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la calificación hubiera sido A+ sin duda. –Hace una pausa, su expresión es compasiva–. Pero esta no es una clase de negocios, es Biología y su tarea era presentar un trabajo relacionado con los temas que trabajamos este año. –Encoge los hombros–. Ahora bien, ecoturismo y biología ciertamente se superponen en varios aspectos, pero no mencionó ninguno de ellos. En cambio, habló de potencial de ganancias y campañas de marketing. Ahora… si creyera que aportó algo de lo que hay en ese informe, eso hubiera incrementado significativamente tanto su calificación individual como la combinada. Pero Quint y usted dejaron bien en claro que este proyecto no fue abordado como un trabajo en equipo. –Alza las cejas–. ¿Correcto?

      Lo miro seria. No puedo discutir y lo sabe. Por supuesto que no fue un trabajo en equipo. En mi opinión, es un milagro que Quint haya presentado el informe en primer lugar. Pero ¡no fue mi culpa que me emparejaran con él!

      Siento el peso repentino de las lágrimas detrás de mis ojos; nacen tanto de la frustración como de todo lo demás.

      –Pero trabajé tan duro en el proyecto –digo luchando, sin éxito, para mantener mi voz estable–. He estado investigando desde noviembre. Entrevisté líderes de la comunidad, comparé los esfuerzos de mercados similares. Yo…

      –Lo sé –responde asintiendo. Luce cansado y triste y, de alguna manera, hace que todo esto sea peor–. Y lo lamento mucho, pero simplemente no cumplió con la consigna del trabajo. Era un proyecto de ciencia, Prudence, no una campaña de marketing.

      –¡Sé que es un proyecto de ciencia! –Bajo la mirada hacia la carpeta en mis manos. La fotografía me devuelve el gesto, es una foca o un león marino o lo que sea, enredado en un hilo de pesca. Sus ojos abatidos hablan más fuerte que las palabras. Sacudo la cabeza y vuelvo a extender la carpeta para que el señor Chavez la vea–. ¿Y le dio a Quint una calificación más alta que a mí? Lo único que hizo fue tomar mis ideas y tipearlas y, según su nota de aquí, ¡ni siquiera hizo eso muy bien!

      El señor Chavez frunce el ceño y mece su peso sobre sus talones. Me está mirando como si, de repente, hubiera empezado a hablar en otro lenguaje. En ese momento me doy cuenta de que la clase se quedó en silencio. Todos nos están escuchando.

      Y ya no estoy parada aquí sola. Los ojos del señor Chavez saltan a un costado. Sigo su mirada y veo a Quint parado a mi lado con los brazos cruzados. No puedo leer su expresión, pero es casi como si le estuviera diciendo a nuestro profesor: “¿Ve? Esto es lo que tuve que soportar”.

      Enderezo mi espalda y resoplo tan fuerte que me duele la nariz, pero por lo menos evito que caigan las lágrimas.

      –Por favor –digo–. Nos dijo que este proyecto equivale al treinta por ciento de nuestra calificación y no puedo permitir que baje mi promedio. Debe haber alguna manera de arreglar esto. ¿Puedo hacerlo de nuevo?

      –Señorita Barnett –dice el señor Chavez con cautela–. ¿Leyó su informe?

      –¿Mi informe? –parpadeo.

      –El nombre de Quint no es el único allí. –Señala con sus dedos la portada–. Ahora bien, claramente, tuvieron problemas para trabajar juntos. De seguro, más que cualquier otro equipo que he tenido en esta clase. Pero, sin duda, por lo menos leyó el informe, ¿no?

      No me muevo. No hablo.

      Los ojos del señor Chavez, llenos de incredulidad, se posan en Quint y luego en mí. Suelta una risita y frota el puente de su nariz.

      –Bueno, eso explica algunas cosas.

      Bajo la mirada hacia la carpeta entre mis manos, por primera vez siento curiosidad por su contenido.

      –Si permito que lo haga de nuevo –dice nuestro profesor–, entonces tengo que ofrecerle la misma oportunidad a todos los demás.

      –¿Y? –Agito mi mano hacia el salón que está casi vacío–. Nadie lo hará.

