Скачать книгу

país sin eutanasia es un país de trogloditas. Tú deberías tener ese derecho aunque no tengas una enfermedad terminal. Si yo salgo al jardín, miro para el lado y no me gusta de qué lado se hizo la partidura el vecino, entro a la casa y me mato, problema mío. Es mi vida, no se la debo a nadie.

      — “Mi norte es amigarme con la muerte”, decías hace cinco años. ¿Crees que ese amigamiento pasa por pensar en ella o por dejar de hacerlo?

      —Pasa por pensar en ella. Hay un dicho que dice: “El que huye de la muerte, la persigue”. Eso es cierto. Y la estupidez y la ignorancia de esta época pasan, en buena medida, por que los seres humanos no quieren darse cuenta de lo que son. Cuando tú naces, cuando sales de entre los dulces muslos de tu mamá, no sabes nada de nada, salvo una pura cosa: que te vas a morir. Y hoy día los huevones viven huyendo de eso. Mira Occidente, la única respuesta que tenemos para la muerte es el ruido y la luz. Cuando se corta la luz queda la zorra, a las tres horas ya están caminando por el techo. No, lo peor que puedes hacer ante la muerte es arrancar. Porque incluso si tú eres Mick Jagger y tienes a todas las minas y todos los autos que quieres, no puedes ser idiota todo el tiempo, es imposible. A los pocos años ya te aburre tener a todas las minas y te quieres tirar a las ovejas, y después empiezas a comer caca, porque no quieres darte cuenta de que te vas a morir, de que Heidegger tiene razón: eres un ser para la muerte. A lo mejor es una mierda, pero lo siento, existir es eso.

      —Cuando transcriba lo que estás diciendo, va a sonar mucho más terrible de lo que suena escuchándote.

      —Sí, hay gente que se imagina que soy un ogro, un huevón que si le tocas el timbre te va a mandar a la chucha, porque mi visión del universo simplemente es horrorosa. Pero yo soy una persona jovial, afable. No fui un niño hosco, me encantaba bailar, me la pasaba en la calle jugando pichangas, andaba con amigos quebrando ampolletas, robando pasteles, era totalmente normal. Pero obviamente mi corazón y mi cerebro están —y que esto no suene tan grandilocuente— en el enigma absolutamente insondable y monstruoso de tener conciencia y de haber aparecido acá, y en la absoluta certeza de que voy a terminar pronunciando las palabras de Tribilín: You never know. Dicho eso, jamás le diría una sola palabra a un ser humano para que deje de creer en aquello que lo alivia, así sean los cordones de sus zapatos. Por mí que creas en todas las vírgenes y santos y cabezas de pescado que te alivien el dolor, que es la única huevá que hay y es intolerable.

      —Alguien que cree tanto en el dolor, ¿deja de ser un escéptico?

      —Los místicos más cabrones pueden llegar a eso, pero yo estoy mil escalones más abajo, llegué hasta Tribilín. La Simone Weil, una mística francojudía que dice cosas increíbles, hace una lista de todos los horrores que hay en la tierra, físicos y psíquicos, y dice “eso es el amor de Dios”. Y tú piensas “esta huevona está loca”, pero también tienes a Catalina de Génova, que dice: “Si una gota de lo que yo siento en este instante, una sola gota, cayera en el infierno, lo transformaría inmediatamente en el paraíso”. Cuando tú lees algo de ese tamaño, tienes que comprender que ahí no están hueveando. El problema es tú no lo puedes asimilar, porque no tienes idea. Por eso, yo hallo que la única entrada posible a Dios es la teología negativa.

      —¿Cómo así?

      —El Dionisio Areopagita, por ejemplo, para hacerte sentir lo que es Dios, hace una lista de todo lo que Dios no es: Dios no es bonito, ni feo, ni guatón, ni alto, ni hediondo, ni buena persona, ni conchesumadre, ni es un genio, ni es un asesino… entonces ahí tú vas cachando. Y hay un teólogo luterano, Tersteegen, que dice “Dios es lo absolutamente ininteligible”. Lo mismo que dice Lao Tsé en el Tao: el verdadero Tao no se puede nombrar. Ese es un conocimiento como visceral que yo tengo de la realidad: no tenemos el aparato para cachar de qué se trata realmente. De hecho, si en vez de ojos yo tuviera dos microscopios electrónicos, lo único que vería es un bullir de amarillos, rosados y celestes. O sea, en realidad solo sabemos lo que pasa en nuestra cabeza. De ahí viene esa famosa frase de Macbeth: la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido. Pero una cosa es comprender esto intelectualmente, como un profesor que se lo cuenta a sus alumnos y después almuerza tranquilo con su señora, y otra cosa es saberlo con toda el alma. Cuando tú sabes o intuyes estas cosas con toda el alma, tu vida es distinta y hay que defenderse.

