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entrado en las preocupaciones, deliberaciones y estrategias de los políticos y otros actores directamente vinculados al aparato político del Estado, a los servicios civiles y públicos, a la asistencia social, entre otros, así como a aquellos actores políticamente implicados en la organización de las fuerzas armadas y los asuntos económicos. No obstante, utilizo aquí el término “gobierno” en el sentido más amplio que le ha dado Foucault: gobierno es un modo de conceptualizar todos aquellos programas, estrategias y tácticas más o menos racionalizadas para la “conducción de la conducta”, para actuar sobre las acciones de otros con el fin de alcanzar ciertos fines (Foucault, 1991; véase Rose 1990; Miller & Rose, 1990; Miller & Rose, 1992). En este sentido, podemos hablar del gobierno de un barco, de una familia, de una prisión, de una fábrica, de una colonia y de una nación, tanto como del gobierno de uno mismo.

      La perspectiva del gobierno lleva nuestra atención hacia todos aquellos multitudinarios programas, propuestas y políticas que han intentado modelar las conductas de los individuos, no sólo para controlarlas, someterlas, disciplinarlas, normalizarlas o reformarlas, sino también para volverlas más inteligentes, sabias, felices, virtuosas, sanas, productivas, dóciles, emprendedoras, satisfactorias, aumentadoras de la autoestima, empoderadoras. Como quiera que sea, nos ayuda a liberarnos de la profundamente engañosa perspectiva de que debemos entender las prácticas normativas que han modelado nuestro presente de acuerdo con los términos del aparato político del Estado. El Estado y lo político son relocalizados como zonas en desplazamiento para la coordinación, codificación y legitimación de algunas de las complejas y diversas gamas de prácticas para el gobierno de la conducta que existen en un tiempo y espacio particular. En las prácticas de gobierno de la conducta, desde las de la seguridad social hasta las de la administración industrial, desde las de la higiene social e individual hasta las del trabajo social enfocado en la familia, abundan las autoridades cuyos poderes se basan en un entrenamiento profesional y en la posesión de modos esotéricos de entender y actuar sobre la conducta basados en códigos de saber y afirmaciones de poseer una sabiduría especial. Esta perspectiva, entonces, dirige nuestra atención al rol del saber en la conducción contemporánea de la conducta, donde cualquier intento legítimo de actuar sobre esta última requiere incorporar algún modo de entender, clasificar y calcular, por lo que debe articularse en términos de un sistema de pensamiento y de juicio más o menos explícito. Esto también enfatiza el hecho de que, en la historia de las relaciones de poder en los regímenes liberales y democráticos, el gobierno de los otros siempre ha estado vinculado a una cierta manera de comandar a los individuos “libres” a que se gobiernen a sí mismos como sujetos simultáneamente libres y responsables: prudentes, sobrios, constantes, ajustados, autorrealizados, etc.

      En consecuencia, la historia de la psicología en las sociedades liberales converge con la historia del gobierno liberal. En los estudios que siguen examinaré las formas en que estas vías se entremezclan, las formas en que el desarrollo, trasformación y proliferación histórica de lo psi ha estado ligado a las transformaciones en las racionalidades del gobierno y a las tecnologías inventadas para gobernar la conducta. En un sentido, los expertos de la psicología han tenido un rol en la historia que no es único. Se puede rastrear también el rol jugado por toda una variedad de otros “especialistas” en el modelamiento de los modos en que los seres humanos han llegado a experimentarse a sí mismos: abogados, economistas, contadores, sociólogos, antropólogos, cientistas políticos. De hecho, todos los expertos de las ciencias humanas, incluyendo, por ejemplo, aquellos que han estudiado la conducta animal, la fisiología, la demografía, la epidemiología y la geografía humana, indudablemente han jugado un rol en el establecimiento de estas prácticas de reconocimiento. Sin embargo, en otro sentido, o al menos eso sostendré, durante el siglo XX los expertos psi han alcanzado cierta posición privilegiada, ya que son ellos quienes afirman comprender las determinaciones internas de la conducta humana, así como también quienes aseguran tener la habilidad para proveer el abordaje apropiado, en términos de saberes, juicios y técnicas, para los poderes de los expertos de la conducta, dondequiera que dichos poderes sean ejercidos.

