes, que veía en esta orden un intento de coartar su libertad de acción, se negó a obedecer. Entonces Hitler anunció, en una reunión celebrada en Weimar el 31 de marzo, que Stennes abandonaría su puesto de comandante supremo de la SA en el este para ejercer de oficial ejecutivo de Röhm en Múnich. Este traslado no tenía por qué interpretarse como una degradación, pero no cabe duda de que Hitler –a quien Daluege había advertido de las continuas intrigas de Stennes– pretendía provocar una reacción violenta. No tuvo que esperar mucho. Al día siguiente, un grupo de seguidores de Stennes apaleó al retén de las SS que hacía guardia en la sede del NSDAP en Berlín, y luego ocupó el edificio, así como la redacción del periódico de Goebbels, Der Angriff [El ataque]. Stennes anunció la “destitución” de Hitler como jefe del partido, y los dirigentes de la SA del norte y el este del país le declararon su apoyo.

      A Goebbels, que trataba desde hacía meses de seguir un camino intermedio entre Stennes y la cúpula del NSDAP en Múnich, no le quedaba ahora más remedio que tomar partido. Simpatizaba mucho con los postulados políticos de Stennes pero, tras recibir de Hitler plenos poderes para resolver la crisis, se alineó claramente con los líderes nacionalsocialistas. La policía de Berlín se encargó una vez más de expulsar a los asaltantes de la sede del NSDAP, y más tarde, después de una enorme campaña de persuasión por parte de Hitler y Goebbels, Stennes se quedó casi sin apoyos. La subsiguiente purga de la SA afectó a varios centenares de seguidores suyos. La rebelión había terminado.

      Vale la pena añadir aquí una nota curiosa. Stennes logró sobrevivir al Tercer Reich. Recluido en un campo de concentración tras la llegada al poder del NSDAP, salió en libertad gracias a la intercesión de Hermann Göring, y, tras atravesar clandestinamente la frontera con Holanda, llegó a China, donde se pondría al mando de la guardia pretoriana de Chiang Kai-Shek. Por aquella época colaboró con los servicios de inteligencia militar soviéticos,18 previniéndolos de la inminente invasión alemana de la Unión Soviética; pero Stalin hizo caso omiso de sus advertencias. En 1949, derrotados los nacionalistas, abandonó China para regresar a Alemania, donde moriría en 1989.

      La lealtad inquebrantable que habían demostrado al NSDAP durante la insurrección del grupo de Stennes permitió a las SS convertirse, de hecho, en la policía del partido, independiente como tal de la SA, aunque Hitler hubiese reafirmado poco antes, en enero de 1931, la subordinación de los escuadrones a esta organización. El líder nacionalsocialista le dijo en una carta a Daluege: “SS-Mann, Deine Ehre heisst Treue” [Hombre de las SS, tu honor se llama lealtad], palabras que este último hizo imprimir en unas tarjetas de agradecimiento que se repartieron, en nombre de Hitler, entre los miembros de las SS en Berlín.19 La frase también conmovió, sin duda, a Himmler, que la adoptó como lema de la organización, aunque modificándola ligeramente: “Meine Ehre heisst Treue” [Mi honor se llama lealtad]. A partir de entonces, se la grabó en la hebilla del cinturón y en varias prendas del uniforme de las SS.

      Pero la rebelión de Stennes tuvo otras consecuencias mucho más importantes que la acuñación de un lema elocuente. Las SS habían logrado afianzar su singular papel dentro del NSDAP, lo que permitió a Himmler ampliar la presencia de las escuadras de protección y colocarlas así en una situación ventajosa con vistas a las luchas de poder que habían de producirse en el movimiento nacionalsocialista.

      Menos grata para el comandante en jefe fue la ascensión meteórica de Daluege, quien, como jefe de las SS de Berlín, disfrutaba de una parcela de poder independiente y se había convertido, de hecho, en la segunda figura más importante de la organización, pese a haberse incorporado a ella hacía menos de un año. Himmler lo consideraría desde entonces un enemigo, o, como mínimo, un posible rival.20

      Al margen de la inquietud que le producía su subordinado, Himmler estaba decidido a seguir adelante con su proyecto de fortalecer las SS y desligarlas por completo de la sa. Comprendió que uno de los medios más eficaces para lograr este doble objetivo era dotar a la organización de un ideario propio, un conjunto de postulados bien definidos que contribuyese a transformarla en la élite del movimiento. Para ello recurrió a un viejo amigo suyo, Richard Walther Darré, con quien había coincidido en la sociedad Artamanen.

      Nacido en Buenos Aires en 1895, Darré era hijo de un próspero empresario alemán. Se educó en colegios privados de Argentina, Alemania y Gran Bretaña, donde estudió durante una breve temporada en el King’s College School, en Wimbledon. En 1914 se matriculó en el Colegio Colonial Alemán de Witzenhausen, y, tras cursar apenas un trimestre, se alistó como voluntario en el ejército. Sirvió como oficial de reserva en la guerra, con bastante éxito al parecer, y posteriormente regresó a la vida civil para estudiar agronomía, especializándose en la cría de animales.21

      En la década de 1920, y al tiempo que estudiaba, desempeñaba trabajos agrícolas y participaba en los debates de la sociedad Artamanen, se dedicó a elaborar una teoría que resultaría idónea para las SS, tal como las concebía Himmler. Sostenía Darré que los pueblos y las razas siempre están dirigidos por grupos aristocráticos, y que “el crecimiento y la prosperidad de una nación guarda relación directa con la salud física y moral de su nobleza”,22 lo que era “una realidad histórica indiscutible”. La vieja nobleza alemana se había corrompido a causa del debilitamiento de la “conciencia germana”, consecuencia directa del auge que había experimentado el “liberalismo” a partir de la Ilustración y la Revolución Francesa. Esta doctrina había propiciado “la contaminación racial, el materialismo, la codicia y el desinterés por el bienestar de la sociedad”. El egoísmo de la aristocracia, su indiferencia ante lo “colectivo”, había conducido a la degradación general del Volk [pueblo, raza, nación]. Pero había un sencillo remedio para estos males: la formación de una nueva aristocracia. Darré indicaba, incluso, dónde había que buscar a sus miembros: entre los granjeros nórdicos, “verdaderos depositarios del espíritu germano y ejemplares de la raza germánica”. En los campesinos estaba el germen de la nación, pues “han sido siempre el único fundamento sólido del pueblo [alemán] desde el punto de vista de la sangre”. El Estado tenía, por tanto, el deber de proteger y aun ampliar este sector social fomentando los proyectos de colonización y la natalidad en las zonas rurales, y atajando la emigración a las ciudades. Todos los grandes imperios habían sido creados por gentes de sangre nórdica, y la claudicación ante doctrinas humanistas como el cristianismo y la masonería los había llevado a la decadencia. Habían permitido, además, que su sangre se “diluyera y corrompiera”. Darré lamentaba sobre todo lo que sucedía en la Europa del Este, donde la sangre germana se iba mezclando cada vez más con sangre inferior, tanto judía como eslava.

      Todos estos postulados constituían, para Himmler, el fundamento ideológico perfecto para su organización y le permitían, además, situarla en la vanguardia de uno de los proyectos centrales del nacionalsocialismo: la defensa y revitalización de la raza germánica. Pero para que ello fuera posible las SS tenían que convertirse en una élite no solo militar,

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