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religiones son prácticamente imposibles28. Sin embargo, algunas investigaciones locales han postulado que parece existir una mayor presencia de abusos sexuales en la Iglesia católica que en otras religiones29. Independiente de la discusión comparativa, el argumento esgrimido por parte del mundo católico que abraza la lógica del tu quoque parece sumamente desafortunado y, en última instancia, innecesariamente defensivo. Básicamente el argumento reducido a su nivel elemental equivale a la pataleta de un niño que pillado en falta se defiende afirmando: “¿y cómo mi hermano también?”. Lo cual, dicho sea de paso, es tan absurdo y grotesco como la justificación de aquellos que interrogados por la cantidad de crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar de derecha en Chile durante los años setenta y ochenta, afirman rápidamente que es cierto, pero que en los regímenes comunistas los crímenes han sido mucho peores. Por cierto, me parece que de las brutales declaraciones que existirían dictaduras “menos malas” que otras, tenemos ya bastante.

      Que la Iglesia necesite afirmar que el problema de los abusos sexuales “es un problema de la sociedad entera” parece innecesario y desafortunado, y en última instancia un pobre consuelo para una tradición religiosa que clama actuar en el nombre de un Dios-Amor que anhela el florecimiento de todos sus hijos, sobre todo los más humildes y desamparados.

      Finalmente, me gustaría nombrar una última problemática actitud respecto los abusos sexuales en la Iglesia. Ella se refiere al uso no-reflexivo de ciertas explicaciones que son esgrimidas a priori respecto las supuestas causas que estarían a la base de los abusos sexuales eclesiales. En rigor, se enarbolan esas teorías como una forma de validar, de antemano, lo que la persona considera que “está mal en la Iglesia”, sin ninguna consideración seria a las actuales investigaciones y estudios disponibles al respecto. Entre estas posturas, es posible nombrar las justificaciones clásicas de los sectores conservadores y liberales para explicar la crisis. De los primeros, los argumentos favoritos para explicar los casos de los abusos sexuales suelen ser: 1) la supuesta “homosexualidad” de los sacerdotes abusadores, 2) la influencia de la “moral sexual liberal” de nuestra [pecadora] sociedad secular, y 3) la falta de “fe real” o de “fidelidad” con la tradición doctrinaria de la Iglesia30. Por otra parte, en los sectores liberales, es frecuente encontrar la precipitada ligazón de los abusos sexuales con el celibato del clero y con la falta de sacerdotes mujeres.

      Como se aprecia ambas líneas argumentativas suelen usar narrativas que contienen un razonamiento lineal, unicausal y que, en último término, resulta simplista. Además, ninguna de las afirmaciones precedentes está basada en la evidencia investigativa que disponemos en la actualidad. Por ejemplo, existe bastante claridad de que el problema de los abusos no está causado por ninguna orientación sexual específica: por una parte, la mayoría de los abusadores son heterosexuales, y, por otra, personas homosexuales y heterosexuales que cuentan con una personalidad integrada tienden a sentirse atraídos por personas adultas, no por menores de edad31. Así mismo, existe evidencia consistente de que los casos de abusos sexuales en la Iglesia suceden desde los albores de dicha tradición religiosa, siendo un problema que ha emergido en distintos momentos de su historia, por lo que de mala forma se podrían atribuir a nuestra “actual falta de fe” y/o un producto de la “decadente moral moderna”32. Por otra parte, no existe estudio científico alguno que pruebe una ligazón directa entre el abuso sexual y el celibato; como es sabido, la inmensa mayoría de los abusadores en el mundo son personas no célibes, por lo que la relación lineal entre la abstinencia de una vida sexual activa y el convertirse en un predador sexual de menores emerge como simplista e infundada33. Por último, pese a que la inclusión de la mujer en la Iglesia es una empresa que evidentemente reclama urgencia, existen múltiples autores que apuntan a que el problema de la crisis es multicausado, y que incluir a mujeres en posiciones de poder, sin realizar otras modificaciones significativas, no sería una garantía de acabar con este mal. Los casos donde mujeres religiosas en posiciones de poder —madres superioras, directoras de hogares y colegios, etcétera— han abusado física y psicológicamente de niños y niñas a su cargo es una evidencia clara de ello34 (aunque, por otra parte, también es cierto que los porcentajes de abuso sexual realizados por mujeres religiosas son significativamente menores)35. Volveré a discutir en mayor profundidad cada una de estas problemáticas narrativas explicativas respecto de la crisis a lo largo del presente trabajo.

