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durante el nazismo a la psicoterapia le fue asignada un papel en el alivio del malestar de los miembros de la Volksgemeinschaft alemana, pero no fue una tecnología ampliamente desplegada para la regulación de la conducta o la subjetividad (Cocks, 1985). De este modo, las relaciones entre el gobierno nazi y lo psi fueron complejas y ambivalentes. Geuter concluye que, mientras muchos psicólogos intentaron insertar su disciplina en los servicios de los órganos de dominación nazi, la psicología contribuyó poco a la estabilización de dicha dominación: su rol en la selección de oficiales para la Wehrmacht no fue necesaria ni particularmente significativa, no estuvo sistemáticamente involucrada en el desarrollo de propaganda oficial y no hay información acerca de la utilización de psicólogos por parte de los nazis y las SS en la persecución, tortura o asesinato (Geuter, 1992). Aunque la participación institucional de lo psi durante el período nazi otorgó ciertas condiciones claves para su posterior profesionalización, el dominio nazi no pareció requerir de una expertise neutral, racional y técnica de la subjetividad.

      Las disciplinas psi también jugaron un rol en los Estados comunistas. El rol de la psiquiatría en el confinamiento de los disidentes políticos en la Unión Soviética desde fines de la década de 1930 en adelante es bien conocido (Bloch & Redaway, 1977; United States Congress, 1973). Este fue, no obstante, sólo un elemento al interior de un set de estrategias puestas en funcionamiento después de la Revolución Bolchevique, que buscó desplegar la psiquiatría por todo el territorio social intentando prevenir enfermedades mentales y utilizar tácticas reeducativas con el fin de devolver a los ciudadanos inadaptados a la normalidad social y la productividad industrial. Otros estudios sobre la psicología soviética han sugerido que, en ciertos momentos históricos, las disciplinas psi fueron significativas en la regulación de la conducta de un nuevo ciudadano soviético, ya fuere como niños en edad escolar, como trabajadores o como un miembro perturbado de la sociedad (Wortis, 1950; Bauer, 1952; Rollins, 1972; Kozulin, 1984; Joravsky, 1989; para la historia interna de la psicología soviética, véase Cole & Maltzman, 1969). Al nuevo ciudadano comunista se le asignó una subjetividad particular, y esta subjetividad estaba conectada de manera clave al desarrollo y despliegue de lo psi. Por ejemplo, la psicotecnia fue utilizada en la industria en las décadas de 1920 y 1930, y el Congreso Internacional de Psicotecnia de 1931 fue realizado en la

      Unión Soviética, aunque enfatizando la distinción entre una psicotecnia burguesa, basada en la premisa de la inmutabilidad de las habilidades y diseñada para perpetuar el orden de las clases y la opresión de las minorías, y una psicotecnia soviética, que situaba el énfasis en las técnicas de entrenamiento que pudieran moldear y remodelar al trabajador para que llegara a cumplir con las exigencias de un trabajador especializado en la expansión de la economía (Bauer, 1952). Más aún, la expertise psicológica fue ampliamente utilizada al servicio de la pedagogía progresista para modelar las prácticas educativas y para la evaluación de los pupilos. En el mismo período, el estudio de las actitudes floreció brevemente y los tests psicológicos fueron ocupados para la selección de oficiales en el Ejército Rojo.

      En la segunda mitad de la década de 1930, casi todas estas estrategias psi para el gobierno del factor humano fueron detenidas. Un decreto de 1936 del Comité Central del Partido Comunista abolió la pedagogía: la sala de clases debía ahora ser gobernada de acuerdo a un régimen de disciplina militar, formación de hábitos e instrucción jerárquica (Kozulin, 1984). La evaluación psicológica a través de tests en la Unión Soviética fue prohibida: los tests fueron catalogados como instrumentos burgueses reaccionarios diseñados para perpetuar las estructuras de clase y como contrarios a los principios de la reeducación, que era central en la práctica de la reconstrucción socialista (Bauer, 1952). Del mismo modo, se declaró que los cuestionarios actitudinales que concernían a las perspectivas políticas del sujeto, o que “sondeaban en el lado más profundo e íntimo de la vida, debían ser categóricamente prohibidos” (ibíd.: 111). Aunque después de la Segunda Guerra Mundial hubo sin duda un renacimiento de la psicología, el rol gubernamental de la expertise psi en las naciones comunistas durante la postguerra aún debe ser analizado. De los pocos estudios detallados de los aparatos locales del partido que están disponibles, hay poca evidencia de que los expertos psi fueron de mucha importancia en las relaciones “pastorales” entre las burocracias del Partido Comunista, a través de las cuales la vida cotidiana era regulada en los antiguos Estados comunistas de Europa del Este en el período que precedió a su colapso (Horvath & Szakolczai, 1992).

