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las afirmaciones iniciales respecto de la gravedad de la crisis de los abusos sexuales en la Iglesia con información que resulte legítima y fidedigna acerca de cómo esta se ha manifestado concreta y operativamente. Existen, en ese sentido, algunos datos investigativos relevantes que sería bueno discutir de forma introductoria. Esto resulta adecuado de realizar ya que aún existen ciertos círculos en que se descree de la seriedad del problema (personalmente aun me ha tocado escuchar quienes afirman que hay una injusta persecución hacia la Iglesia y que comparado con la prevalencia de los abusos sexuales en el resto de la sociedad, lo de la Iglesia no es un problema en sí particularmente sintomático o significativo). Por tanto, considero pertinente realizar al menos una somera revisión de los hitos mundiales respecto de este conflicto. No pretendo con ello dar un minucioso, acabado y definitivo informe de todos los casos de abusos sexuales eclesiales en el mundo —objetivo que escapa al espíritu de esta reflexión y que, por lo demás, periodistas e investigadores ya han hecho ese trabajo de una forma más completa de lo que yo mismo podría realizar— sino que traer al frente algunas de las investigaciones y casos más emblemáticos para ilustrar el alcance y gravedad de este problema. Por su valor simbólico e impacto mundial me gustaría discutir brevemente los casos de Estados Unidos, Irlanda y Australia, luego de lo cual me referiré de forma esquemática al escenario latinoamericano, y, específicamente, al caso de los abusos sexuales en la Iglesia chilena.

      Hay cierto consenso en fijar como uno de los hitos que marca el comienzo de las denuncias públicas contra sacerdotes en Estados Unidos, las acusaciones realizadas en Luisiana contra Gilbert Gauthe, en el año 1983. Durante el juicio, Gauthe admitió que había abusado de 37 niños de su comunidad, los que aparte de ser violados por él eran forzados a tener relaciones sexuales grupales entre ellos bajo amenaza de muerte —Gauthe los intimidaba con su pistola si se rehusaban a sus demandas sexuales— mientras él fotografiaba dichos encuentros. Posteriormente, durante su tratamiento en prisión le confiesa a su psicoterapeuta haber abusado al menos 100 niños y niñas1. El caso de Gauthe es significativo ya que pone el tema de los abusos sexuales de sacerdotes católicos por primera vez en la prensa nacional estadounidense y, además, devela el modus operandi de la jerarquía eclesial para manejar este tipo de situaciones: traslados de parroquia, encubrimientos, amedrentamientos a las familias y/o arreglos económicos extra oficiales condicionados a silenciamiento público.

      Uno de los primeros trabajos reflexivos que emergieron a raíz del caso Gauthe fue El problema del abuso sexual por el clero católico romano (1985), el que fue elaborado por Ray Mouton, Thomas Doyle y Michael Peterson, escrito que sería popularmente conocido como “el manual”. En ese profético trabajo se postuló la tesis de que la comprensión del abuso sexual clerical debía implicar consideraciones legales judiciales, canónicas, clínicas y espirituales. Pese al tono de urgencia advirtiendo la seriedad y gravedad del problema y que sus autores enviaron su trabajo para su discusión a la Conferencia de Obispos Católicos Estadounidenses, la jerarquía de la Iglesia hizo caso omiso de sus recomendaciones. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, “el manual” tendría una importante influencia en las décadas siguientes para la comprensión de la crisis de la Iglesia estadounidense2.

      El nivel de prensa que adquirió el caso Gauthe alentó a que comenzara una ola de denuncias hacia otros sacerdotes involucrados en abusos sexuales en el estado y creó un efecto dominó a nivel nacional. Entre 1983 y 1987 hubo un promedio de una denuncia a la semana relacionada con casos de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes católicos a lo largo y ancho de Estados Unidos3. Para comienzo de los años noventa ya habían suficientes antecedentes investigativos de que el problema de los abusos sexuales en la Iglesia católica de Estados Unidos era una realidad incomoda, quemante y ciertamente no reducible a la noción de “casos aislados”4.

