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Vida de lago. David James Poissant
Читать онлайн.Название Vida de lago
Год выпуска 0
isbn 9789876286084
Автор произведения David James Poissant
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Fue muy valiente lo que intentaste —dijo Richard cuando llevaba a Michael y Diane de vuelta a casa desde el hospital. Hiciste, tendría que haber dicho. Hiciste, no intentaste. Quiso decir algo más, aunque cualquiera que haya visto morir a alguien sabe que cualquier palabra de consuelo es inútil.
En la mesa, Richard estudia sus cartas, aunque las memorizó apenas las vio. Esta ronda son Jake y él contra Thad y Diane. Diane es buena. Si no fuera por ella, Thad y Lisa estarían perdidos. Cada tercera ronda, cuando Thad y Lisa son pareja, Richard se aprovecha de la situación.
Diane apuesta. Richard bebe un sorbo de su trago y se siente embargado por una alegría radiante y sin filtro. El aguardiente, que ha estado bebiendo todo el verano, no tarda un segundo en hacer efecto. La lengua le llena la boca. Se siente liviano. Jake apuesta bajo, lo cual significa que su mano es una mierda. Thad apuesta alto, entonces tiene todas las cartas. Richard apuesta, arroja un trébol, y Michael se levanta de la silla. Bebe un trago en la mesada de la cocina y vuelve a la mesa con el vaso lleno. En toda su vida Richard jamás tomó tres vasos de aguardiente seguidos una misma noche.
Su mirada pasa de un hijo al otro. “Michael heredó los genes delgados y Thad los jeans apretados”, bromeó una vez Jake. Los dos se parecen a Richard —pómulos altos, ojos hundidos, nariz ganchuda—, pero la altura y la esbeltez de Michael lo hacen un calco de su padre.
Cuando los chicos estaban creciendo, Lisa a veces realizaba un ejercicio mental al que llamaba Inteligente, Feliz, Bueno. Lisa cree que todas las personas pueden ser las tres cosas. Richard siente que lo mejor o lo máximo a que puede aspirar la mayoría es a dos. Él es inteligente. (La falsa modestia es una deshonestidad, peor aún, una pérdida de tiempo.) Es feliz de manera intermitente. Pero casi nunca es bueno. No porque sea malo. Bueno, para Lisa, significa dar, servir a otros con un amor sacrificial. Ese es el asunto: ¿tu vida es una búsqueda de conocimiento, felicidad o buenas acciones? No necesitan excluirse mutuamente, pero casi siempre se excluyen. Tuvo colegas fascinados con su propia maldad y amigos que eran idiotas de buen corazón. Siete combinaciones, entonces. Siete tipos de personas en el mundo, ocho contando a los que no tienen ninguna virtud.
Thad es inteligente. Es bueno. Pero la felicidad le es esquiva. Michael es inteligente, pero tiende a elegir mal y a decir estupideces. Lisa, bueno, Lisa podría ser las tres cosas. Thad juega el as de corazones, que Jake toma con un triunfo. Richard tendrá que estar atento a los descartes de corazones de Jake. De vez en cuando Jake hace trampa y eso destruye la integridad del juego, cosa que a Richard le parece inaceptable. Ganar no tiene gracia si no se gana de verdad.
—Lo que me gustaría saber —dice Michael—, lo que me gustaría saber es qué carajo estaban pensando esos padres.
Su voz es alcohol y analgésicos. Se baja el tercer vaso y lo apoya sobre la mesa con demasiada fuerza.
—Michael —dice Lisa. Su voz es firme, pero también expresa temor. No, parece decir. No arruines este momento. Como si la semana no se hubiera ido a pique.
—Esa gente —dice Michael.
—Glenn y Wendy —dice Richard. Apoya sus cartas sobre la mesa, boca abajo.
—¿Quiénes? —pregunta Michael.
—La gente que estás por calumniar —dice Richard—. Tienen nombres, y sus nombres son Wendy y Glenn.
—Wendy y Glenn —dice Michael—. Tengo unas cuantas mierdas para decir sobre Wendy y Glenn.
—¡Cuidado con lo que dices! —dice Lisa.
Su esposa no es una purista. Es una persona de fe, pero del tipo amigable, progresista, “Dios es amor”, no del tipo o blanco o negro, nada de malas palabras. Pero la casa del lago es sagrada. En eso es eclesiástica. Hay un momento para insultar y un momento para reprimirse. Un lugar para el enojo, un lugar para la paz. Para ella, esta casa siempre ha sido un lugar de paz.
