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donde se fundó San Lorenzo en 1895, a 8 km al sur de Guayabal. La señora era hija de un prestante comerciante muy conocido por ese entonces, llamado Elías Cano. La iniciativa de la creación de un nuevo pueblo fue de la señora Cano —la que donó las tierras— y un grupo de, también, muy prestantes señores de nombre Marco Sanín, Sinforoso Chacón, Raimundo Melo y Aurelio Bejarano. La idea surgió —dicen algunos libros— por la prosperidad y por el desarrollo que hubo gracias al “establecimiento de la hacienda El Santuario de propiedad de Bon Vaughan” y a la fertilidad de los suelos.

      En efecto, cuando se fundó, el inglés Vaughan tenía en su poder gran parte de estas tierras, la hacienda El Santuario y la factoría de tabaco que comerciaba local e internacionalmente. Pero también era un hecho que el cultivo, la producción y el comercio de los pitillos ya estaba en decadencia; lo que hacía el inglés era persistir. Además, él mismo había recibido hacienda, tierras y factoría por pago a compromisos que con él tenía el anterior propietario que era nada menos y nada más que la Fruhlig Goscheng & Cía, muy poderosa, con mucho prestigio y mucha carrera. Y esta, a su vez, había recibido tierras, hacienda y factoría como forma de pago —también por deudas— de la fracasada empresa Montoya, Sáenz & Cía,9 la que en su momento se encargó de sacar adelante y llevar prosperidad y riqueza a los lugareños por cuenta del tabaco, y fue ella la que compró desde muy temprano entre 40 000 y 50 000 fanegadas de tierra para el negocio, y fueron sus cargas las que inauguraron y fortalecieron la navegación de los vapores por el Magdalena. Fue a esta empresa a la que le tocó ver el auge y esplendor de la producción de tabaco que exportaban, entre otras, a Londres y Bremen. Pero, por una serie de factores, los señores quebraron y, como dije, tuvieron que entregar tierras y factoría a la empresa inglesa Fruhlig Goscheng & Cía que, por cierto, hizo todo cuanto pudo para mantenerse en pie, pero fracasó también, y al cabo de vender tierras a precios ridículos, terminó por entregar lo que le quedaba al inglés Vaughan, que es quien aparece en los libros recientes que hablan de la historia de Armero.

      Todas estas tierras del valle del río grande de La Magdalena, en el norte del Tolima, la que se pisa cuando se quiere penetrar este pueblo de lémures, duendes y hadas, era productora de tabaco desde inicios de 1700.10 Eran tiempos aquellos cuando, como dice J. R. R. Tolkien en su obra maestra, mucha mucha gente practicaba “el arte de fumar”, tanto aquí como en Europa. Ya en 1840 el Gobierno tenía restringida la siembra de tabaco a cuatro factorías —así las llamaba—: Girón, Palmira, Casanare y Ambalema; las tenían incluso demarcadas, y esta última incluía las tierras que van desde Ambalema hasta Mariquita, lo que incluye el territorio que la señora Cano donó para fundar el pueblo de San Lorenzo.

      Como un hecho terriblemente paradójico, el éxito del tabaco cultivado aquí y que se veía reflejado en los compradores y los altísimos precios que pagaban por estas hojas, era por la calidad del suelo y la fertilidad se dio por el deslave del Ruiz en 1845, que sepultó alrededor de mil labriegos y, claro, todo el cultivo de tabaco que había en ese momento en esta estancia. Sin embargo, el comercio del tabaco comenzó su declive en 1850, y en los veinte años venideros siguió en caída libre hasta que, ya para muy a finales del siglo XIX, las tierras terminaron de pasto para las vacas.11

