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épocas producen seres humanos con características psicológicas distintas, con diferentes emociones, creencias y patologías. Indudablemente, tal proyecto de una historia de la persona es concebible, y aspiraciones de este tipo moldean una serie de investigaciones psicológicas recientes, algunas de la cuales discutiré a continuación. A su vez, esta idea anima también una serie de investigaciones sociológicas recientes, pero tales análisis presuponen una forma de pensar que es, como tal, un resultado de la historia que emerge sólo en el siglo XIX. En ese momento histórico, y en un espacio geográfico limitado y localizado, el ser humano es entendido en términos de individuos que son sí mismos; cada uno equipado con un dominio interior, una “psicología”, la cual es estructurada por la interacción entre una experiencia biográfica particular y ciertas leyes generales o procesos del ser humano en tanto animal.

       Dimensiones de la relación con nosotros mismos

      Unas de las razones para enfatizar este punto es la necesidad de distinguir este abordaje de una serie de análisis recientes que han concebido, explícita o implícitamente, las formas cambiantes de la subjetividad o de la identidad como consecuencias de transformaciones sociales y culturales de mayor amplitud: modernidad, modernidad tardía, sociedad del riesgo (Bauman, 1991; Beck, 1992; Giddens, 1992; Lash & Friedman, 1992). Por supuesto, estos trabajos continúan una larga tradición de narrativas que se remontan al menos hasta Jacob Burckhardt: las historias de la emergencia del individuo como consecuencia de una transformación social general desde la tradición hasta la modernidad, desde el feudalismo hasta el capitalismo, desde la Gemeinschaft hasta la Gesellschaft, desde la solidaridad mecánica hasta la solidaridad orgánica, y así sucesivamente (Burckhardt, 1990). Este tipo de análisis asume los cambios en las maneras en que los seres humanos se entienden y actúan sobre sí mismos como el resultado de eventos históricos “más fundamentales” localizados en otros lugares: en regímenes productivos, en cambios tecnológicos, en las alteraciones demográficas o en las formas familiares, en la “cultura”. Es indudable que los acontecimientos en cada uno de esos dominios son significativos en relación con el problema de la subjetivación; pero, por más significativos que puedan ser, es fundamental insistir en que tales cambios no producen transformaciones en las formas de ser humanos en virtud de alguna “experiencia” implicada en ellos. Quisiera sostener que las relaciones cambiantes de subjetivación no pueden ser establecidas por derivación o por interpretación desde otras formas culturales o sociales. Asumir, explícita o implícitamente, que pueden, significa presumir la continuidad de los seres humanos como sujetos de la historia, esencialmente equipados con la capacidad para otorgar significado (cf. Dean, 1994). Pero las formas a partir de las cuales los seres humanos “dan significado a la experiencia” tienen su propia historia. Los dispositivos de producción de significado —redes de visualización, vocabularios, normas y sistemas de juicio— producen experiencia, no son ellos mismos producidos por la experiencia (cf. Joyce, 1994). Tales técnicas intelectuales no vienen construidas, sino que deben ser inventadas, refinadas y estabilizadas, para ser diseminadas e implantadas de diferentes maneras en diferentes prácticas: escuelas, familias, calles, lugares de trabajo, tribunales de justicia. Si utilizamos el término “subjetivación” para designar todos esos procesos y prácticas heterogéneas por medio de las cuales los seres humanos vienen a relacionarse consigo mismos y con otros como sujetos de cierto tipo, entonces la subjetivación tiene su propia historia. Y la historia de la subjetivación es más práctica, más técnica y menos unificada que aquella que permiten trazar las propuestas sociológicas.

      De este modo, una genealogía de la subjetivación se centra directamente en las prácticas que ubican a los seres humanos en particulares “regímenes de la persona”. La genealogía de la subjetivación no escribe una historia continua del sí mismo, sino que da cuenta de la diversidad de lenguajes del “ser persona” que han tomado forma —carácter, personalidad, identidad, reputación, honor, ciudadano, individuo, normal, lunático, paciente, cliente, marido, madre, hija— y de las normas, técnicas y relaciones de autoridad al interior de las cuales estos lenguajes han circulado en las prácticas legales, domésticas, industriales, y otras prácticas diseñadas para actuar sobre la conducta de las personas. Una investigación de este tipo puede desarrollarse a lo largo de una serie de caminos interconectados.

       Problematizaciones

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