Скачать книгу

botón y empiezan a salir rectángulos con tres opciones, y yo ahí cago. Tuve la cueva de que, cuando fue el estallido social, pensé que iban a cagar los bancos y fui a sacar un fajo de billetes naranjos de 20 lucas. Como gasto muy poco, con eso he podido sobrevivir ahora. Si no, tendría que estar comiendo raíces, porque con esta pandemia no me atrevo a tomar micros ni a tomar Uber ni a subirme a ninguna maldita huevá al lado de nadie.

      —¿Y cómo te las arreglas para comprar comida?

      —Hay una verdulería en la esquina que es el descueve, porque tú les pides por teléfono. Y de repente me pego un pique con máscara a un supermercado que hay acá atrás. Ahí compro agua mineral sin gas, fósforos, galletas de agua y una botella de vino que me dura un mes y medio. Eso no es drama, he vivido siempre así. Lo único malo es que no puedo caminar mucho y para mí caminar es como rezar, una gran cosa. Toda mi vida he caminado una hora o dos horas al día y eso me ha mantenido bien. Pero, ya antes del virus, he estado físicamente cansado, no entiendo por qué. Me he hecho exámenes, me vi la tiroides, todo, pero no es un cansancio normal. No es el cansancio rico del huevón que hizo su trabajo: sales, paseas tus ovejas por el cerro, llegas en la noche cansado, le das un besito y un abrazo a tu mujer y duermes como un tronco. Esto es otra cosa, es raro. Pero mira, ayer estuve un poquito mejor y hoy también, porque hablé con un médico y me tranquilizó mucho respecto de lo que me pasaba con la respiración y la temperatura.

      —Aparte de la cabeza, ¿tienes alguna enfermedad real que sea peligrosa si te pilla el virus?

      —No, soy súper sano. Pero en una cabeza que no se detiene, la razón funciona al revés. Siempre te dicen: los aviones no se caen. ¡Pero sí se caen, alguno se cae! Y el Kino nadie se lo saca, pero alguien se lo saca. Ese es el problema. Yo he leído su resto, pero lo más sabio y definitivo que he escuchado no es de un filósofo, es de Tribilín: You never know, uno nunca sabe. Si un marciano bajara a la Tierra, abriera un platillo y dijera “oye, ¿qué pasa aquí?”, yo le tiraría esa pura frase: You never know. Ese es el diamante de mi pensamiento. O sea, yo leo a Spinoza y le creo, leo a Heidegger y me lo trago, Schopenhauer me encanta, pero todos te dicen cosas distintas. Entonces, ¿quién es el único que tiene razón? Tribilín: uno nunca sabe, realmente estás al garete. Y si tú tienes esa conciencia metida en la sangre, estás cagado. No te lo recomiendo para cuando estés asustado.

      —Para un hipocondríaco puede ser un alivio verse expuesto a un peligro concreto. Sé de algunos que, al preocuparse del coronavirus, dejaron de imaginarse otros problemas, porque siempre es uno a la vez.

      —Ah, sin duda, eso para mí es matemático: tengo la zorra en el pecho, me tranquilizan con los electrocardiogramas, pasan unos días y de repente siento un ardor en la uretra. Es como si la cabeza dijera: “Ahí ya no funciona, ya no puedo huevear a este pelota ahí, me paso para allá”. Después fue el estómago. Empecé a bajar de peso y dije “cáncer a la guata”. Por suerte conocí a un médico muy choro, me hice un escáner y lógicamente no tenía nada. Si yo fuera Bill Gates, tendría en el pieza de atrás un gastroenterólogo, en la de adelante un cardiólogo, a la derecha un otorrinolaringólogo y a la izquierda un pichulólogo. Me viene cualquier huevá, aprieto un botón y que el huevón venga inmediatamente y me haga el escáner. Eso me tranquilizaría. Pero estoy en la antítesis de eso, viviendo en una cabaña donde no hago el aseo hace dos años. Este desorden es un gran enemigo, es un defecto horroroso mío y, para serte franco, ya es un problema de higiene. Está todo el polvo en el suelo, los boletos de micro, las boletas de compraventa, en la silla que estoy mirando hay un cerro de un metro y medio de ropa: chalecos, calzoncillos, los abrigos de invierno… Sé que es chistoso, pero es grave. Por suerte tengo el humor, que me ha ayudado mucho. ¿Te cuento un cuento cortito sobre el humor? ¿O te da lata?

      —No, dale.

