Скачать книгу

del Cuzco, manifestándoles que, dormido su hijo, el sol habíalo llevado á los cielos para volverlo después, colocándolo en el real trono, pues que el astro había reconocido por vástago suyo á Inca Roca. El pueblo se reunió; y después de muchos sacrificios, anuncióse su aparición en la cueva de Chingano, saliendo de improviso de ella el niño resplandeciente. Entonces el pueblo le ciñó el llauto, y como Inca restituyó el culto del sol, proscribiendo la poligamia al casarse con Mama Cora.

      En el presente caso, como en el de Manco Cápac, diremos con Rialle[87], que el Inca Roca es el hijo del sol; que su vestimenta reluciente no es más que el reflejo de los rayos solares; que la gruta de Chingano, en donde se ocultó por cuatro días, no es otra cosa que la representación de la noche tenebrosa de donde sale en la aurora el astro diurno; que el casamiento de Inca Roca con su hermana Mama Cora es semejante al de Manco Cápac con Mama Ocllo, al de Inti con Mama Quilla.

      

      De las breves noticias que de estos mitos acabamos de dar, resulta que los blancos americanos son divinidades ó seres atmosféricos ó solares, ofilátricos ó heliolátricos, hijos de la serpiente-rayo, ó del astro del día. Se trata, entonces, de dioses «resplandecientes», á los que se diría blancos, del mismo modo que se dice blanca á la luz del sol ó del relámpago. He ahí la explicación más natural del hombre blanco, con tanta más razón cuanto que el epíteto coincide con la calidad del dios.

      Pero el Marqués de Monclar en el Congreso de Luxemburgo[88] y el Abate Schmitz en el de Bruselas[89], afirmaron, á nuestro juicio sin fundamento positivo, que las personas reales, los Incas y las figuras ornamentales de los vasos, eran blancos y barbados.

      En cuanto á las figuras ornamentales blancas, el testimonio carece de valor como tal, pues podemos presentar ejemplares de cosas animadas, de blanco, cuyo original es de diverso color, como sucede en pictografías de Cafayate, San Lucas y otros lugares en nuestro mismo valle Calchaquí.

      En cuanto á que los Incas hayan sido blancos, no hay crónica ni narración que lo confirme. Los españoles vieron y comunicaron con los monarcas del Cuzco, con cuyas hermanas é hijas casaron, y sus colores eran cobrizos.

      Pero no por esto negaremos la existencia de hombres relativamente blancos en América, por efecto de un fenómeno etnográfico, que conviene estudiar detenidamente, y por las influencias de las acciones físicas y sociales, de las cuales el color es la resultante en todas las latitudes; por lo cual los indios de Vera-Paz, á 1500 m. de altura, por ejemplo, traían á la memoria los árabes de Argelia, según Brasseur de Bourbourg. Montezuma, de la planicie del Anáhuac, no era más que bronceado. Algunas tribus de la Pampa, que se pintan menos que las del Norte, tienen el color de los paisanos de la España y del sud de Italia[90].

      El problema de los hombres barbados es mucho más sencillo que el de los hombres blancos. Pensar que los indios americanos son absolutamente imberbes, como la generalidad, es un error del que podemos dar fe los que conocemos indios montañeses, provistos generalmente de bigote y aún de barba, como el indio Llampa, de Belén, cuya fotografía conseguimos en una reciente excursión.

      Como la barba es un atributo viril, cuando el indio se propone manifestar de una manera gráfica que lo que ha querido representar es un varón, entonces exagerará en sus figuraciones tal atributo, dando á la barba un tamaño doble y triple del que en realidad tendría el original.

      J. G. Müller hace notar que las razas americanas no son imberbes, y que, por consiguiente, nada hay de sorprendente que se represente con barba á ciertos personajes. Botchica, por ejemplo, es un ser viril, y la barba es un atributo de virilidad que comparte con el Viracocha de los aymarás, con el Quetzalcóatl de los toltecas y con el Coxcox de los chichimecas. En cuanto á los naturales de la República Argentina, el P. Bárcena habla de indios barbados en Córdoba, en carta á su Provincial; Ambrosetti ha publicado un grupo de calchaquíes de Luracatao y una familia Cainguá con varones barbados[91].

