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no puedo entender qué está diciendo.

      –Está bien, Pru –dice otra voz, más grave. Una voz que suena muy parecido a… ¿Quint?

      Pero Quint nunca me llamó “Pru”.

      Una mano se desliza detrás de mi cabeza. Siento dedos en mi cabello. Mis ojos luchan para volver a abrirse y, esta vez, la luz es menos intensa.

      Quint Erickson está arrodillado junto a mí, me observa con una expresión que es extrañamente intensa, en especial con esas cejas oscuras encorvadas sobre su mirada. Es tan diferente de su sonrisa tonta habitual que me genera una dolorosa risa.

      –¿Prudence? –parpadea–. ¿Estás bien?

      Las palpitaciones en mi cabeza empeoran, dejo de reírme.

      –Bien. Estoy bien. Es solo que… esta canción…

      Quint mira el monitor como si se hubiera olvidado por completo que había música sonando.

      –No tiene sentido –continúo–. Nunca encontré una boina frambuesa en una casa de segunda mano. ¿Tú sí?

      Aprieto los dientes por la segunda ola de palpitaciones en la cabeza. Probablemente debería dejar de hablar.

      –Podrías tener una conmoción cerebral –Quint está todavía más serio.

      –No –gruño–. Tal vez, ay.

      Me ayuda a sentarme.

      Ari está a mi otro lado. Trish Roxby también está cerca, se muerde una uña. Al lado de ella, hay una camarera con un vaso de agua que seguramente es para mí. Hasta la amiga de Quint, Morgan, abandonó su teléfono al fin y me mira casi como si le importara.

      –Estoy bien –digo sin arrastrar las palabras. Por lo menos, creo que no lo hago. Me da confianza y las repito con más énfasis–. Estoy bien.

      Ari levanta dos dedos delante de mi rostro.

      –¿Cuántos dedos ves?

      –Doce –respondo seca mientras la miro con el ceño fruncido. El dolor punzante de mi cabeza empieza a ceder y entonces me doy cuenta de que Quint sigue sosteniéndome, sus dedos están enredados en mi cabello.

      Una sensación de alarma cubre mi cuerpo y empujo su brazo.

      –Estoy bien –Quint luce sorprendido, pero no particularmente herido.

      –Tu amigo tiene razón –dice Carlos–. Podrías tener una conmoción cerebral. Deberíamos…

      –No es mi amigo –lo interrumpo. Es un reflejo. Ya empecé, así que continúo con un dedo en alto–. Además, he visto la manera en que maneja los resultados de laboratorio. Discúlpenme si no tengo mucha confianza en el diagnóstico del doctor Erickson.

      –Bueno, suena como ella –dice Ari.

      Me estiro para tomar el borde de la mesa y la uso para incorporarme. Apenas me pongo de pie, me siento mareada. Me estabilizo en la mesa y cierro los ojos con fuerza.

      Llevo mi mano libre a mi cabeza. Hay un golpe, pero por lo menos no estoy sangrando.

      –Prudence –dice Quint, sigue estando demasiado cerca–. Esto podría ser serio.

      Giro para mirarlo tan rápido que algunas estrellas aparecen y desaparecen en mi visión e interrumpen mi respuesta apresurada.

      –Ah, ¿ahora decides tomarte algo seriamente? –digo mientras las estrellas empiezan a disiparse.

      –¿Por qué me molesto?

      Retrocede un paso, desanimado y luego frota su nariz.

      –¿Por qué te molestas? No necesito tu ayuda.

      Su expresión se endurece y alza sus manos rindiéndose.

      –Claramente.

      Pero, en vez de marcharse, se estira para tomar algo detrás de mí. De repente está tan cerca que presiono mi cadera contra la mesa con una ráfaga de pánico. Quint toma la pila de servilletas que esos idiotas rechazaron y se voltea sin prestarme atención, sin siquiera notar mi reacción. Lanza las servilletas sobre la bebida derramada en el suelo y comienza a limpiar. Empuja las húmedas con la punta de sus tenis.

