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en Calchaquí que se hallan en las colecciones públicas y particulares, teniéndose especial cuidado de distinguir entre los de un distrito y los de otro, porque hasta entre estos suele haber bastante diferencia.

      Digna de toda atención también es la forma en que la Cruz aparece en la famosa lámina del Yamqui Pachacutic, clave tan preciosa para la arqueología del Sur como lo ha sido el alfabeto de Landa para la del Norte.

      No es este empero el lugar de hacer una disertación sobre aquella interesante y sugestiva lámina. El trabajo del Dr. Quiroga la dá á conocer para que todos puedan juzgar de su importancia con la reproducción del original á la vista. Yo mismo utilicé muchos de sus datos en mi artículo sobre los Ojos de Imaimana, publicado en el t. xx del Boletín del Instituto Geográfico. Estos dibujos nos dan á conocer que existía un simbolismo con signos reconocidos, y fundándome en esto, y en la universalidad de muchos de ellos en nuestro Continente, es que no trepido en hablar de una lengua sagrada con simbología bien conocida tanto en el Norte como en el Sur.

      Acordémonos también que nosotros estamos aprovechando sólo los restos de riquísimos antecedentes. Miles de MSS. se destruyeron en el Norte, miles de ídolos y otros objetos por el estilo en el Sur; pero con todo eso en una y otra parte encontramos esas Cruces, esos círculos con puntos, ó sean Ojos de Imaimana[16], escaleras, algunas con asta banderas, triángulos con espirales ó griegas y sin ellos, triángulos solos, conos, meandros ó griegas de todas formas y complicaciones, serpientes, dragones horrorosos, algunos con caras antropomorfas, otros con dos ó más cabezas; en fin todos esos signos que algo indican y que tanto abundan en la alfarería y otros objetos de nuestra región andina del Norte. Todo esto hay que aprovechar en una serie de publicaciones como la del Dr. Adán Quiroga, quien con singular abnegación ha dedicado tanto tiempo y buena parte de su fortuna en coleccionar los objetos que le han servido de base para este estudio.

      Digno de todo elogio es el trabajo con que el autor ha iniciado el nuevo siglo, y sépase que muchos de los objetos han sido exhumados por él en los propios yacimientos. Lo que ahora se publica no es más que un fragmento de sus investigaciones, y puedo asegurar que su colección del Folk-Lore y de los Petroglifos de aquella región es tan importante como sus descubrimientos acerca de la Cruz, si no los supera.

      Una vez más debemos protestar contra esas destrucciones por mayor de los yacimientos que contienen estos rastros de la prehistoria de nuestro país. El único modo de evitar el comercialismo que ha invadido á los colectores sería el no aceptar colección alguna que no viniese con los credenciales de cada objeto y de su descubrimiento y ubicación, y que estos fuesen á satisfacción de peritos en la materia; pues nuestros Museos hoy poseen datos que permiten esta clase de exigencias.

      Sólo el amor á la ciencia del Dr. Quiroga pudo ponerlo en posesión de todo aquello que le ha servido para concebir la idea de este libro, y mucha abnegación para escribirlo en los momentos de ocio que le dejaban sus tareas en la Corte de Justicia de Catamarca de la que era y es uno de los Ministros. Sus vacaciones las pasaba en Calchaquí, sus noches interpretando libros en otros idiomas, y así, á 300 leguas de la casa editora, ha podido llevar á feliz término su trabajo La Cruz en América.

      Samuel A. Lafone Quevedo.

      El Museo, La Plata, Agosto 21 de 1901.

      

      CAPÍTULO I

       LA CRUZ EN AMÉRICA

       Índice

      JUICIO DEL CONQUISTADOR

      La Cruz en los siglos XVI, XVII y XVIII—Juicio del Conquistador—Idea de un cristianismo antecolombiano—Los pay americanos y los hechiceros nativos—Juicio del indio—Monumentos y mitos continentales—-Pachacámac, Atticci Viracocha, Tonapa y Taapac—El tricéfalo de Cundinamarca y el Tangatanga de Chuquisaca—Escrituras petográficas—Quelzalcóatl, Votán, Wixepecocha, Botchica y Huiracocha—Manco Cápac y el Inca Roca—Pies esculpidos—El hombre blanco y barbado—La Cruz como símbolo nativo.

