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análisis de textos y escritura conjunta sobre este problema fue un gran incentivo y aliciente para poder avanzar a través de este libro, el cual considero una especie de primo hermano del trabajo que realizamos colectivamente*.

      * Hago referencia aquí al libro Vergüenza. Abusos en la Iglesia católica, Ediciones UAH, 2020.

      Estoy en deuda también con Francisco Jiménez, con quien tuve el gusto de facilitar un curso sobre el problema de la crisis en la Iglesia en el Centro de Espiritualidad Ignaciano y cuyo pensamiento ha terminado influenciado sobretodo la forma como abordo el problema del clericalismo que realizo en el Capítulo III de este libro. Así mismo, quisiera agradecer la generosidad de Román Guridi quien me ha compartido parte de su notable trabajo doctoral sobre ecoteología, lo que me abrió valiosas referencias académicas sobre el problema de la kenosis desde la perspectiva teológica feminista (discusión abordada en el último capítulo de este libro). Por último, quiero agradecerle a José Murillo por su entusiasmo respecto este trabajo y por su apoyo para que este pueda tener un buen destino editorial.

      En el ámbito familiar me gustaría agradecer la generosa ayuda y presencia de mis suegros, Marcelo Carrillo y Sandra Aedo, durante todos los meses que demoró la realización de este proyecto. En tiempos de alta intensidad familiar —entre puerperios e inesperados movimientos laborales— su constante y amoroso apoyo fue fundamental para que este trabajo haya llegado a ver la luz. Les estoy muy agradecido por ello.

      Finalmente —last but not least!— la persona que definitivamente ha sido la más relevante y significativa en la realización de este trabajo es mi colega, mejor amiga, principal editora —implacable lectora crítica— mi compañera, madre de mis hijos y mi esposa, Francisca Carrillo. Francisca no solo fue la persona que se le ocurrió la idea de que yo podría escribir un libro sobre el problema de la crisis de los abusos en la Iglesia, sino que además ha sido una fuente constante de aliento, sostén y apoyo para que yo pudiera llevar a cabo esta particular empresa. Francisca ha soportado mis reflexiones monotemáticas sobre la materia, me ha ayudado a revisar críticamente mi trabajo y me ha contenido cuando me he desmoralizado o contaminado emocionalmente con los contenidos sombríos que he estado estudiado. Además, con una enorme generosidad de espíritu ha generado las condiciones cotidianas familiares para que yo pueda abordar y terminar esta tarea. Este libro no existiría si no fuera por su sincero amor, por lo que estoy profundamente agradecido.

      PREFACIO PERSONAL

      El presente libro es una de esas experiencias en la vida que no han sido planificadas, deseadas o concebidas de antemano sino que se imponen y precipitan sorpresivamente en nuestro camino. En febrero de 2018, en un momento en que me encontraba en medio de una redefinición de mi quehacer laboral, me sentí impelido a elaborar algunas reflexiones sobre el problema de los abusos sexuales clericales, en parte conmovido y espantado por los estremecedores casos que, de manera continua e ininterrumpida, seguían develándose en la sociedad chilena. El papa Francisco había recién visitado el país —la que fue cataloga por muchos medios internacionales como “la peor” de su pontificado— y su desastrosa defensa del obispo Juan Barros, uno de los principales colaboradores del condenado exsacerdote Fernando Karadima, no hizo más que incendiar el debate en torno al problema de los abusos sexuales clericales en Chile. Personalmente, llevaba ya unos años conectado directa e indirectamente con este tema debido a mi actividad profesional como docente y psicoterapeuta, y consideré que algo de mi doble formación clínico-teológica podría, quizás, darme algún prisma particular para intentar abordar la materia. Con muchas dudas elaboré algunas incipientes impresiones e hipótesis personales en una columna de opinión que apareció en un medio electrónico de la prensa nacional1. Para mi sorpresa, algo de lo que yo había logrado articular como hipótesis explicativa del fenómeno le hizo sentido a decenas de personas las que me enviaron sus mensajes, notas y comentarios al respecto.

