Скачать книгу

no recibe llamada, vuelve a comunicarse pero ya han dejado la habitación, “¿Qué diablos significa esto?”, se dice, y pocos días después la llama a Oregón y dice que verla a ella y a su familia fue una de las mejores cosas que le ocurrieron jamás, y que ha estado pensándolo y le encantaría ir a verlos a todos por una semana o algo así algún verano, incluso menos, pero no este, ya que sería tan pronto después de haberla visto y sabe que tienen planes para Alaska y le gustaría darles mucho margen para prepararse, emocionalmente incluso podría decirse, para su visita, y no es que esté diciendo que sería un problema para ellos, o un peso, quiere decir, o algo por el estilo... él es independiente, “Orgullosamente, como dicen, pero no orgulloso”... esos días se terminaron hace mucho si es que alguna vez comenzaron... y sería la última persona en el mundo en estorbar o alterar las cosas o entrometerse o inmiscuirse, y no hay ningún problema acerca de quién le preparará el desayuno o le cocinará algo, si ella quiere, y de hecho hasta podría tener que pelearse con él sobre quién cocinará para todos durante su estadía, era solo una broma, y también solamente bromeaba al asumir que habría una estadía, y ella pregunta qué quiere decir con eso, le encantaría recibirlo pero no tienen tanto espacio en su casa, por muy cómodo que sea el lugar... cada niño tiene su propio dormitorio y no hay living ni sala de juegos que se pueda convertir, esa habitación se transformó en la oficina de Glen en casa y el sótano en su carpintería, y los únicos otros lugares son un desván sin ventilación y un semisótano sin aire, pero tal vez los dos más chicos puedan compartir y él pueda quedarse en uno de sus dormitorios por unos días. “No quiero molestar a nadie... puedo dormir en el porche si es que tienes porche y si el clima no es demasiado húmedo o frío”, no conoce Portland ni en realidad ninguna parte de los estados al oeste del cordón de Shenandoah, así le parece que se llama, que él visitó con un amigo y los padres de su amigo hace más de cincuenta años, “Dormíamos en tiendas de campaña diminutas, cocinábamos tocino en un fuego a leña”, pero tal vez se ponga como allí en verano –frío, a diferencia de aquí– y ella dice que sí, tienen un porche al frente de la casa, pero no tiene mosquiteros y si es la temporada de bichos –lo cual depende, por lo menos, de cuán molestos se pongan los bichos, de cuánta lluvia tengan esa primavera y de cuán fresco resulte el verano– se harán un festín con él, así que dormir en el porche queda descartado porque, o son los bichos o es el frío, así que simplemente no tienes chances de ganar, aparte de que su casa está sobre una calle de tránsito relativamente pesado. De todos modos, dice él, algo se ha puesto en marcha –quiero decir, comenzó, en los planes– y él ya está deseoso de hacerlo, si funciona, muy bien, y si no funciona, a no preocuparse, mi amor, él lo entenderá de sobra, y cuelga y piensa que ella no quiere verlo allá, o que el que no quiere es Glen o que son los dos, o son los niños, y ya lo hablaron con sus papás y no quieren que un viejo de no sé qué vaya a quedarse en la casa, ni siquiera por una semana, y los padres o uno de ellos estuvo de acuerdo con los chicos, pero nunca va a pasar, cualesquiera sean las razones sencillamente él sabe que nunca irá, eso es todo. Caramba, si la cosa se pone peor y llega a tener tantos deseos de verla, lo cual sabe que sucederá, puede tomarse un avión sin decirles nada, quedarse en un hotel por ahí cerca y llamarla desde el hotel para avisarle que llegó, siempre quiso ver la Costa Oeste y ni hablar de morirse sin haberlo hecho alguna vez en su vida, y si desean verlo –no, no quiere resultar tan rudo–, desde luego que él también quiere verlos y había planeado hacerlo, pero si ellos tienen algo mejor que hacer –no “mejor”; “algo más importante”, no, ni siquiera eso, simplemente algo ya planeado, que no puede postergarse, como otro viaje a Alaska mañana mismo o esta vez al Pacífico Sur o Japón–, él lo entenderá y verá Portland por sí solo y luego continuará su viaje hacia el sur en autobús, durante lo que reste de sus dos semanas, hasta San Francisco y lugares como México y Los Ángeles.