      Si no discuto estas relaciones entre la gubernamentalidad no-li-beral y lo psi en estos ensayos, no es porque las considere insignificantes. Ciertamente no pretendo argumentar que los saberes y técnicas psi tienen necesariamente alguna simpatía o destino político, y menos aún uno liberal. El argumento que sigue tiene un alcance más limitado, pero que puede ser de mayor utilidad para entender los dilemas políticos y éticos que emergen hoy como eslóganes de la libertad y la autonomía a través de Europa Central y del Este, China y otras regiones que están en proceso de apertura a la penetración de la economía de libre mercado, las políticas culturales anticolectivistas y las tecnologías del consumo. Lo que deseo mostrar en estos estudios es que, en un período histórico y en un ámbito de dispersión geográfica particular y limitado, los lenguajes, las técnicas, las formas de expertise y los modos de subjetivación constitutivos de las democracias liberales modernas —ciertamente, del significado mismo de la vida—, han sido posibles y han sido moldeados por los modos de pensar y actuar que he denominado psi. De manera más decisiva, sugiero que lo psi se ha insertado en la forma y el carácter de lo que en nuestra política y nuestra ética tomamos por libertad, autonomía y elección, ya que, en el proceso, la libertad ha asumido una inevitable forma subjetiva.

      Por lo tanto, y de manera más general, lo que está en juego en estos análisis es nada menos que la propia libertad: la libertad como ha sido articulada en normas y principios para organizar nuestra experiencia del mundo y de nosotros mismos, la libertad como se realiza en ciertas formas de ejercer poder sobre los demás, la libertad como ha sido expresada en ciertos fundamentos para practicar la relación con nosotros mismos (cf. Rose, 1993). ¿Cómo hemos llegado a definirnos, y a actuar hacia nosotros mismos, en términos de una cierta noción de libertad? ¿Cómo ha proporcionado la libertad el fundamento para todo tipo de intervenciones coercitivas en las vidas de quienes son vistos como desprovistos de libertad o como siendo, ellos mismos, una amenaza para la libertad: los pobres, los sin hogar, los locos, los peligrosos o los vulnerables? ¿Cuáles son las relaciones entre las racionalidades y técnicas de gobierno que han intentado justificarse a sí mismas en términos de libertad, y aquellas prácticas del sí mismo reguladas por normas de libertad?

      Estos estudios sugieren que al menos una de las características centrales de la emergencia de este régimen contemporáneo del individuo libre, y de las racionalidades políticas del liberalismo para las cuales la libertad es tan preciada, ha sido la invención de una gama de tecnologías psi para gobernar a los individuos en función de su libertad. La importancia del liberalismo como ethos de gobierno más que como filosofía política no radica, por tanto, en el hecho de que reconoció, definió o defendió primero la libertad como un derecho de todos los ciudadanos. Su significación, más bien, es que por primera vez las artes de gobierno fueron sistemáticamente vinculadas a la práctica de la libertad y, por extensión, a las características de los seres humanos como potenciales sujetos de la libertad. Desde este punto en adelante, para citar a John Rajchman, los individuos “deben querer hacer su parte en el mantenimiento de los sistemas que los definen y delimitan, deben jugar su rol en un ‘juego’ cuya inteligibilidad y límites dan por supuestos” (Rajchman, 1991: 101). Las formas de libertad que habitamos hoy están intrínsecamente ligadas a un régimen de subjetivación en el cual los sujetos no son meramente “libres de elegir”, sino obligados a ser libres, a comprender y a poner en práctica sus vidas en términos de elección en condiciones que limitan sistemáticamente las capacidades de tantos para dar forma a su propio destino. Los seres humanos deben interpretar su pasado y soñar su futuro como resultado de decisiones personales tomadas o de decisiones aún por tomar, aunque sea en un estrecho rango de posibilidades cuyas restricciones son difíciles de discernir porque forman el horizonte de lo que es pensable. Sus decisiones son vistas, a la vez, como la realización de los atributos de ese sí mismo que puede

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