Para Richard la paz es ilusoria. Hay belleza en el mundo, por supuesto, pero ojo. El mundo te quiere muerto y no descansará hasta salirse con la suya.
Jake juega la reina de diamantes, un desperdicio. Thad juega el dos de diamantes. Richard descarta un trébol y Diane gana una baza.
—Quiero decir, ¿quién sube a una lancha a un niño que no sabe nadar? —dice Michael.
—Mi amor —dice Diane, pero Michael golpea la mesa. Los pretzels tiemblan. Ha dejado de llover.
—Esa gente son todo lo que está mal en este país —dice Michael, la voz pastosa por el aguardiente—. Brutos y blancos y clase media alta.
—Michael —dice Lisa—, nosotros somos blancos y clase media alta.
—Tú eres clase media alta. —Michael niega con la cabeza—. Esa gente tendría que ir presa.
Lisa se levanta. Se vuelve a sentar. Como casi nunca se enoja, Richard ha olvidado cómo es cuando está enojada. Y Lisa ahora está enojada.
—Algunas cosas no son culpa de nadie —dice—. Simplemente suceden. Suceden y no son culpa de nadie.
Lisa mira el cielorraso. Es una madre. Tuvo tres hijos. Ahora tiene dos.
—Por favor —dice—. Deja en paz a esa pobre gente.
Todos los ojos están clavados en Michael. Lo que ocurra después depende de él. Ya hubo varias peleas alrededor de esta mesa, en su mayoría gracias a cosas que dijo Michael. Hace dos años hizo llorar a su madre. “Ningún hijo mío vota a Donald Trump”, dijo Lisa y salió hecha una tromba. Esta noche, sin embargo, opta por la diplomacia.
Michael levanta su vaso vacío y Richard no sabe si es un gesto de rendición o un brindis. No es una disculpa. Michael eructa. Un eructo sonoro y prolongado, musical. Pretende aflojar la tensión, pero esta noche nadie se ríe.
Michael cierra los ojos. Cuando vuelve a abrirlos, está focalizado. Richard notó que es un truco, su hijo parpadea para recuperar la sobriedad.
—¿Y si nos olvidamos de todo esto y vamos a comprar un helado? —dice Michael.
Lisa va hacia su hijo y se para detrás de su silla.
—Me parece perfecto —dice.
Le acaricia los hombros y le besa la cabeza. No menciona que está perdiendo el pelo. No aprieta sus hombros como diciendo sigo siendo tu madre y tienes que respetarme. Ya lo ha perdonado, sin que se lo pidiera.
¿Y podría culparse a Richard por preguntarse si el perdón también puede alcanzarlo? Pero Richard no es el hijo. A los hijos se los ama sin condiciones.
Richard se levanta y su familia lo imita. Lavan los vasos, guardan los pretzels en la bolsa y recogen los naipes. Irán a Highlands a comprar helado.
No es demasiado tarde. El helado los salvará. Todo estará bien.
Richard piensa esto y es una idea tan simple que, por un minuto, casi cree que es verdad.
10
En el recuerdo de Thad, Nico’s es una maravilla con torretas en la cima de una colina, una ciudadela que se yergue al costado del camino, gableteada, rococoteada, dienteleonada. En el recuerdo, Nico’s se eleva orgullosamente, un faro en la oscuridad que anuncia helados, waffles convertidos en cucuruchos ante tus propios ojos. Nico’s y el río abajo de Nico’s colmado de truchas —arcoíris, marrones, Brook—, peces morrudos como brazos de fisicoculturistas. En el porche de Nico’s, una hilera de domos en la baranda del deck esperan tu cuarto de dólar para dejar caer comida en tu pequeña mano, los peces esperan que les arrojen los gránulos. Y los gránulos color arena caen al río y tú has venido aquí para esto más que por el helado, esta cacofonía de comida inhalada en glups y pafs, de branquias como fuelles, ecolalia de aletas y escamas, y tú has hecho esto, con tu cuarto de dólar, con sólo arrojar un puñado al gua, has devuelto la vida al río, que ahora se agita. En el recuerdo…
Pero Nico’s, igual que la casa del lago, es aquello