      De esta manera, los estudios que siguen son investigaciones acerca de los modos en que las personas han sido inventadas o “confeccionadas”, como lo ha llamado Ian Hacking, en la multitud de puntos de intersección entre las prácticas de gobierno de los otros y las técnicas de gobierno de uno mismo (cf. Hacking, 1986). Estos estudios avanzan la tesis de que el crecimiento de las tecnologías intelectuales y las prácticas de lo psi está intrínsecamente ligado a las transformaciones en las prácticas de la “conducción de la conducta” que han sido reunidas en las democracias liberales contemporáneas. Por supuesto que la historia de las ciencias psi no puede ser reducida a sus capacidades para volver al ser humano gobernable; el complejo y heterogéneo proceso de formación y reforma de las disciplinas y sistemas de pensamiento no tiene necesariamente aspiraciones reguladoras, ya sea como meta consciente o como determinante encubierto. Sin embargo, sugiero que esta historia no es inteligible sin tomar en consideración las relaciones complejas entre los problemas de gobernabilidad y la invención, estabilización e institucionalización de los saberes psi. En este proceso, nuevas configuraciones han sido dadas, no sólo a la naturaleza de la autoridad y a las relaciones que dichas autoridades tienen con sus sujetos, sino también a nuestras relaciones con nosotros mismos. En particular, sugiero que las novedosas formas de gobierno que han sido inventadas en tantas naciones “posasistencialistas” hacia fines del siglo XX, han llegado a depender, tal vez como nunca antes, de la instrumentalización de las capacidades y propiedades de los “sujetos de gobierno”, por lo que no pueden ser comprendidas sin abordar estas nuevas maneras de entender y actuar sobre nosotros mismos y sobre otros en tanto sí mismos “libres de elegir”.

      Sostener que lo psi ha jugado un papel constitutivo en las prácticas de subjetivación que son vitales para la gobernabilidad de la democracia liberal no es, por supuesto, sugerir que los psicólogos, psiquiatras y las tecnologías psi no jugaron ningún papel en las estrategias autoritarias de gobierno. Las instituciones reformatorias del siglo XIX, que brindaron condiciones claves para el nacimiento de lo psi, fueron elementos vitales en las estrategias gubernamentales que vieron en la inculcación obligatoria de la disciplina en cada ciudadano una condición subjetiva necesaria para el establecimiento de la libertad (Foucault, 1977; Rose, 1993). A fines del siglo XIX y comienzos del XX, en Gran Bretaña y Estados Unidos, la expertise psi estuvo intrínsecamente ligada a las estrategias eugenésicas en las cuales la libertad de la mayoría debía ser salvaguardada a través de la constricción coercitiva de las capacidades reproductivas, la libertad de movimiento e, incluso, la vida de todos aquellos que pudieran amenazar el bienestar de la raza (he discutido la eugenesia en extenso en Rose, 1985). De manera más clara, en la Alemania nazi y la Unión Soviética, así como en los Estados comunistas de Europa del Este, la expertise psicológica y psiquiátrica fue ciertamente exhortada a tomar parte en la regulación de los individuos y las poblaciones.

      Un grupo de excelentes estudios acerca de la historia de la psicología en la Alemania nazi han iluminado estas relaciones (Ash, 1995; Cocks, 1985; Geuter, 1992). Por ejemplo, las teorías psicológicas claves de la personalidad fueron revisadas para ajustarse a la teoría racial. La psicología militar alemana floreció hasta 1941, desplegando principalmente una forma de “caracterología” para evaluar la inteligencia, el carácter, la fuerza de voluntad y la capacidad de mando de potenciales oficiales. Por razones que aún no están claras, esta psicología militar fue desmantelada en 1942. Los poderes de lo psi en la escuela, el tribunal, la fábrica y otros dominios institucionales afines, habían sido, en efecto, debilitados antes de la emergencia del nazismo. La difusión de las tecnologías de cuantificación y de medida de las capacidades humanas, tan significativas en Gran Bretaña y Estados Unidos, fue limitada por el éxito de aquellos que sostenían métodos que abordaban los sentimientos, la voluntad y la experiencia: métodos como el análisis de la escritura manuscrita, que no trataba al individuo como algo meramente mensurable y aprehensible en números, sino que más bien diagnosticaba sus poderes internos y los principios estructurales del alma humana. Después de 1941 la burocracia de la guerra y la exterminación masiva prosiguieron sin demasiada utilización de las afirmaciones de verdad de las psicociencias o de aquellos que las profesaban (Geuter, 1992). La psiquiatría del período nazi estuvo inserta en la lucha contra los enemigos biológicos de la raza: un proyecto en

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