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qué eso sonó como un insulto?

      –Larga historia –Quint sacude la cabeza y luego mira a Carlos y asiente–. Tomaremos dos Shirley Temple.

      –No, paso –interviene Morgan–. Tomaré un café helado con leche de coco.

      –Seguro –dice Carlos–. ¿Se unirán a mis clientes habituales?

      Quint le echa un vistazo a nuestra cabina; es grande, podrían caber hasta ocho personas si quisiéramos sentarnos cerca. Definitivamente, entrarían dos más.

      Pero su mirada cae sobre mí y mi mirada helada y, por milagro, recibe el mensaje.

      –De hecho… –Gira en su lugar. El restaurante se está llenando rápido, pero hay una mesa cerca del escenario que acaba de ser liberada; dejaron atrás una bandeja a medio terminar de nachos y servilletas arrugadas–. ¿Esa mesa está libre?

      –Sí, haré que la limpien para ustedes –Carlos señala el libro de canciones–. No sean tímidos, niños. Necesitamos más cantantes. Escriban sus canciones, ¿sí? Te estoy mirando a ti, Pru.

      Quint hace un sonido con su garganta, algo entre desconcierto y diversión. Hace que sienta un escalofrío.

      –Gracioso –dice cuando Carlos se dirige a la barra.

      –¿Qué es gracioso? –pregunta.

      –La idea de verte cantar karaoke.

      –Puedo cantar –respondo a la defensiva, antes de sentirme obligada a añadir–. Me defiendo.

      –Estoy seguro de que puedes –dice Quint sonriendo porque, ¿cuándo no está sonriendo?–. Es solo difícil imaginarte lo suficientemente relajada para hacerlo.

      Relajada.

      No lo sabe, o tal vez sí, pero Quint acaba de tocar un punto sensible. Tal vez sea porque soy perfeccionista. O porque sigo las reglas o me gusta destacarme, el tipo de persona que preferiría ser la anfitriona de una sesión de estudio en vez de una fiesta. Tal vez sea porque mis padres me dieron el desafortunado nombre de Prudence.

      No me gusta que me digan que me relaje.

      Puedo relajarme. Puedo divertirme. Quint Erickson no me conoce.

      Jude, sin embargo, me conoce demasiado bien. Me está observando, su expresión está ensombrecida con preocupación. Luego, gira hacia Quint.

      –En realidad, Pru y yo solíamos ir a un karaoke todo el tiempo cuando éramos niños –dice un poco demasiado fuerte–. Mi hermana solía entonar una versión brillante de Yellow Submarine.

      –¿De verdad? –dice Quint, sorprendido. Está mirando a Jude, pero luego su mirada de desliza hacia mí y puedo ver que no tiene idea de que mi sangre hierve en este momento–. Pagaría dinero para verlo.

      –¿Cuánto? –escupo.

      Se detiene, no está seguro si estoy bromeando o no.

      Una camarera aparece y les señala la mesa ahora libre de platos viejos y con dos vasos de agua.

      –Su mesa está libre.

      –Gracias –dice Quint. Parece aliviado de tener un escape de esta conversación. Estoy eufórica–. Fue bueno verte, Jude. Un placer conocerte… Ari, ¿no? –vuelve a mirarme a mí–. Supongo que te veré en clase.

      –No lo olvides. –Golpeo el libro–. Doscientas cincuenta palabras sobre tu adaptación acuática preferida.

      –Cierto. Gracias por el recordatorio. ¿Ves? ¿Fue tan difícil?

      –De todas formas no tiene sentido –digo con dulzura–, ya que ambos sabemos que lo escribirás cinco minutos antes de que empiece la clase, si es que lo haces.

      Su sonrisa se queda fija en su lugar, pero puedo ver que está cansado.

      –Siempre un placer, Prudence –hace una especie de saludo militar con un dedo antes de marcharse con Morgan a su mesa.

      –Uhh –gruño–. Sé que lo olvidará. ¿Y la peor parte? El señor Chavez lo dejará pasar, como siempre. Es…

      –Exasperante –Ari y Jude repiten al unísono.

      –Bueno, lo es –resoplo. Vuelvo a activar la computadora. Necesito un minuto para recordar sobre qué estaba escribiendo.

      –No me mates por esto –empieza Ari–, pero no me pareció tan malo.

      –No lo es –replica Jude–. Pésimo compañero de laboratorio, tal vez, pero sigue siendo un buen chico.

      –“Pésimo” no es suficiente. Honestamente no sé qué hice para merecer este castigo kármico.

      –¡Ah! –Los ojos de Ari se iluminan–. Eso me da una idea.

      Toma el libro de canciones y empieza a pasar las páginas.

      Jude y yo nos miramos, pero no preguntamos qué canción está buscando. Jude toma su bebida y la termina de un solo trago.

      –Tengo que irme –dice–. Se supone que me reuniré con los chicos a las siete para empezar a planear la próxima campaña. –Frunce las cejas y mira a Ari–. ¿Realmente crees que cantarás? Porque podría quedarme, si necesitas apoyo moral.

      –Estaré bien –Ari agita una mano–. Ve a explorar tu calabozo infestado de duendes o como se llamen.

      –De hecho, infestado de kobolds –dice Jude mientras se desliza de la cabina–. Y tengo algunas ideas geniales para unas trampas para esta campaña. Además, ¿sabes?, probablemente haya un dragón.

      –Nunca puede haber demasiados dragones –replica Ari, todavía escanea la lista de canciones.

      Contemplo preguntar qué es un “kobold”, pero no estoy segura de tener el espacio mental para una de las explicaciones entusiasmadas de Jude, así que solo sonrío.

      –No se llama Calabozos y Dragones por nada.

      –¡La tienen! –dice Ari y gira la carpeta en mi dirección–. Sé que conoces esta canción.

      Sospecho que eligió algo de los Beatles, pero en cambio está señalando una canción de la carrera solista de John Lennon: Instant Karma! (We All Shine On).

      –Oh, sí, es una buena elección –dice Jude inclinado sobre la mesa para ver el título–. Podrías hacerlo, Pru.

      –No cantaré.

      Ari y Jude me miran con una ceja en alto.

      –¿Qué?

      Ari encoge los hombros y vuelve a tomar la carpeta.

      –Solo pensé que tal vez querrías probarle a Quint que estaba equivocado.

      Levanto un dedo enojada.

      –No tengo que probarle nada.

      –Por supuesto que no –replica Jude y acomoda su mochila sobre un hombro–. Pero no tiene nada de malo que le muestres a las personas que puedes hacer más que obtener buenas calificaciones. Que puedes, ya sabes… –da un paso hacia atrás, tal vez teme que lo golpee, y susurra–, divertirte.

      –Sé que puedo divertirme.

      Lo fulmino con la mirada.

      –Yo lo sé –dice Jude–, pero hasta tú tienes que admitir que es un secreto bien guardado.

      5

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