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en el siglo XIX la psicología inventó al individuo normal, en la primera mitad del siglo XX fue la disciplina de la persona social. Hoy, los psicólogos elaboran complejas técnicas emocionales, interpersonales y organizacionales a través de las cuales las prácticas de la vida cotidiana pueden ser organizadas en función de una ética del sí mismo autónomo. Correlativamente, la libertad ha llegado a significar la realización de los potenciales del sí mismo psicológico en, y a través de, actividades mundanas de la vida cotidiana. Aquí, la significación de la psicología es la elaboración de un saber-hacer de este individuo autónomo que lucha por autorrealizarse. Así, la psicología ha participado en la remodelación de las prácticas de aquellos que ejercen autoridad sobre otros —trabajadores sociales, gerentes, profesores, enfermeros—, alimentando y dirigiendo estas luchas individuales de las formas más apropiadas y productivas. La psicología inventó aquello que podemos llamar terapias de la normalidad o psicologías de la vida cotidiana, las pedagogías de la autorrealización diseminadas en los medios de comunicación masivos que traducen los enigmáticos deseos e insatisfacciones del individuo en formas precisas de inspeccionarse a sí mismo, de considerarse a sí mismo y de trabajar sobre sí mismo para alcanzar el potencial propio, ser felices y ejercer la autonomía. También dio origen a una gama de psicoterapias que buscan permitir a los seres humanos vivir como individuos libres subordinándose a una forma de autoridad terapéutica: para vivir como un individuo autónomo debes aprender nuevas técnicas para comprenderte y actuar sobre ti mismo. Así, la libertad es puesta en acto sólo al precio de confiar en los expertos del alma. Hemos sido librados de las prescripciones arbitrarias de las autoridades religiosas y políticas, permitiendo con ello una gama de diferentes respuestas a la pregunta por cómo debemos vivir, pero hemos sido atados a una relación con nuevas autoridades que son más profundamente subjetivantes en cuanto parecen emanar de nuestros deseos individuales de satisfacernos a nosotros mismos en nuestra cotidianidad, de construir nuestras personalidades, de descubrir quiénes somos realmente. A través de estas transformaciones hemos “inventado nuestros sí mismos”, con todos los ambiguos costos y beneficios que esta invención ha implicado.

       La estructura de este libro

      ¿Cómo debería hacerse la historia del sí mismo? En el primer capítulo de este libro sostengo que no deberíamos responder esta pregunta escribiendo una historia de la persona donde la individualidad y el individualismo funcionen como eventos claves en una transición a la “modernidad”, ni donde nuestro estado actual represente el momento de una transformación histórica fundamental similar en la forma del ser persona. Más bien, sugiero una aproximación que denomino “genealogía de la subjetivación”, una genealogía de nuestro moderno régimen del sí mismo —de nuestra “relación con nosotros mismos”—que toma la interiorizada, totalizada y psicologizada comprensión de lo que significa ser humano, como el lugar de un problema histórico. Propongo una aproximación a la analítica de esta relación con nosotros mismos que se enfoque en las prácticas al interior de las cuales los seres humanos han sido abordados y localizados. Esta analítica avanza a través de una serie de vías ligadas entre sí: problematizaciones, tecnologías, autoridades, teleologías y estrategias. Sostengo que los regímenes de subjetivación son heterogéneos y que esta heterogeneidad es significativa en relación a sus modos de funcionamiento. La heterogeneidad y la incrustación práctica de los regímenes de subjetivación nos permiten dar cuenta de la omnipresencia del conflicto, la agencia y la resistencia sin postular alguna subjetividad o deseo esencial. También hago algunas sugerencias sobre cómo una genealogía de la subjetivación puede conceptualizar el material humano sobre el cual la historia escribe, proponiendo algunos elementos de una mínima, débil o delgada concepción del ser humano.

