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o invertida. Son la sociedad misma perfeccionada, o el reverso de la sociedad, pero, en cualquier caso, las utopías son, fundamentalmente, espacios esencialmente irreales. (Foucault, 1967, p. 19)

      Y estos lugares, si bien no existen como materia, están anclados, necesariamente, a la ciudad que fue, cuya geografía, topografía y ruinas siguen estando ahí y que en cualquier momento puede ser punto de encuentro real, concreto. Precisamente por ello, porque el anclaje está en esta geografía sin la que podría existir la virtualidad, es que me inclino por la heterotopía:

      Igualmente hay, y esto probablemente en toda cultura, en toda civilización, lugares reales, lugares efectivos, lugares dibujados en la institución misma de la sociedad y que son especies de contraemplazamientos, especies de utopías efectivamente realizadas donde los emplazamientos reales, todos los demás emplazamientos reales que se pueden encontrar en el interior de la cultura están a la vez representados, contestados e invertidos; suertes de lugares que, estando fuera de todos los lugares son, sin embargo, efectivamente localizables. (Foucault, 1967, p. 19)

      Es un concepto difícil de incorporar, que descentra. Foucault se refiere a esta característica en Las palabras y las cosas:

      Las heterotopías inquietan, sin duda, porque minan secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comunes o los enmarañan, porque arruinan de antemano la “sintaxis”, y no solo la que construye las frases: también aquella menos evidente que hace “mantenerse juntas” (lado a lado y frente a frente unas y otras) las palabras y las cosas. (Foucault, 2010, p.11)

      Es aparentemente absurdo, inconcebible, que una ciudad invisible exista —insisto en que hablo desde el universo foucaultiano—, es casi ridículo pensarlo desde nuestra lógica que sigue tan permeada por los antiguos griegos. Sin embargo, la paradoja está en que es justamente el lenguaje el que se ofrece como condición de posibilidad para su existencia: www.revivearmero.com y https://www.facebook.com/memoriadearmeropagina/, existen como lugares de encuentro gracias al lenguaje (los textos que narran desde la memoria) y gracias a su anclaje a la Armero que puede hallarse en las coordenadas: 4º57´54´´ N 74º54´18´´ O.

      Armero es un mapa trazado por voces que flotan sobre el valle

      Hay, finalmente, en este trabajo sobre los fantasmas de Armero, una cartografía de un territorio que se dibuja a partir de unas voces, entre ellas, la propia; un caleidoscopio de historias que, juntas, trazan una sola historia: la de una Armero que se ha ido reconstruyendo a partir de la memoria de los armeritas sobrevivientes, de sus afectos, pero también desde los encuentros y desencuentros de originarios y descendientes, de herederos que somos todos, armeritas y no armeritas, que peregrinamos año tras año a un espacio que se va haciendo de nuevo.

      Hay, también, relatos desde distintas narrativas que surgieron inicialmente como un ejercicio periodístico que con los años se tornó estético; un hallazgo la comprobación de que toda actividad que se emprende desde la estrechez del periodismo llega a ser una experiencia estética siempre que se permita la participación del cuerpo; un cuerpo expuesto vale tanto como el dominio de una técnica: ¿qué cuerpo? El cuerpo de los protagonistas de las historias, el cuerpo de quien registra y el cuerpo del potencial receptor. Si se cumple esa transmisión se podrá pensar en un género expandido: más allá del género, más allá del texto. En tanto un ejercicio de estesis, hay un registro distinto que pudo ser texto, a veces narrativo, a veces solo descriptivo, otras, poético; pero, también, fue visual; y otras, en otros momentos, solo de escucha.

      En ese coro de voces, tiene particular potencia el registro de los testimonios. Aquí no hallarán más que una muy pequeña muestra, apenas una puerta desde donde se convoca a seguir recogiendo un sinfín de historias que se siguen escribiendo, que están por escribirse, por narrarse y que todas las voces se reúnan en un solo espacio real o heterotópico, no importa, lo que importa es la perennidad de esa memoria colectiva de lo que fue Armero. El reto: menos estudios académicos, más testimonios.

