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tomó la carpeta equivocada y está repartiendo treinta y dos copias de una apasionada carta de amor que escribió para nuestra directora, la señora Jenkins. Incluso él no puede ser inmune a ese tipo de humillación, ¿o sí?

      Nada de esto importa, por supuesto. Mis sueños de justicia cósmica nunca se hacen realidad. Pero mis nervios se han calmado un poco para cuando Quint llega al frente del salón y finalmente se digna a mirarme.

      El cambio es instantáneo, lo domina una actitud defensiva, alza el mentón, oscurece los ojos mientras nos alistamos para la batalla. Algo me dice que ha estado preparándose para este momento desde que entró al salón. Con razón se tomó su tiempo para repartir las copias.

      Intento sonreír, pero el resultado se parece más a una mueca.

      –Qué bueno que hayas podido acompañarnos.

      –No me lo perdería, compañera.

      Su mandíbula se retuerce. Sus ojos avanzan hasta la maqueta y, por un momento, hay un dejo de sorpresa en su rostro. Hasta podría estar impresionado.

      Como debería ser. Impresionado y también avergonzado porque es la primera vez que la ve.

      –Linda maqueta –murmura y se acomoda al otro costado de mi miniatura de la calle principal–. Veo que omitiste el centro de rehabilitación que sugerí, pero…

      –Tal vez si hubiera tenido más ayuda, podría haber concedido pedidos innecesarios.

      Suelta un gruñido por lo bajo.

      –Cuidar de los animales que resultan heridos por el turismo y el consumismo no es…

      El señor Chavez tose sonoramente sobre su puño e interrumpe la disputa. Nos mira cansado.

      –Dos días más, chicos. Tienen que soportar la presencia del otro literalmente solo dos días más. ¿Podemos continuar con la presentación sin derramar sangre?

      –Por supuesto, señor Chavez –afirmo.

      –Lo lamento, señor C –dice Quint al mismo tiempo y echo un vistazo en su dirección.

      –¿Prosigo o quieres contribuir algo?

      Quint finge una reverencia y me hace un gesto con la mano.

      –El escenario es tuyo –dice y añade por lo bajo–. De todas formas, no lo compartirías.

      Algunos de nuestros compañeros en la primera fila lo escuchan y sueltan una risita. Ah, sí, es graciosísimo. La próxima vez, ustedes intenten trabajar con él y vean cuán divertido es.

      Vuelvo a mostrar mis dientes.

      Pero cuando miro nuestra presentación, mi mente se pone en blanco.

      ¿En dónde estaba?

      Oh, no. Oh, no.

      Esta es mi peor pesadilla. Sabía que esto sucedería. Sabía que mi mente quedaría en blanco.

      Y sé que es culpa de Quint.

      El pánico inunda mi cuerpo, tomo mis tarjetas y las paso torpemente con una sola mano. Resort y spa… bicicletas eléctricas… Algunas caen al suelo. De repente, mi rostro está tan caliente como una hornalla.

      Quint se inclina y recoge las tarjetas. Se las arrebato de la mano y mi corazón se acelera. Puedo sentir los ojos aburridos de la clase sobre mí.

      Odio a Quint. A su completo desinterés por todos menos él. A su negativa a llegar a tiempo. Su incapacidad de hacer algo útil.

      –¿Podría decir algo también? –dice Quint.

      –¡Lo tengo bajo control! –replico.

      –Bueno, está bien. –Alza las manos de manera defensiva–. Quiero decir, también es mi presentación, sabes.

      Cierto. Porque hiciste tanto para ayudarnos a prepararnos.

      –Lo que verdaderamente distinguirá a Fortuna Beach –susurra Jude. Me quedo quieta y lo miro, estoy tan agradecida por él como irritada con Quint. Mi hermano sube otro pulgar y tal vez nuestra telepatía de mellizos sí está funcionando porque estoy segura de que puedo escuchar sus palabras alentadoras. Tú puedes, Pru. Solo relájate.

      Mi ansiedad disminuye. Por enésima vez, me pregunto por qué el señor Chavez tuvo que torturarnos y elegir nuestros compañeros de laboratorio cuando Jude y yo hubiéramos sido un equipo excelente. Este año hubiera sido sencillo de no ser por Biología Marina con Quint Erickson.

      2

      “Gracias”, le agradezco sin sonido a Jude y apoyo mis notas. Lo único que necesitaba era un recordatorio para que las palabras volvieran a fluir. Sigo con mi discurso y hago mi mejor esfuerzo para ignorar la presencia de Quint. Por lo menos, algunos de nuestros compañeros están concentrados en las copias que repartió así que no todos me siguen mirando.

      –Como decía, lo que atraerá a un nuevo tipo de viajeros eco-conscientes será nuestra fenomenal oferta de eventos y aventuras. Los visitantes podrán ir al fondo del océano a bordo de submarinos privados para fiestas. Tendremos paseos en kayak hasta la isla Adelai en donde podrán ayudar a identificar, rastrear y hasta nombrar a su propia foca. Y, mi evento preferido, fiestas increíbles en la playa todas las semanas.

      Algunas miradas con ojos brillantes se despiertan ante mis últimas palabras. Ezra hasta suelta un silbido. Por supuesto.

      Con más confianza, sigo con determinación.

      –Correcto. Fortuna Beach pronto será famosa por sus habituales fiestas de playa en las que los turistas podrán disfrutar de mariscos y aperitivos obtenidos de manera sustentable en tanto se codean con individuos eco-conscientes como ustedes. ¿La mejor parte? Todos en la fiesta recibirán una bolsa para desechos cuando lleguen y al final de la noche, después de que hayan llenado esa bolsa con basura recogida de nuestras playas, podrán intercambiarla por regalos exclusivamente seleccionados. Cosas como… –Apoyo la vara y me estiro para tomar lo que apoyé en el suelo–. ¡Una botella de aluminio libre de BPA! –Tomo la botella y la lanzo entre mis compañeros. Joseph, aturdido, apenas la atrapa–. ¡Utensilios de bambú portátiles! ¡Un cuaderno hecho con materiales reciclados! ¡Barras de champú con envases libres de plástico!

      Lanzo los regalos, definitivamente mis compañeros están prestando atención ahora. Una vez que se terminaron los presentes, hago una bola con la bolsa de tela y la lanzo hacia el señor Chavez, pero solo llega a mitad de camino porque Ezra la toma en el aire. La gente está empezando a notar que cada uno de los ítems tiene el logo y el eslogan que inventé.

      Fortuna Beach: ¡ambiente amigable, amigable con el medioambiente!

      –Estas ideas y muchas otras están desarrolladas con detalles en nuestro informe –digo haciendo un gesto hacia una de las copias de las mesas cercanas–. Por lo menos, asumo que allí están. De hecho, no lo vi y algo me dice que lo terminaron esta mañana, diez minutos antes de que empiece la clase.

      Sonrío con dulzura hacia Quint.

      Su expresión es tensa; molesta, pero un poco petulante.

      –Supongo que nunca lo sabrás.

      Su comentario causa un sobresalto de incertidumbre en mi columna y estoy segura de que esa era su intención. Después de todo, el informe también tiene mi nombre. Sabe que me vuelve loca no saber su contenido y si es bueno o no.

      –Antes de terminar –digo mirando a mis compañeros–, queremos tomarnos un momento para agradecerle al señor Chavez por enseñarnos tanto sobre

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