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Los Legionarios de Cristo, Franciscanos y el movimiento Schöenstatt, entre otras. En ese sentido, los últimos años ha ido en aumento la consciencia de que este es un problema que se encuentra considerablemente extendido en la Iglesia, y que las acusaciones de abusos sexuales a sacerdotes implican todo el espectro de sectores eclesiales; desde los más conservadores a los más liberales, desde el caso de O’Reilly al de Cristian Precht. Dentro de este último universo, destaca la reciente denuncia de abuso de consciencia y abuso sexual que la teóloga chilena Marcela Aranda, realizó en el año 2019 al fallecido sacerdote Renato Poblete, icónico, carismático y querido sacerdote jesuita chileno. De acuerdo a la teóloga los abusos implicaron siniestras prácticas de abuso sexual colectivo, violencia física y amedrentamiento para que se realice tres abortos como consecuencia de las violaciones del religioso20.

      Por incompleta y apresurada que haya sido esta revisión de antecedentes, los datos actuales que disponemos al respecto debieran poder ayudarnos a dimensionar el nivel del problema que se enfrenta. Lo que dichas cifras revelan es que el establecimiento de relaciones abusivas de parte del clero católico se expresa de forma consistente y significativa en distintas partes del mundo, trascendiendo, con creces, la noción de casos aislados o anecdóticos. Pero más allá de todo número, de toda estadística y porcentaje, están ante nosotros las miles de víctimas y sobrevivientes. En última instancia, nuestro deber intelectivo está justamente del lado de todos aquellos que han sido tan profundamente heridos y traicionados. Una traición que no solo ha sido perpetrada por aquellos religiosos y sacerdotes católicos que a las víctimas les han arrebatado sus infancias, manipulado sus consciencias, envenenado su sexualidad y corrompido sus almas y su espiritualidad; sino que también ha sido ejercida por toda una estructura jerárquica e institucional que no ha estado a la altura del desafío de abordar el problema de la pederastia en su interior. En rigor, siendo más precisos sería más correcto afirmar que, en una abrumadora cantidad de veces, la jerarquía eclesial ha colaborado pasiva o activamente en la perpetuación de los abusos, ya sea apartando la vista del problema, escondiendo y/o reubicando sacerdotes con conductas criminales, o francamente realizando prácticas encubridoras propias de un funcionamiento gansteril.

       ACTITUDES PROBLEMÁTICAS PARA EL ESTUDIO Y COMPRENSIÓN DEL FENÓMENO

      Sin embargo, una de las primeras dificultades que emergen luego del sano reconocimiento de la gravedad de la situación de la crisis de la Iglesia, es la de poder vincularnos con el horror de los abusos sin sucumbir ante algunas actitudes que, aunque humanamente comprensibles, pueden dificultar una aproximación al fenómeno lo suficientemente profunda, constructiva y potencialmente transformadora.

      En mi camino de intentar vincularme con los casos de abusos sexuales en la Iglesia para comprender sus mecanismos, dinámicas y factores subyacentes he encontrado algunas actitudes, perspectivas y opiniones —de ciudadanos comunes que se han sentido interpelados por la crisis, de miembros activos de la Iglesia y de personas provenientes del mundo académico— que he considerado particularmente nocivas. A ellas me referiré a continuación.

      La primera de estas actitudes es una reacción bien esparcida en ciertos círculos no confesionales o abiertamente anticatólicos. Básicamente es una respuesta fuertemente emocional que, ante la constatación de la gravedad del problema de los abusos sexuales en la Iglesia, realiza una generalización desproporcionada respecto el funcionamiento de la totalidad del clero. Es decir, toma la premisa a priori de que un sacerdote o religioso va tener, por definición, algún tipo de desorden psicológico y/o sexual, ya que en último término “todos los sacerdotes son pedófilos encubiertos o son abusadores de algún tipo”. La —legítima— indignación contra la conducta del clero, y sobre todo con el comportamiento de su jerarquía, va a llevar a afirmaciones un tanto apodícticas, las que se suelen acompañar con golpes en la mesa, donde se corre el riesgo de “tirar al bebé con el agua de la bañera”, si se me permite el modismo explicativo. Lo inadecuado de la generalización se relaciona con lo que conocemos hoy en día por el estado de las investigaciones más relevantes al respecto: aunque los caso de los abusos sexuales emergen como una terrible y devastadora realidad, lo cierto es que el porcentaje de religiosos que presentan estas conductas se ha encontrado, hasta ahora, en el terreno del único dígito. Ciertamente, esto puede sufrir modificaciones en el futuro y dicho porcentaje puede ir en aumento. No obstante, existe evidencia suficientemente sólida para afirmar que la gran mayoría de los sacerdotes y religiosos no presentaría un comportamiento destructivo predatorio hacia niños y adolescentes.