      El orden en que se presenta obedece al azar: no hay un trazo obligado, salvo los tres primeros títulos que le permitirán acceder a este territorio a manera de marco o contexto si lo prefiere; tampoco es condición. Cada título se presenta como una ventana desde donde podrá observar una Armero diferente cada vez: sus gentes, sus historias que hablarán de la vida y de la muerte; de los amores y desamores, de la fe y el descreimiento; de la tristeza y de la risa también; en fin. La estructura, entonces, puede leerse como ese rizoma deleuziano, si quiere verlo así, o si quiere, siga el orden en que se dejó solo porque sí, porque algún orden debía tener. Si quiere, repase el material al revés, o vaya solo a las imágenes, o cuestione o dude de los videos y de los audios. Al final, la intención final es que quiera ir usted mismo a explorar el territorio de Armero y descubrir por sí mismo los fantasmas propios, y desde ellos, los otros: el mundo de los otros. Quizá los vea. Pero recuerde que, como dice Guillermo del Toro a través de la voz de Aurora (ya sabrá cuál Aurora), para ver fantasmas se necesita primero creer para ver y no la positivista mirada de ver para creer. Si esta es su mirada, nunca los verá.

       Ahí están, en cuerpo y alma, los fantasmas

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      Dicen que en las ruinas de Armero rondan los fantasmas. Dicen que los han visto cuando el día se hunde en la soledad y en el silencio de la noche. Ha habido viajeros que dicen haberlos visto mientras transitan la Ruta Nacional 43, entre el puente del río Lagunilla y la Virgen que custodia la entrada a Guayabal, que fue puesta allí para demarcar el límite hasta donde llegó la muerte la media noche del 13 de noviembre de 1985.

      Dicen que ellos solo aparecen en la hora gris. Algunos parroquianos llaman hora gris al crepúsculo, algo así como entre las cuatro de la tarde y las siete de la noche. Aunque a veces —dicen— se dejan ver cuando el cielo está encapotado, como si los fantasmas se comportaran como los Nosferatu.

      Todo empezó con un rumor temprano antes de cumplidos los tres años de la tragedia.2 Y este rumor ha ido creciendo, y hasta programas de radio se transmiten cada 31 de octubre, fecha en la que, por las cábalas, una energía especialmente oscura se cierne sobre el mundo. Y ha sido escenario, también, de programas televisivos que, aparentemente, han demostrado como ciertas estas leyendas.

      Y además de jóvenes estudiantes y turistas, las ruinas han sido frecuentadas en los últimos años por personas que se hacen llamar brujos, chamanes y médiums, que, dicen, han constatado la presencia de los fantasmas.

      Y a los restaurantes que están a la vera del camino a la altura de Armero-Guayabal, han llegado las historias de apariciones y de voces, y de fuerzas extrañas que indisponen los cuerpos de los viajeros. Algunos, incluso, han contado que, al cruzar el puente del río Lagunilla en dirección al norte, han entrado en una dimensión fantasmagórica, desconocida, y se han perdido entre las ruinas, sin haber tenido la intención de entrar allí.

      Pero pruebas tangibles no hay. No las hay porque —dicen— los fantasmas han arruinado los equipos en los que se han descargado dichas pruebas.

      Dicen que no a todos se les aparecen, porque ellos, los fantasmas, tienen cierta prelación por el público ante quien se dejan ver. U oír. Unos dicen, por ejemplo, que los fantasmas se le aparecen solo a la gente mala, mala, mala. Que porque comparten esa energía oscura. Mientras otros dicen, en cambio, que los fantasmas se le aparecen solo a la gente de corazón puro; a la gente buena. Sobre todo, a los niños, porque ellos tienen una energía especial, cercana a Dios. Y dicen quienes saben de estas cosas —no necesariamente brujos y chamanes, no— que hay fantasmas buenos y fantasmas malos. Los buenos ayudan a las personas que por alguna razón se afectan más que otras, en tanto que los malos, obvio, solo generan angustia y confusión. Así se conserva un equilibrio, como Francis Lawrence nos lo reveló en su película Constantine, de 2005. La idea del equilibrio entre esas fuerzas luminosas y oscuras siempre ha gobernado la historia del hombre. Esa vieja idea de equilibrio

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