Скачать книгу

pero no por Ari. Le creo, no es algo que ella haría. ¿Habrá otra Prudence en el bar? ¿Qué tan probable es eso? Nunca conocí a alguien con mi nombre y nadie más se acerca al escenario.

      –Jude debe haberme anotado disimuladamente antes de irse –digo.

      –No tienes que hacerlo –asegura Ari–. Dile que cambiaste de opinión o que alguien te anotó sin preguntarte.

      Mis ojos encuentran a Quint. Está mirando sobre su hombro, sorprendido. Curioso.

      Mi pulso comienza a acelerarse. Ari tiene razón. No tengo que subirme al escenario. No me anoté, no accedí a hacer esto.

      Mis palmas se humedecen. Ni siquiera abandoné la cabina y ya siento los ojos de las personas sobre mí. Esperando. Juzgando. De seguro, solo es mi imaginación, pero eso no evita que se tense mi garganta.

      –¿Prudence? –Trish me busca entre la audiencia–. ¿Estás aquí?

      –¿Quieres que le diga que cambiaste de opinión? –ofrece mi amiga.

      –No –sacudo la cabeza–. No, está bien. Solo es una canción. Lo haré.

      Exhalo brevemente y salgo de la cabina.

      –¡Espera!

      Vuelvo a mirarla. Se inclina hacia adelante y estira su pulgar hacia mi boca y frota fuerte por un segundo.

      –Tu labial estaba corrido –explica y vuelve a acomodarse en la cabina. Y asiente para alentarme–. Mucho mejor. Luces genial.

      –Gracias, Ari.

      Cuando llego al escenario me aclaro la garganta y evito con determinación hacer contacto visual con los imbéciles de la cabina. O con Quint. Me digo a mí misma que no estoy nerviosa. Que no estoy completamente aterrorizada.

       Solo son cuatro minutos de tu vida. Puedes hacer esto.

      Pero por favor que Jude haya elegido una canción decente…

      Trish acomoda el micrófono en el pie delante de mí y miro el monitor que muestra la canción elegida. Uf. Ok, no está mal. Jude siguió la sugerencia de Ari y me anotó para cantar la canción de John Lennon, canción que amo y definitivamente me sé de memoria.

      Me lamo los labios y sacudo los hombros intentando entrar en el estado mental para presentarme. No soy una gran cantante, eso lo sé. Pero lo que me falta en talento innato, lo compenso con presencia en el escenario. Soy Prudence Barnett. No creo en la mediocridad o en intentos desganados y eso incluye hacer mi mejor esfuerzo en cantar en un karaoke en una trampa para turistas tenuemente iluminada en la calle principal. Sonreiré. Jugaré con la multitud. Hasta tal vez baile. Supongo que, si bien mi voz no me hará ganar premios, eso no significa que no pueda divertirme.

       Relájate. ¿No, Quint? Veamos cómo te subes al escenario y te relajas.

      Los primeros acordes de Instant Karma! estallan en los parlantes. No necesito el monitor con la letra. Sacudo mi cabello y empiezo a cantar.

      –¡El karma instantáneo te alcanzará!

      Ari me vitorea para darme ánimos. Le guiño un ojo y puedo sentirme disfrutando la canción. Muevo las caderas. Mi corazón se acelera con tanta adrenalina como nervios. Mis dedos estallan como fuegos artificiales. Manos de jazz. La música suma tensión y planeo hacer mi mejor esfuerzo para canalizar a mi John Lennon interno y la pasión que le ponía a su música. Mi mano libre se estira al cielo y luego cae hacia la multitud, estoy señalándolos.

      –¿Quién te crees que eres? ¿Una superestrella? ¡Tienes razón!

      Estoy intentando saludar a Carlos, pero no lo encuentro, y pronto termino señalando a Quint en cambio. Me sorprende encontrarlo observándome con tanta atención. Está sonriendo, pero de manera asombrada, casi perplejo.

      Mi pulso se me escapa, vuelvo a concentrarme en Ari, quien está bailando en la cabina y agita sus brazos en el aire.

      Tomo el palillo imaginario en mi mano y golpeo el platillo imaginario al mismo tiempo que la batería introduce el estribillo. Me siento casi mareada cuando canto:

      –Bueno, todos brillamos, como la luna… y las estrellas… ¡y el sol!

      La canción se desdibuja en una melodía familiar y en estrofas queridas. Muevo los hombros y estiro mis dedos hacia el cielo. Canto el final a todo volumen. No me atrevo a volver a mirar a Quint, pero puedo sentir su mirada sobre mí y, a pesar de mi determinación para que su presencia no me ponga nerviosa, estoy nerviosa. Lo que me impulsa todavía más a aparentar estar tranquila. Hubiera sido distinto verlo ignorarme u observarme avergonzado. Pero no. En ese segundo que encontré su mirada, había algo inesperado allí. No creo que fuera solo diversión o sorpresa, aunque creo que definitivamente lo sorprendí. Había algo más que eso. Estaba casi… fascinado.

      Estoy pensando de más. Tengo que dejar de pensar y concentrarme en la canción, pero estoy en piloto automático mientras repito la letra y la melodía empieza a desvanecerse…

      –Como la luna y las estrellas y el sol...

      Cuando termina la canción, improviso una reverencia pronunciada y hago un gesto con mi mano hacia Quint de la misma manera que él se inclinó hacia mí en clase esta mañana.

      Y, sin embargo, el grito de aliento de Quint es el más fuerte del bar.

      –¡Excelente, Pru!

      Siento un calor subir por mi cuello e incendiar mis mejillas. No es vergüenza; se parece más a una ráfaga, a un brillo por su aprobación indeseada y totalmente innecesaria.

      Mientras me alejo del micrófono, no puedo evitar echarle un vistazo. Sigo energizada por la canción y visto una sonrisa en mis labios. Me mira y por un momento, solo un momento, pienso: está bien, tal vez sea semi decente. Tal vez hasta podríamos ser amigos. Siempre y cuando no tengamos que volver a trabajar juntos.

      Para mi sorpresa, Quint alza su vaso, como si estuviera brindando conmigo. Y eso hace que me dé cuenta de que lo estoy mirando.

      El momento se desvanece. La extraña conexión se quiebra. Hago fuerza para despegar mi mirada de él y regreso a mi cabina, donde Ari me aplaude con entusiasmo.

      –¡Estuviste genial! –dice y no puedo evitar sentir cierto desconcierto educado–. ¡Todo el lugar estaba fascinado!

      Sus palabras me recuerdan a la mirada de Quint durante la canción y me sonrojo todavía más.

      –De hecho, lo disfruté más de lo que pensaba.

      Alza las manos para chocar los cinco. Todavía estoy a unos metros de distancia, paso por la cabina en la que estaban sentados los universitarios, aunque ya se marcharon.

      Me estiro para chocar su mano.

      Olvidé la bebida derramada. Mis talones se resbalan. Me quedo sin aliento, muevo mi cuerpo intentando recuperar el equilibrio. Es demasiado tarde. Agito los brazos, mis pies salen disparados del suelo.

      Caigo con fuerza.

      6

      Prince suena en los parlantes, pero nadie está cantando. Mi cabeza se siente como si hubiera sido golpeada por una camioneta. Las palpitaciones dentro de mi cerebro están en perfecta coordinación con la batería de Raspberry Berret, una canción sobre una mujer que tiene una boina color frambuesa que consiguió en una casa de ropa usada.

      Necesito tres intentos para abrir los ojos. Cuando lo logro, me acosan las publicidades

Скачать книгу