      Frunce el ceño, aunque ambos sabemos que es verdad. Luego suelta otro suspiro, más largo esta vez y mira a Quint.

      –¿Qué piensa señor Erickson? ¿Está interesado en volver a presentar su proyecto?

      –¡No! –grito casi al mismo tiempo que Quint empieza a reírse como si esto fuera lo más gracioso que hubiera escuchado. Le echo un vistazo, horrorizada e intento darle la espalda mientras vuelvo a enfrentar al señor Chavez–. No quise decir… Me gustaría hacer el informe de nuevo. Solo yo esta vez.

      Nuestro profesor empieza a sacudir la cabeza cuando Quint recupera el aliento y añade.

      –Sí, nop, estoy bien. Perfectamente feliz con mi calificación, gracias.

      –¿Ve? –Gesticulo hacia él.

      –Entonces, no. –El señor Chavez encoge los hombros cansado–. Lo lamento.

      Sus palabras me golpean y ahora siento que soy la única que tiene dificultades para comprender.

      –¿No? Pero estaba a punto de…

      –Ofrecerles a ambos la oportunidad de volver a presentarlo, si quisieran hacerlo. Y… –eleva la voz mirando a mis compañeros– a cualquiera que sienta que no hizo su mejor esfuerzo en el proyecto y quisiera otra chance. Pero… este es un trabajo en equipo. O todo el equipo trabaja para mejorar su calificación o no cuenta.

      –¡Pero no es justo! –digo. La queja en mi voz me incomoda. Sueno como Ellie, pero no puedo evitarlo. Quint dice que no lo hará. ¡No debería tener que depender de él, una de las personas más perezosas que conozco, solo para mejorar mi calificación!

      Detrás de mí, Quint se ríe disimuladamente y giro en llamas hacia él. Se calla en el acto y luego gira en sus talones y camina hasta nuestra mesa a paso relajado. El señor Chavez empieza a garabatear algo en la pizarra blanca. Bajo mi voz mientras doy un paso adelante.

      –Entonces, quiero un compañero diferente. Lo haré con Jude.

      –Lo lamento, Prudence. –Sacude la cabeza–. Le guste o no, Quint es su compañero.

      –Pero no lo elegí. No debería ser castigada por su falta de motivación. Y ha visto que siempre llega tarde. ¡Ciertamente no le importa esta clase, la biología marina o este proyecto!

      El señor Chavez deja de escribir y me mira. Quiero creer que está reconsiderando su postura, pero algo me dice que no es el caso. Cuando habla, mi irritación solo aumenta con cada palabra.

      –En la vida –dice hablando lento–, raramente podemos elegir las personas con las que trabajamos. Nuestros jefes, nuestros colegas, nuestros estudiantes, nuestros compañeros. Rayos, ni siquiera podemos elegir nuestras familias, salvo nuestras parejas –encoge los hombros–. Pero tienes que arreglártelas. Este proyecto se trataba tanto de descifrar cómo trabajar juntos como de biología marina. Y lo lamento, pero no lo lograron –alza la voz y se vuelve a dirigir a la clase–. Si alguien quiere volver a presentar su proyecto, envíeme su trabajo corregido antes del quince de agosto y deben incluir un resumen de cómo se dividió el trabajo.

      Aprieto los dientes. Me doy cuenta de que estoy aferrándome a la carpeta, estrujándola contra mi pecho. El señor Chavez vuelve a centrar su atención en mí y le echa un vistazo a la carpeta, sin duda nota mis nudillos empalidecidos.

      –Un consejo, Prudence.

      Trago fuerte, no quiero escuchar lo que quiera decir, pero ¿qué opción tengo?

      –Esto es Biología. Tal vez debería pasar algo de tiempo aprendiendo sobre los animales y los hábitats que su plan intenta proteger con tanto ímpetu y podrá decirle a la gente por qué debería preocuparse. Por qué los turistas deberían preocuparse. Y… –Señala la carpeta con su marcador–. Tal vez debería tomarse el tiempo de leer lo que escribió su compañero. Estoy seguro de que esto le sorprenderá, pero, de hecho, tiene ideas muy buenas.

      Me lanza una mirada que bordea una reprimenda y vuelve a mirar

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