      Una vez que el problema de los abusos eclesiales es considerado con la gravedad y severidad objetiva que implica, el paso siguiente debiera poder ser el de elaborar algún intento de reflexión o comprensión integral del fenómeno. Pues, no podremos avanzar en un intento de reparación y/o solución de esta tragedia, sino contamos, primero, con un esbozo de diagnóstico comprensivo. Por tanto, nuestro desafío es intentar abordar este problema desde una perspectiva que resulte lo más multifocal posible, de manera de realizar una lectura de los distintos niveles involucrados. En ese sentido, tenemos el deber de trascender interpretaciones simplistas y unidimensionales, las que, lamentablemente, abundan en la conversación social y que, por cierto, han primado al interior de la misma Iglesia.

       TESIS Y ESTRUCTURA DEL LIBRO

      El presente trabajo está estructurado en torno a dos “ideas fuerza” principales. Dichas tesis funcionan como un tronco central que se encuentra presente en cada uno de los capítulos del libro, y son las que le dan continuidad e ilación al mismo.

      La primera de ellas tiene relación con lo recién enunciado: el problema de la crisis de los abusos sexuales en la Iglesia tiene una naturaleza multicausal, es decir, implica una combinación e interacción de factores que tienen una naturaleza psicológica, sistémica estructural, eclesiológica, teológica, cultural y, también, una dimensión espiritual. En ese sentido, la presente propuesta interpretativa se contrapone —de manera directa— a perspectivas que abracen, de alguna forma, la lógica de la “manzanas podridas”. Este tipo de posicionamiento frente a la crisis afirma que los abusos están causados —linealmente— por individuos “enfermos”, en tanto sujetos aislados, los que se suelen categorizar usando las expresiones de: psicópatas, irrefrenables pedófilos, predadores sexuales encubiertos, curas homosexuales reprimidos, miembros del clero que no han sido fieles con la enseñanza del magisterio, entre otras. Como afirmé hace un momento, dependiendo de la posición ético-política de la persona será el tipo de “manzana podrida” que ella conceptualizará para achacar la responsabilidad de la crisis.

      Sin embargo, me parece relevante aclarar que al afirmar que la crisis global de la Iglesia solo se puede comprender apelando a una mirada multisistémica e interdisciplinaria que dé cuenta de la pluralidad de factores en juego, no se implica con ello que en cada caso de abuso ocurra una igual convergencia de factores. Es decir, claramente existen casos individuales donde el factor de la psicopatología del abusador tiene un rol central y preponderante. En otras palabras, ciertamente dentro de los abusadores eclesiales existe un perfil que coincide con la caricatura popular del “oscuro y pervertido sacerdote pedófilo serial”. Tenemos famosos y tristemente célebres casos de sacerdotes que individualmente cuentan con un perfil clínico suficientemente grave y psicopatológico como para explicar su sistemática conducta abusiva hacia menores de edad, algunos de los cuales acabo de discutir en el apartado anterior. No obstante, como elaboraré en varios lugares de este trabajo, las investigaciones más relevantes a la fecha señalan que, mirado el escenario desde una perspectiva amplia y global, la gran mayoría de los sacerdotes católicos que han abusado sexualmente a menores de edad ni siquiera cuentan con los criterios diagnósticos para ser calificados, clínicamente, bajo el rótulo de pedófilos36. Es decir, su conducta disruptiva no se puede explicar por una configuración psicopatológica individual. En simple, la comprensión desde la psicología individual de los agresores no es suficiente para comprender y explicar la complejidad del fenómeno de los abusos sexuales eclesiales. Por lo tanto, una mirada sistémica, integral y multifocal resulta necesaria.

      La segunda tesis estructurante del presente trabajo se relaciona con un concepto que proviene de la tradición de la psicología analítica llamado “la sombra”. El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung utilizó dicho nombre para señalar el lado oscuro del psiquismo humano, la parte de la personalidad que contiene todas las cualidades, vivencias y formas de ser que son

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