      Un par de meses después Tony Mifsud y Juan Rauld de revista Mensaje me contactaron pidiendo si podía elaborar con mayor profundidad algunas de las ideas sobre la crisis que había desarrollado en esa columna. Para mi sorpresa el ejercicio de rescribir el breve articulo que realicé para Mensaje —titulado de la misma forma que el presente libro— me dejó con un sabor agridulce, y me sentí sumamente frustrado e insatisfecho por no haber podido, dadas las limitaciones de espacio, desarrollar con la profundidad que merecían las ideas que ahí había planteado. Conversando sobre esa sensación de incomodidad con mi esposa, ella menciona al pasar: “¿Por qué, entonces, no escribes un libro sobre el tema?… ya tienes incluso los capítulos del libro por cada idea que has desarrollado en ese artículo”. Comentario que resultó ser el más efectivo “inception” —¡espero!— que ella ha realizado este último tiempo.

      La idea original fue entonces poder escribir un breve ensayo, lo más alejado posible de la jerga académica, en el cual no tuviera ninguna limitación de espacio para ahora si poder elaborar con tranquilidad las incipientes hipótesis que, desde mi experiencia clínica-académica, había intuido sobre esta materia. Sin embargo, antes de empezar a escribir consideré que sería un poco más serio y responsable de mi parte dedicarme a revisar —aunque sea someramente— qué era lo que se había estado escribiendo e investigando sobre el problema de los abusos sexuales en la Iglesia a nivel internacional para poder realizar un comentario más informado. Abrir esa puerta tuvo dos resultados imprevistos. El primero fue constatar que, para mi desilusión, varias de las hipótesis que yo había desarrollado en base a mi experiencia clínica directa ya habían sido planteadas, y que mis impresiones coincidían con lo que otros autores internacionales, que llevaban años investigando el problema, habían postulado. Lo segundo que sucedió fue que un alud de investigaciones, libros, estudios, papers y análisis de casos se me vinieron encima y los meses siguientes fueron de una intensa asimilación del estado del arte sobre esta materia, lo que terminó trasformando y redefiniendo por completo la naturaleza de mi propuesta. En ese camino este libro creció de forma considerable respecto de su diseño original y quedó transformado en una especie de híbrido entre una reflexión informada, una hipótesis diagnóstica comprensiva multisistémica y una investigación académica dedicada a un público no académico.

      La naturaleza híbrida de mi trabajo ha implicado el esfuerzo consciente de intentar evitar, en la medida de lo posible, un lenguaje técnico que obstaculice la comprensión de las siguientes tesis por parte del lector no especializado. Sin embargo, en el camino he debido recurrir a diversos conceptos y debates académicos, tanto del mundo de la psicología como de la teología, aunque intentado mantener un lenguaje lo más sencillo y directo posible, sin por eso traicionar o desdibujar, espero, el contenido de las ideas y perspectivas teóricas aquí discutidas. El particular uso de las referencias y citas que hago en el libro —fuera de toda convención académica formal— se explican por el deseo de no abrumar al público proveniente del mundo informal con múltiples referencias cada coma o punto seguido. He dejado la inserción de notas referenciales dispuestas al final del libro para que los lectores especializados puedan hacer uso de las fuentes en que baso mi reflexión, aunque intentado reducir el número de referencias a los casos que resulta estrictamente necesario para no incurrir en una falta ética de probidad.

      Desde mi juventud temprana he estado vinculado a la pregunta por el Espíritu y la extraordinaria capacidad humana de explorarlo, conocerlo y vivenciarlo de una manera íntima y transformadora. Sin embargo, en mi propia búsqueda espiritual he encontrado, de forma desoladoramente constante, espacios, personas y comunidades en las que los guías y facilitadores espirituales han cometido actos abusivos, realizado perversas trasgresiones de límites, usando su rol de autoridad y poder para satisfacer sus propias necesidades personales irresueltas a expensas de quienes decían proteger y acompañar, causando en el camino un daño devastador.

      Mi primer encuentro con el lado oscuro de la espiritualidad sucedió hacia el final de mi época universitaria. En aquel entonces atravesaba un período de crisis con mi tradición religiosa fundante, el cristianismo, y me había interesado en el estudio y práctica del camino de la meditación budista. Había encontrado en mis compañeros de generación de la escuela de psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile una entusiasta y amorosa sangha, una apasionada comunidad de jóvenes con los que

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