      Nosotros poseemos en nuestra colección una regular cantidad de pinzas depilatorias, que los peruanos llamaban canipachos[92], con las que el indio se arrancaba la barba.

      La cuestión, pues, del hombre barbado, queda así explicada[93].

      Reasumiendo: el conquistador encontró que en toda la América la Cruz era un símbolo sagrado; y, sin penetrar los orígenes y motivos de la figura geométrica simbólica, ni tener en cuenta su universalidad como tal, consideró desde el primer momento que ella fué importada á este Continente, pues para aquel la cruz americana tenía el mismo valor que el signo de su fe.

      Al conquistador no ocurrió que el símbolo sagrado fuese nativo, y por eso no indagó los antecedentes que hubieran establecido la verdad del tan debatido asunto.

      Posteriormente, cuando se detuvo á estudiar á la América y su genio nativo y original, entonces comenzó á comprender que no había necesidad de que apóstoles ú hombres blancos hubieran pisado su suelo, ni discurrido por sus vastas soledades, enseñando dogmas y misterios y dejando á la Cruz como recuerdo imperecedero de su predicación.

      

      CAPÍTULO II

       EL SIGNO CRUCIFORME

       Índice

      SU PROFUSIÓN CONTINENTAL

      Universalidad del símbolo—La combinación cruciforme como hecho matemático—La Cruz entre los Pieles Rojas—En Méjico—En la América Central—Sepulcros mejicanos en Cruz—Las tumbas de los Muyscas—El símbolo de la vida futura—Opinión de Brinton—Orientación de los sepulcros—La Cruz de Cazumel—Cruces de Guatulco y de Anáhuac—Cruz de Palenque—Su valor arqueológico—El emblema de los Vientos—La Cruz en Cundinamarca—La Cruz en el Perú—Cruces de Carabuco de Santa Cruz, de los Chunchos y del Cuzco—La Cruz en Chile y en el Tucumán—Profusión del símbolo en Calchaquí—Opinión del marqués de Nadaillac.

      Desde mediados del siglo XVIII, y aún antes, comenzó á abrirse camino la idea de que la Cruz no era pura y exclusivamente el signo del cristiano. Cruces de distintos tamaños y de diversas formas, ó más bien dicho signos cruciformes, aparecían en los monumentos y en los objetos de arte de la más remota antigüedad.

      Mucho costó desarraigar la creencia de que la Cruz v el signo del Redentor eran una cosa inseparables. La arqueología misma tenía por un axioma que la Cruz servía de criterium para reconocer lo que era posterior á Cristo y pertenecía á la era actual. Este criterio, aún á fines del siglo pasado, fué empleado por algunos americanistas para resolver el problema de nuestra Cruz continental; pues si bien admitieron la universalidad del símbolo, negaron obstinadamente su veneración de parte de las naciones que lo emplearon; y así el Abate Schmitz decía en pleno Congreso de Bruselas que no se podría citar un solo ejemplo en toda la antigüedad de los pueblos salvages, fuera de América, en donde la Cruz fuese venerada; que no era sinó por la muerte del Cristo que la Cruz se hizo un signo de salud; y que si, por consiguiente, se la encuentra adorada entre los pueblos salvages de la América, es un indicio cierto de que el cristianismo fué conocido y predicado[94].

      El Abate no tenía en cuenta que San Jerónimo mismo recordaba el alto valor simbólico de aquella entre los antiguos samaritanos; y olvidaba que en los geroglíficos egipcios el Tau y la Cruz empleáronse como el símbolo de la vida futura, no existiendo nada tan sagrado como la Cruz hermética ó Isiaca, cuya invención se atribuye á Mercurio Trismegistro. Como símbolo sagrado de la religión, la Cruz desempeñó un papel importantísimo en los misterios de Isis, como lo hizo notar un eminente teólogo[95]. También ha tenido gran figuración como letra gerática ó sacerdotal, tanto que el Tau, filológicamente hablando, es la radical del nombre primitivo de Dios: del Thaut egipcio, del Théos griego, del Theut ó Theutates celta y del Thon escandinavo. Cruces llevaron los monumentos egipcios de ahora seis mil años. Cruces veíanse igualmente en manos de Horo; al cuello de Apis, de Amom y de las Vestales; y en los timbales de los Coribantes, y en los vasos sagrados con que se ofrendaba á los dioses. Lo

Скачать книгу