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      –¿Qué te parece? –dice Quint jovialmente mientras me dejo caer en el asiento al lado de él–. De hecho, tengo muy buenas ideas, ¿quién lo hubiera dicho?

      No respondo. Mi corazón palpita en mis oídos.

      Esto es tan injusto.

      Tal vez puedo hablar con la directora. Seguramente esto no puede permitirse.

      Fulmino con la mirada al señor Chavez mientras revisa las calificaciones finales con algunos otros estudiantes. Debajo de mi mesa, mis manos formaron dos puños tensos. Imagino que la lapicera del profesor tiene una pérdida y mancha toda su camisa con tinta azul oscura. O deja caer su café sobre el teclado de su computadora. O…

      –¡Buen día, señor C! –brama Ezra y, en su camino al cesto de papeles, le da un golpe fuerte al señor Chavez en la espalda.

      –¡Ay! –grita profesor y se lleva una mano a la boca–. Ezra, modérate, hiciste que mordiera mi lengua.

      Baja su mano y estoy demasiado lejos para estar segura, pero creo que puedo ver un poquito de sangre. Mmm…

      No esperaba daño físico necesariamente, pero ¿sabes qué? Lo tomo.

      –Lo lamento. Olvidé que eras viejo y frágil –Ezra inclina la cabeza en su camino a su mesa en donde Maya está revisando su trabajo.

      Me acomodo en mi asiento. Me siento un poquito más tranquila, pero sigo hirviendo por la calificación.

      –¡B+! –Ezra festeja ruidosamente y le ofrece a Maya chocar los puños–. ¡Excelente!

      –¿Hasta Ezra obtuvo una calificación más alta que nosotros? –Quedo boquiabierta–. ¡Lo único que hizo fue hablar del sabor de la sopa de aleta de tiburón!

      No. Esto no puede ser.

      Mientras tanto, Quint sacó su teléfono y está mirando sus fotos, tan relajando como le es posible.

      Mi mente da vueltas y considero lo que el señor Chavez dijo sobre mi maqueta, mi presentación. No puedo comprender qué le cambiaría. ¿Más ciencia? ¿Más biología? ¿Más discurso sobre los hábitats locales? Hice todo eso.

      ¿No?

      De todos modos, tenga razón o no, una C y una B- me miran desde la nota adhesiva. Exhalo con fuerza por mis fosas nasales.

      –¿Quint? –digo. Con voz suave y despacio, con la mirada clavada en esa odiosa nota.

      –¿Sí? –responde exasperantemente alegre.

      Trago fuerte. Debajo de la mesa, hundo los dedos en mis muslos como precaución. Para evitar estrangularlo.

      –¿Volverías…? –aclaro mi garganta–. Por favor, ¿volverías a hacer este proyecto conmigo?

      Por un momento, los dos nos quedamos quietos. Como estatuas. Puedo verlo por el rabillo del ojo. Espera hasta que la pantalla de su teléfono se oscurece y seguimos en silencio.

      Mi concentración cae por el borde de la mesa. A sus manos y al teléfono que está sosteniendo con fuerza. Estoy obligada a girar la cabeza. Solo lo suficiente. Solo hasta poder mirarlo a los ojos.

      Me está mirando fijo. Sin ninguna expresión.

      Contengo la respiración.

      Finalmente, habla con un tono cargado de sarcasmo.

      –Es una oferta tentadora. Pero… no.

      –Oh, vamos –digo y giro para enfrentarlo por completo–. ¡Tienes que hacerlo!

      –Ciertamente, no.

      –¡Pero oíste lo que dijo el señor Chavez! Tiene que ser un trabajo de equipo.

      –Ah –suelta una carcajada–, ¿y ahora se supone que debo creer que seremos un equipo? –Sacude la cabeza–. No soy masoquista. Paso.

      –Muy bien, clase –dice el señor Chavez y aplaude para llamar nuestra atención–. Consideren el día de hoy como un período libre mientras califico estos trabajos.

      La clase explota con felicidad al saber que no tomará un examen de último minuto.

      La mano de Quint sale disparada al aire, pero no espera a que le den la palabra.

      –¿Podemos cambiarnos de lugar?

      La mirada del señor Chavez sale disparada hacia nuestra mesa y aterriza en mí brevemente.

      –Está bien, solo no hagan ruido, ¿okey? Tengo que trabajar.

      La butaca de Quint araña el suelo de linóleo. Ni siquiera me mira mientras junta sus cosas.

      –Nos vemos el año que viene –dice antes de irse a sentar con Ezra.

      Gruño mientras festejan con un choque los cinco sus calificaciones. ¡Quint no puede estar a cargo de mi calificación, mi éxito, mi futuro!

      –¿Pru? ¿Estás bien? –pregunta Jude y se desliza en el asiento vacío de Quint.

      Giro hacia él, siento una tormenta en mi interior.

      –¿Qué calificación recibieron Caleb y tú?

      Jude vacila antes de mostrarme un papel de su carpeta. Es otra nota adhesiva azul con calificación perfecta.

      Gruño molesta. Luego, al notar cómo debe sonar eso, le lanzó una mirada de envidia.

      –Quiero decir, bien por ti.

      –Muy convincente, hermana. –Le echa un vistazo a la cabeza de Quint–. ¿Realmente quieres volver a hacerlo?

      –Sí, Quint se niega. Pero pensaré en algo. No puede evitar que vuelva a presentar mi parte del proyecto, ¿no?

      –¿Quint o el señor Chavez?

      –Ambos. –Me cruzo de brazos con mala cara–. Aparentemente, no incluí suficiente ciencia. Así que ahora pienso incluir toda la ciencia del mundo en este informe. Diagramaré un sector turístico en Fortuna Beach tan embarrado en ciencia que sus residentes recibirán un título en ciencia por solo vivir aquí.

      –Excelente. Eso me ahorrará mucho dinero en universidad.

      Jude toma su cuaderno de dibujo y empieza a trabajar en un grupo sangriento de duendes devastados por la guerra. No tiene problema para relajarse, y tampoco debería con su calificación perfecta.

      Al final de la clase, el señor Chavez reparte la tarea. Nuestro último trabajo intrascendente. Por haber elegido las adaptaciones del pez rape, recibo una A+. No calma mi ira para nada.

      Tan pronto suena la campana, dejo a Jude detrás mientras empieza a guardar su cuaderno. Quint y Ezra ya están cruzando la puerta. Los persigo.

      –¡Espera! –digo y tomo el brazo de Quint.

      Su… ¿bíceps?

      Guau.

      Quint gira hacia mí. Por un momento está sorprendido, pero su expresión se relaja rápidamente.

      –Ahora estás actuando como una desesperada.

      Apenas lo miro. ¿Qué hay debajo de su camiseta?

      –¿Prudence?

      Regreso a la realidad y remuevo mi mano. Siento calor en las mejillas. Quint entrecierra los ojos con desconfianza.

      –Por favor –escupo–. No puedo tener una C en mi registro académico.

      Sus labios se inclinan hacia un costado como si mis pequeños problemas le resultaran hilarantes.

      –Haces que suene como si fueras a la cárcel. Solo es Biología de secundaria, sobrevivirás.

      –¡Escuché eso! –grita el señor Chavez; está acomodando

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