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un karaoke apto para familias el primer domingo del mes. Cantábamos a todo pulmón una canción de los Beatles tras otra y papá siempre terminaba “su set”, como él le decía con Dear Prudence y después nos llamaba para cantar todos juntos Hey Jude. Al final de nuestro turno, todo el restaurante cantaba Naaaa na na... nananana! Hasta Penny se sumaba, aunque solo tenía dos o tres años y probablemente no tenía idea de lo que estaba sucediendo. Era como mágico.

      Una pequeña parte nostálgica de mí se ilumina al pensar en la versión ligeramente desafinada de papá de Penny Lane y en los intentos un poco exagerados de mamá de Hey Bulldog. Pero una vez, cuando tenía diez u once años, un borracho en la audiencia gritó: “¡Tal vez esa niña debería pasar menos tiempo cantando y más tiempo haciendo abdominales!”.

      Todos sabíamos a quién se refería. Y, bueno, la magia se arruinó después de eso.

      Ahora que lo pienso, puede que ese haya sido el inicio de mi ansiedad al hablar en público y de mi miedo general de que todos estén observándome, criticándome y esperando que me humille a mí misma.

      –Bueno, chicos, solo piénsenlo –dice Trish y apoya la carpeta al lado de los nachos. Toma una pluma y una hoja de papel de un bolsillo y también los apoya–. Si encuentran una canción que quieran cantar, solo escríbanla y denme el papel, ¿sí? Y si la canción que quieren no está en la carpeta, díganmelo. A veces puedo encontrarla en internet –nos guiña un ojo y luego se marcha a la próxima mesa.

      Nos quedamos mirando la carpeta como si fuera una serpiente venenosa por unos segundos.

      –Seh –murmura Jude y comienza a guardar sus cosas en su mochila–, eso no sucederá.

      Me siento exactamente igual. Ni, aunque me paguen cantaría delante de un grupo de desconocidos. Es más, tampoco de conocidos. Fortuna Beach no es un pueblo grande y es imposible ir a algún lugar sin encontrarse con un conocido en algún grado. Incluso ahora, echo un vistazo a mi alrededor y veo a la peluquera de mi mamá en el bar y a la gerente del supermercado en una de las mesas pequeñas.

      Ari, sin embargo, está mirando fijo a las carpetas. Sus ojos brillan con anhelo. La he escuchado cantar, no es mala. Por lo menos sé que puede sostener una nota y no desafinar. Además, quiere ser compositora. Ha soñado con escribir canciones desde que era una niña. Y todos sabemos que, para tener algún tipo de éxito, habrá oportunidades en las que probablemente tenga que cantar.

      –Deberías intentarlo –digo y deslizo la carpeta hacia ella.

      –No lo sé –se encoge de miedo–, ¿qué cantaría?

      –¿Cualquier canción grabada en los últimos cien años? –responde Jude. Ari lo mira de mala manera, aunque es claro que su comentario le complació.

      Ari ama la música de todo tipo. Es una Wikipedia caminante de todo, desde jazz de 1930, punk de los ochenta hasta indie moderno. De hecho, es probable que nunca nos hubiéramos conocido de no ser por su obsesión. Mis padres son dueños de una disquería a una manzana de la calle principal; Ventures Vinyl, en honor a una popular banda de surf-rock de los sesenta. Ari comenzó a comprar en la tienda cuando estábamos terminando la escuela primaria. La mesada que sus padres le daban era mucho más dinero del que yo recibí jamás, y, cada mes, traía el dinero que ahorraba y compraba tantos discos como podía.

      Mis padres adoran a Ari, bromean que es su sexta hija. Les gusta decir que Ari sola ha mantenido la tienda abierta estos últimos años, lo que sería encantador si no temiera que, de hecho, pudiera ser bastante cercano a la verdad.

      –Podríamos hacer un dueto –dice Ari y me mira con esperanza.

      Reprimo mi “no” instintivo y vehemente, en cambio, gesticulo con desgano hacia mi libro.

