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cavando frenéticamente en la arena.

      –¿Qué? –pregunta Katie y retrocede mientras Maya da vuelta la esquina de su toalla–. ¿Qué sucede?

      –Mi arete –dice Maya–. ¡Perdí un arete! ¡Deja de mirar y ayúdame a buscar!

      Sus amigas todavía lucen un poco asombradas, pero no discuten. Las tres examinan la arena. Cada tanto Maya se detiene y toca su oreja, luego toca su suéter y revisa su cabello. Rápidamente es obvio que su búsqueda es en vano.

      Una sonrisa aparece en mis labios y creo que entendí algo. Karma al instante.

      Tal vez tenga que ser en el momento. Un castigo inmediato por un mal causado. No le sucedió nada a Quint porque nuestra pelea fue hace horas.

      Pero Maya estaba siendo cruel ahora.

      Luce dolorida, está casi al borde las lágrimas cuando termina su búsqueda, pero no siento ni un poquito de pena. De seguro su arete era elegante y costoso. Puedo ver el par colgando de su otra oreja. Es una joya con forma de gota con una piedra en el centro que creo que podría ser un diamante. Tal vez le pertenecen a su mamá y estará furiosa por la pérdida. O tal vez es un recuerdo para celebrar uno de los tantos logros de Maya como “Estudiante de la semana”, “¡Doné sangre!” o algo así. No me importa. Hirió a mi hermano y merece pagar el precio.

      Giro en mis talones y camino hacia mis amigos. Hay un nuevo rebote en mis pasos. Mis dedos están cosquilleando como si este inesperado poder cósmico estuviera arremolinándose en mis venas.

      Estoy tan distraída que casi no noto el balón de vóley avanzando hacia mí. Mi instinto se activa y me inclino hacia abajo con un grito.

      Una figura emerge en mi periferia, golpea el balón y lo lanza hacia la red.

      Levanto la mirada, parpadeo, mis brazos siguen cubriendo mi cabeza para protegerla. Quint aprieta los labios y sus ojos dan vueltas. Es claro que está haciendo todo lo que puede para no reírse de mí.

      –¿Qué pensaste que era? ¿Un tiburón?

      Dejo caer mis brazos. Intento recuperar mi dignidad de la mejor manera que conozco, es decir, con desdén evidente.

      –Estaba distraía –digo fulminándolo con la mirada–. Me sorprendió.

      Quint suelta una risita.

      –Nos falta un jugador. Supongo que no estarás interesada.

      Me río a carcajadas. Si tengo un don natural para algún deporte, todavía no lo he descubierto. Definitivamente nada de lo que nos hacen jugar en la clase de Gimnasia.

      –Ni siquiera un poquito. Pero, gracias por… eso.

      –¿Rescatarte? –dice lo suficientemente fuerte para que alguien cerca pueda oír. Luce casi en júbilo–. ¿Podrías decir eso otra vez? Más fuerte esta vez –Se inclina hacia mí y envuelve su oreja con su mano.

      Mi mirada asesina se intensifica.

      –Vamos –me alienta–, creo que las palabras exactas que buscas son: “Gracias por salvar mi vida, Quint. ¡Eres el mejor!”.

      Resoplo. Luego, se me ocurre una idea y sonrío dando un paso hacia él. Debe notar algo preocupante en mi rostro porque retrocede un paso en el acto. Su expresión de diversión cambia a desconfianza.

      –Te agradeceré después de que accedas a rehacer el proyecto de Biología conmigo.

      Gruñe.

      –¡Vamos, Quint! –grita una chica detrás de él–. Sigues jugando, ¿no?

      –Sí, sí –dice y agita una mano para desestimarla. Le echo un vistazo a la chica. Me está observando con los labios arrugados hacia un costado.

      No te preocupes, quiero decirle, es todo tuyo.

      Quint empieza a caminar hacia la red, alza un dedo y me señala directamente.

      –La respuesta sigue siendo no –dice–. Pero aprecio tu persistencia.

      Se voltea y trota de vuelta hacia el juego.

      –Ey, Prudence –grita una voz.

      Necesito un minuto para darme cuenta de que es Ezra Kent; está del otro lado de la red esperando a que siga el juego. Una vez que captó mi atención, señala con su mentón a algo detrás de mí.

      –¿Quién es la chica sexi con la guitarra?

      Parpadeo y miro a mi alrededor. Por un momento, me olvido de qué estoy haciendo o a dónde estaba yendo. Luego veo a Ari sentada con las piernas cruzadas y la guitarra acomodada en su regazo, pero no está tocando. Está hablando con algunas personas de la escuela; una chica que sé que está en la banda de jazz y un par de estudiantes de último año con los que nunca hablé. Jude también está allí, pero está sentado ligeramente apartado del grupo, sigue cabizbajo. Sus pies descalzos están enterrados en la arena.

      Giro en mi lugar y le lanzo una mirada de advertencia a Ezra.

      –Alguien fuera de tu liga.

      –Me gusta un desafío.

      Frota sus manos de manera exagerada.

      –Y le gusta la gente con integridad, así que no pierdas tiempo. –Esbozo una sonrisa empalagosa.

      –Ay, Dios. –Se ríe a carcajadas–. Te extrañaré este verano.

      –Serás el único –murmuro y pongo los ojos en blanco. Estoy por marcharme cuando se me ocurre algo. Vacilo, giro justo cuando Quint está a punto de sacar.

      –Ey, ¿Quint?

      Se detiene y me mira. Camino hacia él para poder hablar en voz baja y una de sus enormes cejas se arquea, como con sospecha.

      –¿Sabes? Jude puede defenderse en un juego de vóley, si sigues interesado en otro jugador.

      Puede que sea una mentira. Puede que no. Mi hermano y yo no hemos hecho deporte juntos desde sexto de primaria así que honestamente no tengo idea de cuán bueno sea en vóley.

      –Sí, genial –Quint mira a mi hermano–. ¡Jude! ¿Quieres jugar?

      Sigo caminando, hago mi mejor esfuerzo para lucir normal y que Jude no note que instigué esta invitación. Pero funciona, un par de segundos después, Jude trota por la playa. Me asiente, tal vez se da cuenta que esta es la primera vez que nos vemos desde que llegamos.

      –¿Todo bien, hermana? –pregunta cuando pasa. Comprendo el trasfondo de la pregunta. Su verdadero significado. No quería venir a esta fiesta en primer lugar. Básicamente nos arrastró a Ari y a mí.

      Pero pienso en la ola que impactó contra Jackson y la voz en pánico de Maya mientras buscaba su arete perdido y la pequeña multitud que se detuvo para escuchar a Ari y a su guitarra y, de repente, estoy sonriendo. Una sonrisa real. Una expresión absurda y encantada de total felicidad.

      –Siendo honesta, estoy pasándola muy bien. –Inclino mi cabeza hacia la red de vóley–. ¿Jugarás?

      –Sí, le daré una oportunidad. Intentaré no hacer el ridículo.

      –Tú puedes.

      Le doy un golpecito en el hombro de aliento y seguimos caminando.

      La arena debajo de mis pies se torna más liviana mientras regreso hacia Ari; siento que todo el poder del universo está en la punta de mis dedos.

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