      En la vereda del frente, entre las personas que aprecian o pertenecen a la Iglesia católica, han existido una variedad de posturas desafortunadas.

      La primera de ellas son las personas que adoptan una actitud de fuerte defensa corporativa, esgrimiendo una serie de argumentos autovictimizantes y persecutorios respecto a ciertos “enemigos” de la Iglesia que estarían detrás de la “magnificación” de la crisis.

      La estructura de la argumentación sería algo así como:

      1) Este es un problema en la Iglesia, es cierto,

      2) pero…

      3) a) no es tan grave, o, b) está agrandado/magnificado, o, c) en otros lugares es peor o igual que en la Iglesia;

      4) ergo, esto es una creación que quiere destruir la Iglesia y su influencia en el mundo.

      Entre los enemigos favoritos que este grupo de personas suele nombrar, se encuentran: la prensa, el mundo judío, los masones, la izquierda, entre otros. Me detendré más en profundidad a reflexionar sobre este mecanismo defensivo para abordar la crisis en el Capítulo III del presente libro, cuando reflexione sobre el problema del clericalismo o el narcisismo institucionalizado.

      Por ahora baste con detenernos a mirar la estructura lógica de la primera parte del argumento. Dijimos que esta era así: a) Sí, esto es un problema en la Iglesia / b) pero, / c) esto es igual de grave que (o no tan grave como) en “x” lugar, ambiente o grupo.

      Algunos ejemplos de cómo personas vinculadas a la Iglesia suelen usar esta argumentación podrían ser: “es cierto que en la Iglesia se cometen abusos sexuales, pero este es un problema que pasa en toda la sociedad”, “hay abusos en otras religiones también, ¿por qué la obsesión con la Iglesia?, “es cierto que hay abusos en la Iglesia pero esto también es un problema que sucede en otras relaciones de ayuda, como con los médicos o los psicoterapeutas”.

      Como puede resultar evidente al lector, esta forma de argumentar tiene la estructura de la falacia lógica llamada tu quoque —tú también, o tú más—. Dicha falacia lógica implica intentar desacreditar una acusación apelando a que el que interpela —o su ambiente— también ha cometido esa falta en particular o, incluso, que no tendría la autoridad moral para entablar un reclamo (por tanto, esta es una falacia que es una variante de ad hominem). En este caso se afirma, a la vez, que este es un problema, pero se alega que es un delito que comente mucha más gente, no solo el clero de la Iglesia católica. Con ello, se intenta anular la eficacia de la pregunta por los abusos eclesiales, distrayendo el foco de atención hacia un otro que tendría un comportamiento, al menos, igualmente de destructivo.

      Por cierto, como suele ser el caso de las falacias lógicas, parte del argumento es cierto. Existe evidencia de sobra para afirmar que los abusos sexuales hacia niños, niñas y adolescentes es un devastador problema humano que atraviesa a la sociedad completa siendo, de hecho, uno de los lugares de mayor riesgo de abuso sexual la propia familia del menor. El lugar de trabajo, los ambientes educativos escolares, y los lugares de formación académica formal, también son espacios donde las personas tienen riesgo de sufrir abusos sexuales21. Así mismo, existen muchos estudios que señalan que el problema de los abusos sexuales ocurre también en varias de las profesiones de ayuda22. Por cierto, todo parece indicar que el establecimiento de relaciones humanas en el contexto de una tradición religiosa donde el líder, guía o facilitador mal usa y/o abusa del poder es una dolorosa, cotidiana y destructiva realidad. El abuso sexual sucede también en el contexto del budismo23, del islam24, de las tradiciones chamánicas25, en la Iglesia anglicana26, y en otras

      Iglesias protestantes27,

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