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      Alzo la cabeza rápidamente. Por un segundo, estoy segura de que Jude está bromeando. Pero no… allí está. Quint Erickson, deambulando al lado del cartel que dice siéntese usted mismo cerca de la puerta. Está con una chica que no reconozco, es asiática, de contextura pequeña, su cabello está peinado en dos rodetes relajados detrás de sus orejas. Tiene shorts de jean y una camiseta desteñida que tiene una imagen de Pie Grande con las palabras: Campeón mundial de las escondidas.

      A diferencia de Quint, quien está observando a Trish cantar a todo volumen, la chica está concentrada en su teléfono.

      –Guau –dice Ari, se inclina sobre la mesa y baja su tono de voz, a pesar de que no hay manera de que alguien pueda oírnos sobre las estrofas guturales de Trish Roxby–. ¿Ese es Quint? ¿El Quint?

      –¿Qué quieres decir con el Quint? –Frunzo el ceño.

      –¿Qué? Es de lo único que has hablado este año.

      –¡No es verdad! –Se me escapa una risa dura y sin humor.

      –Medio que sí –dice Jude–. No sé quién está más emocionado por las vacaciones. Tú para no tener que lidiar más con él o yo por no tener que seguir escuchándote quejarte de él.

      –Es más lindo de lo que imaginé –dice Ari.

      –Oh, sí, es un galán –replica Jude–. Todos aman a Quint.

      –Solo porque su ridiculez le resulta atractiva al común denominador de la sociedad más bajo.

      Jude resopla.

      –Además –disminuyo la voz–, no es tan atractivo. Esas cejas.

      –¿Qué tienes en contra de sus cejas? –pregunta Ari y me mira como si tal vez debería avergonzarme por haber sugerido algo semejante.

      –Por favor, son gigantes. Además, su cabeza tiene forma rara. Es como… un cuadrado.

      –Prejuiciosa –murmura Ari y me lanza una mirada en broma que se inyecta debajo de mi piel.

      –Solo digo.

      No cederé en este punto. Es verdad que Quint no es poco atractivo. Lo sé. Cualquiera con ojos lo sabe. Pero sus rasgos faciales no son elegantes. Tiene ojos marrones aburridos e insulsos y, si bien estoy segura de que debe tener pestañas, jamás llamaron mi atención. Todo esto sumado a su bronceado permanente, su cabello corto y ondulado y su sonrisa idiota. En otras palabras, luce igual que todos los chicos surfistas de la ciudad. Es decir, completamente olvidable.

      Apoyo mis dedos en el teclado y me rehúso a permitir que Quint, la tarde de karaoke o cualquier otra cosa descarrile mi concentración. Esta es la última tarea del año escolar. Puedo hacerlo.

      –¡Hola, Quint! –grita Jude, su mano sale disparada hacia arriba y lo saluda.

      –¡Traidor!

      Estoy boquiabierta.

      –Lo lamento, hermana. –Jude me mira con una mueca–. Me vio y entré en pánico.

      Inhalo lentamente a través de mis fosas nasales y me atrevo a echar un vistazo hacia la puerta del restaurante. Es verdad, Quint y su amiga están caminando hacia nosotros. Él sonríe como siempre; es como uno de esos cachorros un poco tontos que son incapaces de darse cuenta de que están rodeados por amantes de los gatos. Simplemente asumen que todos están felices por verlos, todo el tiempo.

      –Jude, ¿todo bien? –pregunta Quint. Su atención cae sobre mí y observa mi libro y la computadora, su sonrisa es endurece un poquito–. Prudence, trabajando duro, como siempre.

      –El trabajo de calidad no aparece de la nada –respondo.

      –¿Sabes? –Chasquea los dedos–. Yo también solía creer eso, pero después de trabajar un año contigo, empiezo a tener mis dudas.

      –Qué placer encontrarte aquí. –Entrecierro los ojos, mi sarcasmo es tan filoso que casi me corta. Vuelvo a mirar la pantalla. Necesito un segundo para recordar cuál era la consigna.

      –Quint –dice Jude–, esta es nuestra amiga Araceli. Araceli, Quint.

      –Hola –saluda Quint. Desvío solamente mis ojos y veo que chocan los puños. Cuando Quint inicia el movimiento, parece el saludo más sencillo y natural del mundo, a pesar de que no creo haber visto a Ari saludar a alguien de esa manera–. Un placer conocerte, Araceli. Lindo nombre. No vienes a nuestra escuela, ¿no?

      –No. Voy a St. Agnes –responde–. Y puedes decirme Ari.

      Pongo mala cara, pero mi cabeza está baja así que nadie puede verme.

      –Ari, ah, ella es Morgan. Va a la universidad comunitaria en Turtle Cove. –Quint gesticula hacia la chica, quien se detuvo unos pasos atrás y está observando el escenario con algo parecido a consternación.

      –Un placer conocerlos –dice, educada pero distante.

      Hay una ronda incómoda de saludos, pero la atención de Morgan ya regresó al escenario, donde alguien canta una canción country sobre cervezas frías y pollo frito.

      –Morgan dice que la comida de aquí es genial –explica Quint–. Quiere que pruebe… ¿Qué era? Ton… Toll…

      Mira a su amiga para pedir ayuda.

      –Tostones –responde y vuelve a mirar su teléfono. Luce enojada mientras toca la pantalla con sus pulgares; imagino un intercambio de mensajes bélicos entre ella y su novio.

      –Son muy ricos –afirma Jude.

      Quint señala hacia el karaoke.

      –No esperaba que la comida estuviera acompañada de entretenimiento gratis.

      –Nosotros tampoco –murmuro.

      –Es algo nuevo que está intentando el restaurante –Ari empuja la carpeta con canciones hacia ellos–. ¿Cantarás?

      Quint se ríe, suena casi autocrítico.

      –Nah, les tendré piedad a las pobres personas de la rambla. Odiaría espantar a los turistas cuando la temporada recién empieza.

      –Todos creen que cantan terrible –dice Ari–, pero muy pocas personas son tan malas como creen.

      –Disculpa –Quint inclina la cabeza hacia un costado y sus ojos saltan de Ari a mí–, ¿eres a amiga de ella?

      –¿Perdón? –replico–. ¿Qué significa eso?

      –Estoy tan acostumbrado a tus críticas –encoje los hombros–; es extraño conocer a alguien que me da el beneficio de la duda.

      –¡Ey, miren! –grita Jude–. ¡Es Carlos! Justo a tiempo para evitar un momento dolorosamente incómodo.

      Carlos pasa por al lado de nuestra mesa cargando una bandeja con vasos vacíos.

      –Solo vengo a ver cómo está mi mesa favorita. ¿Se les unirán? ¿Puedo ofrecerles algo de beber?

      –Eh… –Quint le echa un vistazo a Morgan–. Seguro, una bebida suena bien. ¿Qué están tomando? –señala a nuestros vasos con líquido rojizo.

      –Shirley Temple –dice Ari.

      –Esa es una actriz, ¿no? –Quint luce confundido.

      –¿Alguna vez probaste uno? –Ari se endereza–. Sí, era una actriz, se hizo famosa cuando era niña. Pero la bebida… deberías probarla. Piensa en felicidad en un vaso.

      –Piensa diabetes y una falta severa de dignidad –masculla Morgan todavía concentrada en su teléfono.

      Quint le lanza una mirada casi divertida con una pizca de algo que parece lástima. Me molesta reconocer esa expresión. Me ha mirado de esa manera casi todos los días

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