      No es la presente una obra de filosofía ni de discusión dogmática sobre la CRUZ en América, sinó un ensayo arqueológico. Por eso parecerá á algunos que el presente capítulo está demás; pero el orden cronológico en que ha sido tratado el asunto, así como el desarrollo del mismo hasta llegar á conclusiones que consideramos definitivas, hacen que nos ocupemos someramente de cuanto sobre el símbolo universal, encontrado por el Conquistador en el Continente, háse escrito y mentado hasta la época actual.

      Para los siglos XVI, XVII y XVIII fué la Cruz americana un motivo trascendental de religión. El conquistador ni vió, ni pudo ver en aquella, una combinación geométrica simbólica, sinó el signo sacrosanto de su fe, que portaba en sus manos junto con la espada. Las ideas de la época hicieron surgir en nuestro suelo, con su palabra evangélica, á Santo Thomé, el Apóstol del Asia y del Africa, doctrinador de brahamanes y etiopes. El rico material de tradiciones y leyendas nativas fué pacientemente acumulado y comentado. El indio, que vió venerado por excepción uno de sus símbolos, convino en afirmar cuanto interesaba á los prejuicios del misionero; y así se explican, por ejemplo, los párrafos de mística unción del P. Ruíz de Montoya, después que con el P. Cristóbal de Mendoza visitaran á Tayatí, lugar en el cual las gentes recibiéranles con tan extraño agasajo, refiriéndoles la vieja tradición[17]; como se explican las constancias anteriores de las tan conocidas cartas del P. Manuel de Nóbrega, de 1549 y 1552, sobre lo que le dijeron los brasiles[18], y las afirmaciones de la epístola del P. Cataldino á su Provincial, en 1613, que Lozano califica de «la fuente más pura de la noticia»[19].

      Es el Brasil la primera tierra americana que pisó Santo Tomás, bajando en la Bahía de todos los Santos, dejando impresas sus huellas en peñascos, que recuerdan las de Buda ó del Dídimo en el Ceilán, así como abierto el camino Maraypé[20]. El Paraguay de las misiones guaraníticas aparece como la nación más favorecida del Santo, al que se atribuyó anunciar la llegada futura de misioneros, y el que dejó abierto el camino Peabirú, que remataba en Carabuco peruano, por el que portó su gran Cruz de madera, siendo obras suyas el famoso panteón de Guayrarú y el pozo cercano al río Tebicuarí[21]. Memorias del Apóstol son también la gruta de Paraguarí[22], la piedra de Tacumbú[23] y las huellas de Mbalpirungá[24].

      Los pasos apostólicos por el resto de la América Meridional, desde Chile adelante, fueron seguidos por los padres agustinos Fr. Alonso de Ramos[25] y Fr. Antonio de la Calancha[26], tomando los jesuitas sus noticias del primero[27]. De su tránsito por nuestro Tucumán, que pudiera interesarnos por una natural curiosidad local, los cronistas dan brevísimas noticias: á mediados del siglo XVII el Obispo del Paraguay, D. Lorenzo de Grado, afirma que Santo Thomé atravesó estas provincias; Fr. Alonso Ramos[28], limítase á referir que lo que á personas curiosas oyó platicar es haber ido el Santo al Perú «por el Brasil, Paraguay y Tucumán»; lo mismo repite el P. Montoya[29], haciendo suya la anterior noticia; el Relator del Consejo de Indias, D. Antonio Rodríguez de León Pinedo, refiere que á cuatro ó cinco leguas de Córdoba, hacia donde llaman Sal-si-puedes, hay una peña en la que están impresas las huellas del Santo[30]; más el P. Lozano, gran conocedor de la historia de nuestra tierra, es de distinto parecer, no encontrando rastros apostólicos en el Tucumán[31].

      De esta nación pasaría á Chile, según una Relación del P. Andrés de Lara y una referencia de D. Alonso de Ercilla[32].

      En Bolivia aparécese el Apóstol en Tarija, en cuyos términos se hizo famosa la Cruz de Salinas, pasando aquel á través de los Charcas al Perú.

      En el siglo XVII, especialmente, corrieron muchas mentas sobre la estadía del Apóstol en este último país. Santo Toribio de Mogravejo, arzobispo de Lima, mando levantar una capilla sobre la roca de sus huellas esculpidas. La Cruz de Carabuco, enterrada á orillas del Titicaca, fué labrada con madera que el Santo condujo desde Guairá. Aquél lago, Cachi, Chucuito, Chachapoyas, valles de Trujillo, Cañete y Calango están llenos de sagrados recuerdos. Cieza supone que el Ticci Viracocha salido del

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