      —¿Y cómo te defiendes, al menos para atravesar el día?

      —Bueno, siempre están la música y la lectura. ¿Y para atravesar el día? Bueno, me levanto, hoy me hice unos panes con palta, que ayuda; salgo, por suerte había sol, respiro, leo un poco si puedo, pongo una silla en la puerta de mi cabaña y simplemente me siento y miro el jardín. Mi jardín es un pedazo de arena, unos pitósporos en la reja y un montón de pasto a mi izquierda que crece porque está encima de mi pozo séptico. Me da gusto que eso haga salir pasto de la tierra en vez de ir a ensuciar el mar. Y cuando no me duele nada y puedo respirar bien, me quedo horas ahí sentado, mirando para adelante y sintiéndome, diría yo, bien. Eso me basta, porque mi bienestar es alejarme del dolor y porque tengo la suerte de que lo que más me gusta en el mundo es no hacer absolutamente nada. Cuando tú puedes no hacer nada y te sientes bien, ese es el paraíso aquí en la tierra. Nāgārjuna, el más grande de los filósofos budistas, dice: “Nirvana es Samsara y Samsara es Nirvana”. Nirvana es lo máximo para ellos —no el Cielo, porque no quiero sombras cristianas metidas en esto— y Samsara es esta conversación, son mis zapatos, es el presente inmediato. Y yo creo en eso: si voy en la micro de Viña, mirando un perro por la ventana, viendo pasar a una señora, eso es el Nirvana, lo máximo que me puede pasar aquí.

      —Pese a todo lo anterior, acabas de publicar el libro Violeta (Ediciones Overol), mucho más cercano al encanto amoroso que a cualquier sufrimiento intolerable.

      —Ah, es que ese libro es una mezcla extraña de lecturas que no te voy a decir cuáles son. Pero son textos de revistas antiguas, idiosincráticas, de un estrato cultural medio funky popular. Me gusta mucho el poema que salió de ahí, lo hallo hermoso. Es un poema de amor como divertido, pero es acerca del amorrr, del amor con tres erres. Aquí lo tengo, te voy a leer tres cosas: “El amor no es una mercancía que se ofrece al primero que se presenta”. “Un corazón ama, cuando ama”. “¿Cómo es posible prometer el corazón?”. Y el libro entero es así. Y también en Overol, este año va a salir otro libro que se llama Miércale, que es muy curioso pero no te pienso decir de qué se trata.

      —Además, en Ediciones UDP van a reeditar tus dos libros de diarios (Rápido, antes de llorar y A quién matamos ahora) y están preparando tu Poesía reunida, un libro grande.

      —Eso me pone súper bien, porque yo he hecho puros libros imperfectos, con poemas abollados, mal hechos, y para ese volumen de Poesía reunida —que va a tener todos mis libros— me di el gusto de sacar un montón de poemas que no debí haber publicado nunca. Por fin va a quedar un libro con el que voy a estar más o menos contento. Además, va a estar en la colección de poesía iberoamericana, donde están la Gabriela Mistral, Enrique Lihn y César Vallejo, el poeta, quizá, que más amo. Su poema “Voy a hablar de esperanza” es lo más profundo, fidedigno y conmovedor que he leído en mi vida.

      —Y los poemas que dejaste afuera, ¿antes te parecían buenos o no te atrevías a botarlos?

      —Dudaba, no sabía qué hacer con ellos. Y como soy tan irresoluto, ahora pienso que quizás borré mi Hamlet sin darme cuenta. A lo mejor dije: “¿Qué es esta huevada de to be or not to be? Estoy puro leseando, lo borro”. Pero eso no lo voy a saber nunca, porque dudo y dudo. No soy un budista, soy un dudista. Para serte franco, esta mañana estuve a punto de decirte que no iba a dar la entrevista, porque dormí como las huevas, en la noche desperté tres veces en un desamparo más o menos. Pero estoy contento de haberla dado igual, porque no me ha parado la lengua y de lo único que he hablado es de lo que pensé que no iba a hablar: lo que realmente siento, cómo estoy. Que para mí, al final, la única huevá es poder respirar, que no me duela nada, comer frugalmente, que haya luz y que los demás no lo pasen tan mal. Soy así, no lo puedo evitar, tengo una visión muy fregada de la realidad. Y si siento eso de la existencia, me tengo que recoger, refugiarme en la Simone Weil, en Charlie Parker, en Parménides, hay como líneas espirituales en la historia que tú sigues.

Скачать книгу