      —Es una de estas típicas historias chinas o japonesas que son tan sabias. Nieva, nieva fuerte, fuerte, sobre la rama tiesa de un pino. Tú sabes que los pinos son durísimos. Y nieva tanto sobre esa rama que la quiebra, por el peso. Pero esa misma nieve cae sobre un sauce, y la rama del sauce se dobla, se dobla y se dobla. Y cuando deja de nevar, porque no puede nevar para siempre, sale el sol, la nieve se derrite y la rama del sauce vuelve a vivir, a la vida de siempre. Eso es el humor para mí. Me ha salvado la vida a mí y a mucha gente. Yo creo que, sin el humor, no habríamos durado aquí ni diez minutos.

      —La frugalidad, vivir con poco, comer lo justo, también ha sido una guía importante en tu vida.

      —Absolutamente, para mí la frugalidad es una gran palabra. Si yo fuera el ministro de Salud y pudiera dar conferencias, diría “ese es el camino de la vida”. Pero eso también me está alejando del mundo, porque veo que todos ocupan su tiempo y su cabeza en buscar exactamente lo contrario. ¿De qué hablan todo el día? De comida, de tiendas y de la basura que juntan en el teléfono. Además, todos quieren tener un proyecto, y yo hallo que los proyectos son una huevá con patas, una equivocación absoluta. Hay un antiquísimo poema chino, anónimo, que dice: “Barro el patio y saco agua del pozo. Qué milagro”. Para mí esa es la papa. Ser primer ministro es un error garrafal. George Steiner, en un libro muy hermoso que se llama Diez posibles razones para la tristeza del pensamiento, concluye que hoy estamos más lejos de la verdad de lo que estaban los presocráticos, hace miles de años, cuando no había ni radio y los filósofos andaban cagando detrás de los arbustos. Si tú miras a los seres que viven a tu alrededor, ¿podrías decirme que este mundo digital los está haciendo más sabios y felices? Otra cosa que dice Steiner es que finalmente hay un solo camino, y yo esto lo sé de todo corazón: el camino de las lágrimas. Yo soy muy llorón. Hay un poemita mío que dice: “Esté donde esté −sentado o de pie− si me descuido: lloro”. Eso me ha pasado siempre y me pasa cada vez más. Parece que los viejos se ponen llorones.

      El único Dios

      —Si tuvieras la garantía de que el coronavirus no te va a matar, ¿igual le tendrías pánico a pasar por la enfermedad?

      —No, pero sí querría saber acerca de las molestias, de la cantidad de dolor. Porque ese es para mí el único Dios y el único horror que existe: el dolor. Cuando hablas del dolor de verdad, todo lo demás, incluso la muerte, son puros saltos y peos. Si la muerte no existe, lo que existe es la espera de la muerte. Pero la cantidad de dolor e injusticia que existen sobre la tierra es absolutamente inaceptable, demasiado superior a la cantidad de bienestar y de no dolor. Y mi problema es que tengo una empatía exacerbada, absoluta, intolerable, frente al dolor de otros seres. Cuando veo a esos niños que tienen fibrosis quística, como esa niñita que le mandó una carta a la presidenta Bachelet para que la dejaran morir, no lo puedo soportar. Por eso es que jamás podría haber tenido hijos. Humboldt, el científico, decía que engendrar es lanzar a esas pobres criaturas a la posibilidad de ser víctimas aleatorias de cosas horrorosas. Ese es el feeling que yo tengo. En los cinco años de terapia heavy que tuve con mi doctor, mi muro era que yo llegaba al dolor y me agarraba a cabezazos contra eso, no podía pasar más allá. Y cuando estoy muy propenso al llanto, veo personas sufriendo o simplemente imagino seres y me pongo a correr, a huir, porque quiero seguir vivo y no tengo una coraza contra eso.

      —Y con esa omnipresencia del dolor, ¿por qué te sigue gustando más vivir que no vivir?

      —Mira, Cioran es el típico huevón que no quiere ni a su abuela y tiene libros enteros recomendando el suicidio, pero también se ríe mucho y escribió cartas que le salvaron la vida a muchas personas. Y él dice una cuestión súper cierta: hay que pensar en lo que cuesta dejar cualquier vicio, y la vida es el peor vicio de todos. Hay montones de heroinómanos que se cortarían un brazo por dejar la heroína, pero no pueden. Con la vida pasa lo mismo, es un vicio demasiado fuerte, por eso cuesta tanto dejarlo. Y otra razón para seguir viviendo es saber que hay personas que me quieren, aunque también tengo miedo de que un día aparezca el maldito alzhéimer y convertirme en una carga para alguien. Lo que más me molesta de mi enfermedad es que yo no quiero molestar a nadie. Mi mayor terror no es morir, es quedar vegetal y que me enchufen. Burroughs, en el Yonki, tiene una frase que voy a usar de epígrafe para un libro que no he terminado: “Un hombre puede morir simplemente porque no puede resistir la idea de permanecer dentro de su cuerpo”. Eso es lo que siento cuando estoy mal. Y no es que tenga ganas de suicidarme, pero uno de mis

Скачать книгу