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alto, entre Tiahuanaco y la Paz, que debe ser otro Aticci, y el que en la banda de su frente ostenta cuatro cruces, grabadas respectivamente dos sobre el pecho de esas figuras marinas monstruosas que le adornan. Hagamos notar desde ya que el mito acuático por excelencia porta cruces.

      Nuestro gran monolito esculpido de Tafí es muy digno de figurar al lado de los monumentos megalíticos de Tiahuanaco. Sus esculturas, con círculos con puntos y figuras cruciformes, parecen combinar las dos ideas de los Ojos de Ymaymana y de las Ventanas de Tocapo[54].

      Tampoco dan cuenta los misioneros de este monumento de la prehistoria de nuestro Tucumán.

      Otro hecho que suministró argumentos en favor de los portadores blancos de la Cruz, fué encontrarse la Trinidad como misterio americano.

      Efectivamente en América aparece el 3 como número sagrado; pero no lo es menos el 4, como lo veremos en el capítulo respectivo[55].

      Lozano[56] dá cuenta de un tricéfalo que adoraban los peruanos, «que decían eran tres personas con un corazón». Ruíz de Montoya[57] cita la trinidad de las estátuas del sol: Apointi, Churinti, Intiqua ó Qui, «que quiere decir el Padre y Señor Sol, el Hijo del Sol, el Hermano del Sol». Calancha enumera así á las personas de esta trinidad: Apu Inti, Churi Inti é Inti Huaoque, «padre sol, é hijo sol, y ayre ó espíritu sol». El P. Gerónimo Herran[58], procurador general de la Provincia del Paraguay, con mucha discresión atribuye al demonio el remedo del misterio: esta trinidad consiste en Padre, Hijo y Espíritu (no Santo, según él, sinó colateral de los dos), ó sean: Omequeturiqui ó Uragozoriso, Urasana y Urapo.

      La nación aymará en el Perú tenía especial veneración por el tres; mientras que la quichua, por el cuatro.

      Cuando Wiener describía su Dios-sol llamaba la atención hacia el singular fenómeno numérico que el ídolo ofrecía, pues hasta la grada central era de tres escalas, de tal suerte que la cifra 3 y sus múltiplos, predominaban en su ornamentación y disposición general.

      Podemos citar algunos otros ejemplares de trinidades americanas, como los de Cundinamarca, Bolivia y nuestro Calchaquí[59]. En algunos de ellos también, como en el dios del Perú, predomina el número 3[60].

      La trinidad de la altiplanicie de Colombia está representada por ese aparecido, anciano y barbado, que llevaba tres nombres: Botchica, Nemterequeteba y Zuhé, al cual representábase por un ser tricéfalo. A Botchica acompañaba una mujer de extraordinaria belleza que llevaba, como él, tres nombres: Huythaca, Chia y Yebecuayguaya; fué ella quien hizo desbordar el Funza y produjo un diluvio, por lo cual Botchica, airado, la convirtió en luna. Botchica restaurador de las cosas, que reino dos mil años, es ese Idacanzas, otro Apóstol de los misioneros. Su nombre de Zuhé ó Xué significa «el día», «el brillante», y de aquí que se le llamó «el blanco». Idacanzas quiere decir «creador del tiempo». Botchica, en suma, es una personificación del sol, reglando las estaciones, y cuya aparición ó desaparición dá lugar al día ó á la noche, al buen ó mal tiempo. De aquí que los caciques Muyscas, según refiere Piedrahita[61], tenían la pretensión de influir sobre la temperatura.

      Otra figura tricéfala que dió mucho que decir á los cronistas, elevándola al rango de misterio cristiano, fué el Tangatanga ó la huaca capirotes, «que al contar de los quippus de Chuquisaca era un Dios y tres personas, ó uno en tres y tres en uno», al decir del P. Josef de Acosta, que fué quien primero dió noticia de la misteriosa huaca, á la cual sin duda se refería la cita de Lozano, atribuyéndole gran importancia el P. Montoya[62].

      Tanga, ó mejor tanca, según Jiménez de la Espada[63], es el tocado en forma de capirote que usaban las indias de Huaqui, y como la reeduplicación en los idiomas peruanos envuelve idea ó concepto de multiplicidad colectiva (como en Zachha—Zachha, bosque de Zachha, árbol), resulta que la trinidad de los Charcas en puridad viene á ser la huaca capirotes, ascendida poco á poco de figurón tricéfalo á misterio cristiano.