      Sin embargo, iba a ser el escándalo y terremoto del develamiento de los abusos sexuales de la arquidiócesis de Boston, los que, en enero de 2002, gracias al notable trabajo investigativo realizado por el equipo de Boston Globe 5, mostraría la profundidad y severidad del problema vivido en al interior de la Iglesia católica. El símbolo de esa tragedia iba tener dos rostros concretos, el sacerdote John Geoghan y el cardenal Bernard Law. El primero de ellos abusó de al menos 130 niños, mayoritariamente prepúberes de sectores marginales vulnerables, entre los años 1960 y 1998. El cardenal Law en cambio, fallecido a finales del año 2017, pasaría a la historia como el responsable directo de uno de los mayores encubrimientos sistemáticos documentados en la Iglesia católica; ya que solamente en la arquidiócesis de Boston, se descubrió que alrededor de 237 sacerdotes cometieron delitos de abuso sexual a menores durante décadas, al amparo del minucioso trabajo de encubrimiento perpetrado por dicho cardenal. Paradójicamente, luego de aceptar su renuncia, Juan Pablo II le traslada al vaticano y le nombra arcipreste de la basílica de Santa María la Mayor —una de las más importantes de Roma—, llegando incluso a participar en la elección del papa Benedicto XVI en el año 2005.

      En el año 2004 se publica uno de los trabajos investigativos más serios y exhaustivos realizados a la fecha para evaluar el alcance del problema de los abusos sexuales en la Iglesia católica de Estados Unidos. Dicha investigación fue solicitada por la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos y la realizó el equipo del prestigioso John Jay College de Justicia Criminal, la cual fue liderada por la doctora Karen Terry. El estudio llevado a cabo por el equipo John Jay documentó 4.392 sacerdotes con denuncias fidedignas de haber cometido agresiones sexuales a menores de edad entre los años 1950 y 2002, lo que representa el 4,3 % de los sacerdotes diocesanos y el 2,5 % de los sacerdotes de órdenes religiosas de todo el país6. Sin embargo, se ha estimado que el porcentaje real de sacerdotes que han cometido abusos es bastante superior. Argumentos que sustentan dicha hipótesis son: 1) hubo una significativa cantidad de sacerdotes diocesanos y religiosos que no fueron incluidos en el estudio; 2) la información enviada a los investigadores dependía directamente de los obispos y la verosimilitud de los registros eclesiales, lo que hace levantar razonables sospechas sobre omisiones de información; y 3) el gran número de casos en los que el abuso simplemente no se denunció7. Por otra parte, el número total de víctimas se estimó en cerca de 11.000 niños, niñas y adolescentes, aunque autores posteriores han estimado que la cifra real debiera estar cercana entre las 40.000 a 60.0008.

      Otro hito relevante en la historia de descubrir los alcances de los abusos sexuales en la Iglesia ha provenido del icónico caso Irlandés. Luego de varios años de revelaciones paulatinas respecto del infierno soportado por cientos de niños y jóvenes irlandeses, los que fueron brutalmente abusados, violados y torturados durante décadas en instituciones católicas relacionadas con la educación y la beneficencia (orfanatos, colegios, institutos, etc.); en el año 2009 dos contundentes investigaciones verían la luz: los reportes Ryan y Murphy.

      El reporte Ryan ha sido particularmente agudo en revelar la simbiótica y patológica relación establecida entre la Iglesia y las instituciones del Estado Irlandés —específicamente la policía y la fiscalía— las que funcionaron como cómplices encubridoras. Al mismo tiempo, vuelve a develar el patrón de encubrimiento y traslado de los abusadores de parte de las autoridades eclesiales. Por otra parte, se ha estimado que el reporte Ryan también ha mostrado la profunda contradicción y escisión del espíritu nacional irlandés, el que por una parte era orgullosamente católico —el “país más católico del mundo”— y autorreconocido como un modelo de fidelidad religiosa a imitar por otras naciones; pero cuyo lado sombrío se reveló a través de estos 1.090 testimonios de abusos sistemáticos y brutales vejaciones que eran parte de la cotidianeidad de diversas instituciones relacionadas con la Iglesia realizados por alrededor de 800 abusadores, laicos y religiosos9.

      Teniendo un enfoque más acotado y específico respecto de la realidad de la arquidiócesis de Dublín y sus 200 parroquias, el reporte Murphy se centró en documentar a 320 víctimas —niños y niñas— que entre los años 1975 y 2004 fueron abusados sexualmente por 46 sacerdotes católicos. De los casos investigados solo 11 sacerdotes fueron condenados por delitos de abuso sexual. En dicha investigación se concluye categóricamente que las autoridades eclesiales de la arquidiócesis de Dublín se preocuparon de ejercer su influencia, bajo todos los medios posibles, para mantener en secreto los casos de violaciones y abusos sexuales, poniendo

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