      Recientemente ha habido una especie de renacimiento de trabajos históricos sobre psicología realizados bajo diferentes auspicios teóricos. En el Capítulo 2, defiendo un abordaje particular de la historia de la psicología que llamo “historia crítica”. Propongo que una historia crítica es una que nos ayuda a pensar sobre la naturaleza y los límites de nuestro presente, sobre las condiciones bajo las cuales aquello que tomamos por verdad y realidad ha sido establecido. La historia crítica perturba y fragmenta, revela la fragilidad de aquello que parece sólido, la contingencia de aquello que parece necesario, las raíces mundanas y cotidianas de aquello que reclama alta nobleza y desinterés. Nos permite pensar contra el presente, en el sentido de explorar sus horizontes y sus condiciones de posibilidad. Sus objetivos no son predeterminar el juicio, sino hacer el juicio posible. En este capítulo, contrapongo mi perspectiva sobre las relaciones entre lo psicológico, lo social y lo subjetivo a otras aproximaciones recientes a la historia de la psicología, la sociedad y el sujeto, argumentando que la psicología no debe ser vista como un efecto o instrumento del poder, sino como un dominio que está “disciplinado” en relación con ciertas prácticas y problemáticas de gobierno, que por su epistemología depende de ciertas formas institucionales y regímenes de juicio relativos a la conducta humana, y que, en tanto constituye un “saber-ha-cer”, hace posible ciertos “efectos de poder”. La psicología y todos los saberes psi han jugado un papel significativo en la reorganización de las prácticas y técnicas que, durante el siglo XX, han vinculado la autoridad a la subjetividad, especialmente en las políticas liberales y democráticas de Europa, Estados Unidos y Australia.

      Los críticos radicales frecuentemente suponen que la psicología está comprometida con el “individualismo” y que es, por lo tanto, una ciencia “antisocial”. En el Capítulo 3, argumento que la psicología es una ciencia profundamente social y que, incluso en sus aspectos más “individualistas”, debe ser conectada al campo de lo social. Como el capítulo previo demuestra, la psicología es social, primero, porque la verdad es un fenómeno constitutivamente social. Pero también es social en un segundo y correlativo sentido, dado que su nacimiento como disciplina diferenciada —su vocación y su destino— está íntimamente ligado a aquellas formas de racionalidad política y tecnología gubernamental que han dado nacimiento a aquel dominio de nuestra realidad que llamamos “social”: seguridad social, trabajo social, protección social. Es este vínculo entre psicología y gobierno social el que es explorado en este capítulo.

      Si es el caso que diversas prácticas, técnicas y formas de juicio que conciernen a los sujetos humanos han llegado a ser “psicologizadas”, ¿cómo debe esto ser entendido? En el Capítulo 4, propongo el concepto de téchne para pensar acerca de los modos en que la psicología ha penetrado en una amplia gama de “tecnologías humanas”, vale decir, de prácticas que buscan lograr resultados en términos de conducta humana, como reforma, eficiencia, educación, cura o virtud. Este capítulo examina algunas de estas tecnologías y avanza hacia una clasificación de ellas. Sostengo que los modos psicológicos de pensamiento y acción han llegado a sostener —y luego a transformar— una serie diversa de prácticas para lidiar con las personas y la conducta que eran previamente pensadas y legitimadas de otras maneras.

      Por supuesto, mientras que la psicología fue formada como una disciplina y una especialidad en el siglo XIX, las reflexiones acerca de la psique humana tienen una historia mucho más larga. Entonces, ¿qué es lo que diferencia a las ciencias psicológicas nacidas en el siglo XIX de aquellos discursos acerca del alma humana que las precedieron? ¿Cómo se vincula esta diferencia con otros acontecimientos sociales y políticos? ¿Qué produjo su “disciplinamiento”: el establecimiento de departamentos universitarios de psicología, programas de grado, laboratorios, revistas académicas, cursos de formación, asociaciones profesionales, estatus especializados de empleo, etc.? En el Capítulo 5, desarrollo la hipótesis de Michel Foucault acerca de que todas las disciplinas que llevan el prefijo “psi” o “psico” tienen su origen en lo que él denomina una inversión del eje político de la individualización. Es por ello que examino el rol de las ciencias psicológicas como técnicas para el disciplinamiento de la diferencia: individualizar a los seres humanos a través de la clasificación, de la calibración de sus capacidades y conductas, de la inscripción y fichaje de sus atributos y deficiencias, de la administración y utilización de su individualidad y variabilidad.

      Sin embargo, como he subrayado, la psicología tiene una vocación mucho más amplia que una simple “ciencia del individuo”. En el Capítulo 6, examino los vínculos entre la psicología social y la democracia.

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