      –¿Pru? –Ari toca mi codo–. En serio, ¿deberíamos llamar a una ambulancia? O podría llevarte al hospital.

      –Por favor, no –suspiro–. No estoy desbarajustada o algo así. Me duele un poquito la cabeza, pero eso es todo. Solo necesito un paracetamol.

      –Si puede utilizar palabras como “desbarajustada” correctamente, es probable que esté bien –dice Trish y puedo notar que está tratando de colaborar–. Tienes sed, ¿cariño?

      Extiende el vaso de agua hacia mí, pero sacudo la cabeza.

      –No, gracias, pero creo que iré a casa. –Giro hacia Ari–. Mi bicicleta está afuera, pero…

      –Te llevaré en el auto –replica sin dejarme terminar. Se hunde en nuestra cabina y toma nuestras cosas.

      –Gracias –murmuro. Siento que debería decir algo, hacer algo. Carlos y Trish, Quint y Morgan siguen todos allí, observándome. Bueno, Quint está lanzando las servilletas húmedas en un cesto de basura y evita mirarme a los ojos, pero los demás tienen la mirada clavada en mí, expectantes. ¿Se supone que debo abrazarlos o algo?

      Carlos me salva, apoya una mano sobre mi hombro.

      –¿Me llamarías mañana o pasarías por el restaurante después de la escuela o algo? Quiero saber que estás bien, ¿sí?

      –Sí, por supuesto –digo–. Mmm… el karaoke… –miro a Trish detrás de él–, de hecho, es una buena idea. Espero que lo sigan haciendo.

      –Todos los martes a las seis –replica Trish–. Por lo menos, ese es el plan.

      Sigo a Ari hacia la puerta trasera. Hago un esfuerzo consciente para no mirar a Quint, pero siento su presencia allí de todos modos. El retorcijón en mi estómago se siente culpable. Solo estaba intentando ayudarme, probablemente no debería haberle respondido así.

      Pero tuvo todo el año para ayudar; es demasiado tarde.

      Ari empuja la puerta y estamos en el estacionamiento con suelo de grava detrás de Encanto. El sol acaba de ponerse y el océano trae una brisa refrescante, llena de sal y familiaridad. Me siento revivida instantáneamente, a pesar del dolor en mi cabeza.

      Ari conduce un auto celeste turquesa de los sesenta; un auto bestial que sus padres le regalaron para su cumpleaños número dieciséis. Intenta no darle mucha importancia, pero su familia tiene dinero. Su mamá es una de las agentes inmobiliarias más exitosas del país y ha hecho una pequeña fortuna vendiéndoles casas de vacaciones elegantes a personas muy adineradas. Así que cuando Ari se enamora de algo completamente impráctico como un auto vintage, no es una gran sorpresa que uno aparezca en su garaje. Lo que podría ser suficiente para que algunos adolescentes se crean mejor que los demás, pero su abuela, que vive con ellos, parece tener bien controlado ese aspecto. Sería la primera persona en bajar a Ari del pedestal si alguna vez se comportara como una malcriada, aunque no creo que haya motivo de preocupación con Ari. Básicamente es la persona más amable y generosa que conozco.

      Intento ayudar a Ari a cargar mi bicicleta en la parte trasera de su auto, pero me urge a que entre en el auto y me quede tranquila. El dolor de cabeza volvió a empeorar, así que no discuto. Me dejo caer en el asiento del copiloto y me reclino contra el respaldo.

      A veces pienso que Ari intenta vivir su vida intencionalmente como si estuviera en un documental de época. Viste casi todas prendas vintage, como el jardinero amarillo-mostaza que tiene ahora, conduce un auto vintage y hasta toca una guitarra vintage. Aunque conoce mucha más música contemporánea que yo, su verdadera pasión son los cantautores en auge de los setenta.

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