      Nuestro americanista Ambrosetti dió en Calchaquí con la huaca capirotes ó figurón policéfalo de Quilmes, que describe en una interesante monografía[64].

      Ternos de seres animados ó inanimados encuéntranse también en Perú y Chile, como los de la colección de Ferreira, de Lima, y del Museo de Santiago. Nosotros poseemos un pequeño objeto de piedra, encontrado en el valle de Catamarca, que representa indiscutiblemente una trinidad, y que tiene por emblema el triángulo de la fecundación sexual[65]. El disco de Chaquiago de Lafone Quevedo, que más adelante se reproducirá, es un Caylle trinitario, con su figura central antropomorfa y sus dos monstruos zoomorfos laterales, que ostentan cruces en sus cabezas.

      En Calchaquí, como el 3, aparecen ser indudablemente sagrados los números 2 y 4. Las figuras dobles, como los objetos fálicos de nuestra colección encontrados en Tinogasta y Lules, que reprodujimos en nuestra monografía sobre el Falo, suelen ser epicenas, como ese Uiracochanticcicapac de Pachacuti ó esos padres del universo mejicano, Citlatonac y Citlalicue, varón y mujer, divinidades que llevaban los nombres de Ometecuctli y Omecihuatl, que valen por «dos varones» y «dos mujeres», ó sea: «doblemente varón» y «doblemente mujer.»

      Los monumentos megalíticos esculpidos y las petrografías y pictografías fueron tomados como escritura indeleble de los portadores de la Cruz.

      Entre los petroglyfos adquirieron celebridad los de Calango, del valle de Cañete, con huellas del Santo; la piedra de Collao, mentada por D. Francisco de Toledo; la de Tocoregua, del corregimiento de Tunja; la de Colla Tupá, sobre la cual Santo Toribio de Mogravejo erigió una capilla; la huaca Chasca Cóyllur ó Cantacauro, etc., sobre las que tan larga y erradamente debatieron los cronistas[66].

      La creencia arraigada por el conquistador de que los petroglyfos no son obra nativa, originó, sin duda, de que los peruanos atribuyeran á tales monumentos una clásica antigüedad, pues es más que seguro que no fueran obra suya. La escritura petrográfica, tanto en el Perú, como en nuestro Calchaquí, responde á un culto atmosférico ó acuático, y muy escepcionalmente heliolátrico. Respecto á los monumentos de Tiahuanaco, no cabe discusión que la obra es preincaica. En Calchaquí, si esceptuamos la piedra de Colalao (Tucumán) y unas más, no se ven rastros solares en las petrografías.

      Las rocas escritas que puede decirse que consagraron la atención del conquistador, fueron aquellas con pies humanos esculpidos, tomados por rastros de los blancos portadores de la Cruz.

      Lozano cita las de Itoco y Tocoregua, en Nueva Granada, y la de Ubaque, cerca de Bogotá[67]. Apúntanse en el Brasil y Paraguay las de Itapuá[68], de Parayba[69], de San Vicente, de Baipurungá[70], de Guayrá[71] y de la Asunción[72]. En el Perú se citan las de Piura, isla del Titicaca, de Callo, de Calango[73], de Chillaos, de Chachapoyas, «que demuestran (sus rastros) que se incaba allí el Santo á orar, juntas levantadas las manos al cielo, para lo cual soltaba el bordón ó báculo que sería de dos varas de largo, y también quedó impreso»[74], etc.

      Para dar un valor probatorio decisivo á estas piedras con pies ó manos esculpidos, recordábanse las huellas del Santo en Ceylán, olvidando que los fenicios, según el Dr. Lamas[75], solían grabar en sus inscripciones dos pies, uno detrás de otro, para indicar caminante, viajero, hombre que pasa.

      El señor Jiménez de la Espada[76], cree que los pies grabados en las rocas pueden significar esto último ó tener alguna otra significación en la escritura petrográfica nativa, como sucede con los rastros de las ocho piedras de Hambato, que atribuye á geroglífico ó signo del que marcha, ó á una vía, como la que usaban los mexicanos en sus pinturas; otras rocas de esta especie, para él, acaso conmemoran el acto solemne de descalzarse el Inca y poner sobre la tierra sus plantas desnudas, en señal de humillación deprecatoria ó de toma de posesión de un lugar importante ó de una frontera[77].

      Nuestra opinión es que los pies esculpidos pueden significar cosas diversas, según el carácter de la escritura de la roca ó de la roca misma, considerada como huaca, como señal, lindero ó mojón.

      Si no se trata de rocas sagradas, correspondientes á un culto litolátrico, los pies esculpidos

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