      Al final de ese otoño –llama a su hija más o menos una vez por semana y hablan un par de minutos, y él usualmente le pide hablar con uno de los chicos– entra un hombre joven en la hamburguesería, no más de dieciocho años –pero con Margo cosas del estilo de “¿Cómo están?”, “Todos bien”, “¿Cómo está el tiempo?”, “Podría ser peor”, “¿Supiste algo de tu mamá?”, “Ella siempre está bien: no podría estar mejor”, “¿Cómo va el trabajo?, ¿la escuela?, ¿cómo está todo en Portland por estos días? He estado leyendo el mapa del clima últimamente y viene diciendo que les va a llover a mares”, a veces charlas de deportes con los chicos para lo cual tiene que leer los diarios o hablar con alguno de los clientes a fin de saber algo al respecto, durante una semana mucho sobre el viaje de ellos a Alaska: fueron muchas horas de auto, a él no le parecía demasiado interesante para todos esos kilómetros, un montón de focas, un oso suelto o dos, alguna clase de antílope o alce, podrían haberlo visto en un zoológico moderno, incluso como el que hay en su ciudad pero eso no lo dijo–, directo al mostrador mirando alrededor –“Sabes, fui a visitar la tumba de Julie hace pocos días, trato de hacerlo cada dos semanas, pero a veces me encuentro yendo dos o tres días seguidos, pongo algunas flores, simplemente me paro ahí, a oír cómo sopla el viento y esas cosas, todo se ve muy bien, lo mismo la de tus abuelos: en perfecto estado”, “Eso es bueno; lamento tanto no haberla visitado mientras estuve allá, solía hacerlo con mamá mucho antes de que nos mudáramos, todo era muy triste, especialmente porque fue tan poco tiempo después de que ella murió”– y algo anda mal, casi que sabe lo que está por venir, le robaron hace un par de años en la calle al volver a casa desde el trabajo: “Dame el dinero”, “Aquí tienes, muchacho”, porque eran dos, con escopetas recortadas al parecer, un poquito exagerados, le gustaba bromear después, “¿Qué habrías hecho si solo hubiese sido uno?”, le preguntó alguien, “Simplemente lo que hice: entregárselo con una sonrisa, ¿o qué crees?”, los ojos del tipo: movimientos sospechosos, suspicaces, nerviosos, la cara sudorosa –y ninguna mención más sobre su viaje a Portland algún verano, así que supone que es asunto cerrado–, él dice: “¿Sí, señor?”, no hay ningún otro cliente, desde donde está parado no se ve a nadie mirando adentro desde la calle, el patrón y su mujer salieron a comprar carne y fiambre para la semana, Dios cómo le gustaría tener una pistola, algunas veces, bajo el mostrador, para cuando su vida está en juego, o por lo menos un palo, “¿Puedo ayudarlo en algo?, ¿desea algo de comer, o... qué?”, y el hombre saca una pistola, él no sabe de dónde pudo salir tan rápido, tal vez de dentro de la manga de su abrigo –eso es lo que tendría que haberles dicho a los detectives para hacerlos reír: “Registren a todos los agentes teatrales de la ciudad, el ladrón era un mago, a la pistola le siguieron conejos y palomas”– y dice: “Esto es un asalto, mantén tu grasosa boca cerrada, nada de movimientos estúpidos, las manos donde yo pueda verlas y dame todo lo que tengas en la registradora, rápido, y en los bolsillos y si tienes una caja fuerte en la parte de atrás entonces ábrela o vas a ser una gran verga muerta”, y él dice: “¿Un asalto?, ¿un asalto?, ¿en este antro?, vamos, sal de aquí”, y mira a su alrededor en busca de algo con lo que asustar al tipo, y alguna cosa bombea en su interior, donde podría jurarse que es capaz de arrancar con sus manos el mostrador entero y los doce taburetes unidos a él y arrojárselos al chico, la sartén de hierro está fuera de su alcance, el martillo que a veces usa para clavar cosas está en la punta del mostrador, dentro de una caja de zapatos, hay cuchillos por ahí pero son cortos y él no sabe cómo lanzarlos, y los grandes para carne están en el fregadero, agarra una gran espátula junto al gratinador que tiene al lado y la agita en el aire diciendo: “Te dije que te largues o te voy a arrancar los putos sesos, maldito imbécil, ¿con quién te crees que estás tratando?”, y cuando el hombre no se mueve, le arroja la espátula y la pistola se dispara, eso es todo lo que recuerda de lo que sucede: oye –la pistola– y ve –el fogonazo que sale de ella–, y tal vez ni siquiera lo recuerda sino que solo lo imaginó, y es atendido en el suelo por los paramédicos y llevado al hospital, ningún recuerdo de nada en el restaurante o la ambulancia después de que le dispararan, solo se le volvió todo negro, sin dolor, ningún dolor después, salvo un par de días más tarde cuando un médico residente del piso, que se refería a otro paciente, le dijo a una enfermera que había que retirarle los calmantes y, ¡muchacho, vaya si gritó durante un rato!, antes de que volvieran a dárselos, le dijeron que había entrado alguien, un tipo con una pila de folletos de una mensajería nueva en el vecindario, probablemente venía a tirarlos un momento después de que el tipo se fue, no hay dónde ponerlos...

Скачать книгу