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gobernarlos a través de sus libertades, sus elecciones y sus solidaridades, en vez de a pesar de ellas. Quiere decir transformar a estos sujetos —sus motivaciones y sus interrelaciones—, desde sitios potenciales de resistencia, en aliados del gobierno. Significa reemplazar la autoridad arbitraria por aquella que permite una justificación racional. La psicología social, como un complejo de saberes, profesionales, técnicas y formas de juicio, está ligada constitutivamente a la democracia en tanto modo de organizar, ejercer y legitimar el poder político. Sugiero, entonces, que las políticas democráticas liberales producen algunos problemas característicos para los cuales las tecnologías intelectuales y prácticas comprendidas por la psicología social pueden prometer soluciones.

      ¿Qué pasa entonces con nuestros regímenes contemporáneos del ser persona? ¿Cómo se relacionan con las mutaciones actuales en el campo del gobierno? En el Capítulo 7, considero los modos en los cuales la importancia actual de las preocupaciones sobre el sí mismo están ligadas a la emergencia de una serie de programas y técnicas políticas que buscan gobernar de nuevas maneras; no mediante la “sociedad”, sino a través de las elecciones educadas e informadas de ciudadanos, familias y comunidades “activas”. Estos modos de gobierno otorgan nuevos poderes y roles a las autoridades y los expertos, y gobiernan el ejercicio de la autoridad experta de nuevas maneras. Buscan operar en concordancia con nuevas formas de entendernos a nosotros mismos, las que subjetivan en términos de proyectos de autopromoción de las personas y sus familias, y que instrumentalizan los deseos para la maximización de las formas cotidianas de existencia en términos de estilos y calidad de vida. La valoración ética de algunas características de la persona —autonomía, libertad, elección, autenticidad, emprendimiento— necesitan ser entendidas en términos de las nuevas racionalidades de gobierno y las nuevas tecnologías para la conducción de la conducta. En este sentido, una historia crítica de la psicología está ligada no sólo a una analítica de nuestro régimen del sí mismo, sino también a la pregunta ética por los costos y beneficios de nuestras actuales relaciones con nosotros mismos y de las estrategias que podemos inventar para gobernar a otros, y a nosotros mismos, de otra manera.

      En capítulo final de este libro, regreso a la pregunta por la “subjetividad” misma y cómo podría ser pensada de manera diferente, perturbada o desestabilizada. Como he sostenido, los discursos que han abordado a la persona son más que “representaciones” de una realidad subjetiva o de creencias culturales. Han constituido un cuerpo de reflexiones críticas acerca del problema del gobierno de las personas en concordancia con, por un parte, su naturaleza y su verdad y, por la otra parte, con las exigencias del orden social, la armonía, la tranquilidad y el bienestar. Ellos han establecido una serie de normas de acuerdo a las cuales las capacidades y las conductas del sí mismo han sido juzgadas, pero también han constituido regímenes cambiantes de significación a través de los cuales las personas pueden otorgarse significado a sí mismas y a sus vidas, y que son manifestados en técnicas para el modelamiento y la reforma del sí mismo. Mientras que muchos han anunciado la “muerte del sujeto” y han propuesto modelos alternativos de subjetividad, nadie ha sido tan provocativo como Gilles Deleuze y Félix Guattari. En este capítulo, después de discutir algunas teorías sobre la construcción lingüística o narrativa de la subjetividad, propongo una concepción de la subjetivación en términos de una serie de “pliegues” de la exterioridad, ellos mismos ensamblados y maquinados en dispositivos particulares. Sugiero aquí que lo psi ha jugado un rol fundamental en los pliegues a través de los cuales hemos llegado a narrarnos a nosotros mismos en la actualidad. Un análisis de estos “pliegues” psicológicos tiene cierto alcance para permitirnos comprender cómo, en tanto habitantes de esta particular zona espacio-temporal, hemos sido llevados a reconocernos a nosotros mismos como sujetos de la “libertad”.

       Capítulo 1

       ¿Cómo debería hacerse la historia del sí mismo?

      El ser humano no es la base eterna de la historia o la cultura humana, sino un artefacto cultural e histórico. Este es el mensaje contenido en las investigaciones emprendidas por una serie de disciplinas, las cuales han señalado de distintas formas la especificidad de nuestra concepción occidental moderna de la persona. Se ha sugerido que, en tales sociedades, la persona ha sido interpretada como un sí mismo, como una entidad naturalmente única y discreta, donde las fronteras del cuerpo encierran, como por definición, la vida interior de la psique, en la cual se inscriben las experiencias de una biografía individual. Sin embargo, las sociedades occidentales modernas son excepcionales al interpretar a la persona como un locus natural de creencias y deseos, con capacidades inherentes, como el origen autoevidente de acciones y decisiones, como un fenómeno estable que exhibe consistencia a través de diferentes tiempos y contextos. También son excepcionales al sostener y justificar sus dispositivos de regulación de la conducta sobre dicha concepción de la persona. Por ejemplo, gran parte de nuestros sistemas legales criminales, con sus nociones de responsabilidad e intencionalidad, operan tomando como base esta noción del sí mismo. De manera similar, nuestros sistemas morales son históricamente excepcionales en su valorización de la autenticidad y la emocionalidad asociada. Históricamente hablando también, no son menos excepcionales nuestras políticas que ponen tanto énfasis en los derechos, las elecciones y las libertades individuales. Es en estas sociedades donde la psicología ha nacido como una disciplina científica, como un saber positivo acerca del individuo y como una particular forma de decir la verdad sobre los seres humanos, y actuar sobre ellos. Más aún, pareciera que en estas sociedades los seres humanos han llegado a entenderse y relacionarse consigo mismos en tanto seres “psicológicos”, a interrogarse y narrarse a sí mismos en términos de una vida psicológica “interna”, donde se encontraría el secreto de su identidad, la cual debe descubrirse y realizarse, estableciendo el estándar que permitiría juzgar la “autenticidad” con que se ha vivido esa vida.

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