      –Lo lamento, todavía estoy intentando terminar esta tarea.

      –Jude tardó diez minutos –Ari frunce el ceño–. Vamos, una canción de los Beatles, ¿quizás?

      No estoy segura de si su sugerencia se basa en mi amor por los Beatles o porque, probablemente, sea la única banda de la que sé casi todas las letras. Al crecer en una disquería, mis hermanos y yo hemos estados expuestos a una gran variedad de música, pero nada, a los ojos de mis padres, podrá competir con los Beatles. Hasta nombraron a sus cinco hijos inspirados en sus canciones: Hey Jude, Dear Prudence, Lucy in the Sky with Diamonds, Penny Lane y Eleanor Rigby.

      Suspiro cuando noto que Ari sigue esperando una respuesta.

      –Tal vez, no lo sé. Necesito terminar esto.

      Mientras Ari sigue pasando las hojas con canciones, intento volver a concentrarme en la tarea.

      –Un Shirley Temple suena bastante bien –dice Jude–. ¿Alguien más quiere uno?

      –¿No es un poco femenino? –bromeo.

      –Estoy lo suficientemente cómodo con mi masculinidad.

      Encoge los hombros y se desliza en su asiento.

      –¡Quiero tu cereza! –Ari grita detrás de él.

      –Ey, estás coqueteando con mi hermano.

      Jude hace una pausa, me mira a mí y después a Ari, luego su rostro se pone rojo. Nosotras estallamos en risa. Jude sacude la cabeza y camina hacia la barra.

      –Sí, ¡también queremos uno! –grito formando un túnel alrededor de la boca con mis manos.

      Jude hace un gesto sin mirarnos para hacerme saber que me escuchó.

      No podemos cruzar la línea que divide la zona para mayores de veintiuno, así que Jude se detiene en la barrera invisible para darle nuestra orden al camarero.

      Logré escribir otro párrafo más para cuando Jude regresa cargando tres vasos altos repletos de soda burbujeante rosa con cerezas extra. Sin preguntar, Ari usa una cuchara y toma las cerezas de mi vaso y las de Jude y las deja caer en su propia bebida.

      –Hola a todos. ¡Bienvenidos a nuestra primera tarde semanal de karaoke! –dice Carlos a través del micrófono que Trish trajo con ella–. Mi nombre es Carlos y soy el dueño de este lugar. Realmente valoro que vengan aquí y espero que se diviertan. No sean tímidos. Aquí somos todos amigos, ¡así que anímense y hagan su mejor esfuerzo! Terminada la introducción, me complace presentarles a nuestra anfitriona, Trish Roxby.

      Algunas personas aplauden cuando Trish toma el micrófono y Carlos empieza a caminar hacia la cocina.

      –Alto, alto, ¿no cantarás? –pregunta Trish. Carlos gira en el lugar con los ojos bien abiertos y aterrorizados. Suelta una pequeña risita.

      –¿Tal vez la semana que viene?

      –Te lo recordaré la semana que viene –responde Trish.

      –Dije “tal vez” –replica Carlos y retrocede unos pasos más.

      –Hola, gente –Trish les sonríe a los comensales del restaurante–, estoy muy emocionada por estar aquí esta noche. Sé que a nadie le gusta ir primero, así que yo misma empezaré esta fiesta. Por favor, traigan los papeles y díganme qué quieren cantar ustedes esta noche, caso contrario, tendrán que escucharme durante las próximas tres horas.

      Toca algo en su máquina y un riff de guitarra estalla en los parlantes: I Love Rock and Roll de Joan Jett.

      Intento no gruñir, pero… por favor. ¿Cómo se supone que vaya a concentrarme y termine esta tarea con eso de fondo? Estamos en un restaurante, no en un concierto de rock.

      –Esto es, eh, inesperado –dice Jude.

      –Lo sé –replica Ari mientras asiente con la cabeza–. Canta muy bien.

      –Eso no –Jude me da un pequeño codazo–. Mira, Pru, es Quint.

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