      Sigamos con San Lorenzo. Cuando el general Rafael Reyes llegó al poder tras la guerra de los Mil días, emprendió un viaje presidencial que lo llevaría a Santa Marta, Barranquilla, Cartagena, y varias ciudades más. Salió en tren de Bogotá, llegó a Girardot, a orillas del Magdalena; siguió en vapor por el río hasta Beltrán, allí tomó el tren y fue en ese trayecto cuando pasó por el joven San Lorenzo. Dice el Anuario ya citado que se detuvo y allí mismo expidió el Decreto 1049 en el que lo erigió como cabecera municipal. No era extraño que lo hiciera, porque fue durante su Gobierno que redefinió el mapa político del país. Poco tiempo después expidió el famoso Decreto 1181/1908, de 30 de octubre en el que, entre muchas otras cosas, marcó los límites del poblado, y contados meses después —en enero de 1909— expidió otro decreto, el 73, en el que estableció los límites con Lérida. En adelante, San Lorenzo emprendió su meteórica carrera hacia la prosperidad agrícola, ahora en cultivos de café, maíz, soya, ajonjolí, maní; pero, sobre todo, de arroz y algodón que, como ocurrió con el tabaco, se debía a la calidad de los suelos. El Ruiz, con sus periódicas erupciones, que siempre han traído el desbordamiento de los ríos Lagunilla y Sabandija, se ha encargado de nutrir la tierra. Veintidós años después la Asamblea del Tolima quiso —en mayo de 1930—hacerle un homenaje al prócer mariquiteño José León Armero, y le dio su apellido a la ciudad, que, hasta ese año, fue San Lorenzo. La primera mitad del siglo XX y hasta su extinción Armero siguió en progreso, ya no solo agrícola, sino industrial, asiento de foráneos —nacionales y extranjeros— que llegaron para quedarse. Ya en 1935 la zona urbana estaba asentada en 500 ha y sus calles estaban en un 90% pavimentadas; y para 1938, los armeritas tenían el respaldo —muy importante— de la Caja de Crédito Agrario y los Almacenes de Depósitos de la Federación Nacional de Cafeteros; y disponían de una Granja Agrícola Experimental en la que se apuntaba al mejoramiento del cultivo de algodón; y numerosas empresas de fumigación y una planta de tratamiento de aguas que ofrecía agua potable a sus habitantes. Con los años, además de la riqueza agrícola e industrial, se sumó la ganadera, y la región se ufanaba de las mejores haciendas de ganado, como la Unión, Montalvo y El Puente, entre muchas otras.

      Conocer esta historia me proporcionó siquiera un vago contexto de esta tierra que piso ahora, a la que vengo uno o dos veces al año en un ejercicio de contrición propia y ajena. De reconocimiento, de exploración, si se quiere íntima. Sé que no soy la única.

       “Yo estoy seguro de que ahí hay almas”

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      Padre José Humberto Rodríguez,

      párroco del santuario del Señor de La Salud, Armero-Guayabal

      Miércoles, 12 de julio de 2017

      Yo estoy seguro de que ahí hay almas que están pegadas todavía, que no se han desprendido. De hecho, la gente siente muchas almas, muchas cosas; claro, eso tienen que haber muchas almas en pena que están necesitando mucha oración; hay que celebrar muchas misas y orar mucho por los fieles difuntos de Armero. Cuántas almas estarán penando, cuánta gente que estaba en pecado y con problemas, por eso no se pudieron desprender nunca; además una muerte tan trágica, ahí tiene que haber de todo, y los niños, como los niños son tan sensibles, los niños son tan puros, ellos captan lo que nosotros no captamos.

      Además, tantas cosas que uno escucha y con ese programa Ellos están aquí, que fue como lo que dio el campanazo de alarma para el pueblo. Sí, es reciente, pero desde antes ya se escuchaba que veían almas, que veían muchas cosas, que sentían que a veces que iban en una moto y que alguien se le subía atrás, que tomaban fotos y salían calaveras, salían muertos; hay muchas versiones de esas. Nuestros pueblos normalmente tienden a tener sus creencias, sus cosas, a inventarse, por ejemplo, que iban unas personas en un carro y que se subió un viejito y que el viejito les dijo: “si supieran lo que va a pasar aquí, no sé qué”, y desapareció. La gente saca esos cuentos, son cosas que tiene el pueblo.

      Ahora, pues desde la fe, yo sí creo que ahí en Armero hay fenómenos extrasensoriales, fenómenos que están mucho más allá de nuestros sentidos; fenómenos extraños. ¿Por qué? Porque es que después de esta vida terrenal ya continuamos es con una vida espiritual y eso tiene un misterio muy grande. Yo recomiendo leer la Rueda de la vida, de Elisabeth Kübler-Ross, que es un libro científico que trata todo lo que acontece después de la muerte. Aquí debe estar, yo lo tengo en mi biblioteca. Según ese libro, y lógico, según la palabra de Dios, yo puedo decir que ahí tienen que haber fenómenos muy raros por la forma en que las personas fueron sorprendidas por esa avalancha y por como murieron. Es que es distinto que uno se prepare para la muerte, que uno tenga la conciencia tranquila, que uno tenga todo arregladito, que con la familia, que se puso en paz, que se confesó, que le dieron comunión, los santos óleos, estar rodeado de la gente buena, de

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