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repleta de muñecos funco de El Señor de los Anillos a la gente le cae bien Jude. Tiene su propio tipo de encanto. Tiene una presencia tranquilizante y agradable.

      Es una razón más por la que nadie cree que somos familia. Entonces, si Ari está interesada en hacer amigos, él está más preparado para ayudarla. Me estiro, tomo la funda de la guitarra de Ari y la acerco más a mi lado.

      –¿No te meterás en el agua, Prudente? –Levanto la mirada y veo a Jackson Stult mirándome con una sonrisita socarrona. Ahora que tiene mi atención, se ríe y se golpea la cabeza de manera exagerada–. Olvídalo, fue una pregunta estúpida. Quiero decir, básicamente eres alérgica a la diversión, ¿no?

      –Nop, solo soy alérgica a los idiotas –digo antes de añadir en tono inexpresivo–: Achu.

      El chico se ríe por lo bajo y me saluda con la mano como si esta hubiera sido una interacción agradable antes de seguir su camino y unirse a sus amigos igualmente detestables.

      Sus palabras arden, aunque sé que no deberían. Después de todo, esto es todo lo que sé sobre Jackson Stult: uno, le importan más sus jeans de diseñador y sus camisas de marca que cualquier otra persona que conozco y dos, hará cualquier cosa por una carcajada, incluso si es a costa de otra persona. Y suele ser a costa de alguien.

      Me ofendería más si le cayera bien.

      Pero de todas formas.

      De todas formas.

      El ardor está allí.

      Pero si el plan de Jackson era arruinar mi noche, me rehúso a permitirlo. Me acuesto sobre la manta y miro hacia las nubes anaranjadas que sobrevuelan sobre mi cabeza. Intento sumergirme en las buenas cosas de este momento. Risas en la playa. El movimiento estable de las olas. El sabor a sal y el aroma a humo mientras preparan el fuego. Estoy demasiado lejos para sentir el calor de las llamas, pero la manta y la arena están cálidas tras haber recibido los rayos del sol toda la tarde.

      Estoy relajada.

      Estoy satisfecha.

      No pensaré en proyectos escolares.

      No pensaré en bravucones sin carácter.

      Ni siquiera pensaré en Quint Erickson.

      Suelto una exhalación larga y lenta. Leí en algún lugar que meditar regularmente puede ayudar a perfeccionar tu concentración y, con el tiempo, mejorar tu eficiencia y productividad. He estado intentando practicar meditación desde entonces. Parece sencillo. Inhala. Exhala. Concéntrate en tu respiración.

      Pero siempre hay pensamientos que invaden la serenidad. Siempre hay distracciones.

      Como en este momento y el chillido aterrorizado que atraviesa la playa repentinamente.

      Me apoyo sobre mis codos. Jackson está cargando a Serena McGinney hacia el agua riéndose, su cabeza está inclinada hacia atrás casi como un maniático mientras Serena lo golpea y lucha contra él.

      Con el ceño fruncido, me siento erguida por completo. Todos saben que Serena le teme al agua. Fue de público conocimiento cuando se negó a participar en las clases de natación obligatorias hace unos años, hasta trajo una nota de sus padres excusándola de todas las actividades en la piscina. No tiene una simple aversión, como yo; te tiene fobia.

      Sus gritos se intensifican cuando Jackson se acerca al borde del agua. La carga como si fuera una damisela, y hasta ahora, Serena había luchado con sus brazos y piernas intentando liberarse. Pero su actitud ha cambiado y se aferra al cuello de Jackson y grita:

      –No te atrevas, ¡no te atrevas!

      Entrecierro los ojos. Escucho a uno de sus amigos alentarlo.

      –¡Déjala caer! ¡Hazlo!

      Trago. No creo que lo haga, pero no lo sé con seguridad.

      –Por favor, ¡apenas me mojo los talones! –dice Jackson. Apela a su audiencia, es claro que a Serena no le resulta divertido. Está completamente pálida y, aunque debe estar odiando a Jackson en este momento, sus brazos siguen aferrados al cuello del chico como una enredadera.

      –Jackson Stult, ¡idiota! ¡Bájame!

      –¿Qué te baje? –dice–. ¿Estás segura?

      Sus amigos ahora lo alientan. Un cántico enfermo; hazlo, hazlo, hazlo.

      Me pongo de pie y acomodo mis manos alrededor de mi boca.

      –¡Déjala tranquila, Jackson!

      Sus ojos encuentran los míos y sé que fue un error. Ahora es un desafío. ¿Lo hará o no?

      Planto mis manos en mis caderas e intento informarle por ósmosis que, si tiene algo de dignidad en su cuerpo, la dejará en paz.

      Vuelve a reírse, es un sonido casi cruel. Luego, con un movimiento fluido, libera las piernas de Serena y usa sus manos para desprender las manos de la chica de su cuello. Ella sigue intentando envolver sus rodillas alrededor de él, Jackson la lanza tan lejos como puede hacia las olas.

      El grito perfora mis oídos. Los amigos de Jackson festejan.

      No es muy profundo, pero cuando aterriza de espaldas, el agua casi llega a su cuello. Se pone de pie como puede y sale disparada hacia la playa; su vestido está cubierto de arena y se pega a sus muslos.

      –¡Infeliz! –chilla y empuja a Jackson en el estómago cuando pasa por al lado de él a toda velocidad.

      Jackson apenas se mueve, solo se estira y limpia la mancha de arena que Serena dejó en su camisa.

      –Ey, esto solo se lava en seco –su voz está cargada de diversión.

      Serena se marcha enfadada, intenta separar la falda mojada de sus caderas. Cuando pasa junto a mí, veo lágrimas de cólera en sus ojos.

      Aprieto los dientes cuando vuelvo a mirar a Jackson. Sus brazos están alzados victoriosamente. No muy lejos, con el agua a las rodillas, Ari lo observa con clara confusión.

      –Ey –dice Sonia Calizo indignada, pero lo suficientemente fuerte para que casi toda la playa pueda oírla–, casi se ahogó cuando era niña.

      –No se ahogaría, Dios –Jackson la mira con desdén–. Apenas hay medio metro de profundidad.

      –¿No viste lo asustada que estaba? –interviene Ari. Me sorprende. No es típico de Ari confrontar a la gente, mucho menos a un total desconocido. Pero también tiene un fuerte sentido de justicia, así que tal vez, no debería sorprenderme en absoluto.

      Como sea, Jackson la ignora, su rostro sigue alardeando, hay una ausencia total de arrepentimiento.

      Exhalo y, mientras Jackson da un paso hacia la orilla, imagino que se tropieza y cae de frente a la arena. Imagino que sus prendas lindas y costosas se cubren de agua salada y porquerías.

      Aprieto mis puños.

      Jackson da otro paso y contengo la respiración, esperando.

      No pasa nada. No se tropieza. No cae.

      Mis hombros se desploman. Me siento tonta por creer, incluso por un segundo, que las coincidencias de las últimas veinticuatro horas podrían haber sido causadas por mí. ¿Cómo? ¿Una especie de castigo cósmico investido en mí por el universo?

      Sí, seguro.

      De todos modos, la decepción me cubre como una ola.

      Como… como esa ola.

      La risa de los amigos de Jackson también se detiene cuando la divisan. Una ola, una de las más grandes que haya visto, se erige detrás de Jackson y lo encuadra debajo de su corona espumosa.

      Al ver la expresión de sus amigos, Jackson se da vuelta. Es demasiado tarde. La ola lo golpea y lo voltea. No se detiene allí. El agua avanza sobre la playa y moja las

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