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confesión de Natanael: “Rabí, tu eres el Hijo de Dios; tu eres el Rey de Israel”, significa un descubrimiento que redirige la vida de aquel hombre y le asegura una posición a su lado, mientras las cosas mayores que anuncia Jesús van sucediendo.

      Sin duda alguna el elemento mesiánico figura en el Evangelio de Juan a través de todo su desarrollo. Desde la llegada al mundo narrada por Juan de una manera diferente y plena de un significado especial, hasta la consumación de su obra en la cruz del calvario, Jesús se constituyó en el redentor de su pueblo y precursor de la implementación de un nuevo reino para el mundo. Más allá de su defensa de la vida, Jesús vino para liberar de la muerte y ofrecer vida en abundancia. Mediante su muerte y resurrección, Cristo abrió una nueva dimensión de vida para la humanidad, para que “todas las cosas” sean hechas nuevas (2 Cor. 5:17)

      Esa dimensión dadivosa de la persona de Jesucristo solo puede ser entendida a la luz de quien posee los derechos para hacer que la vida sea abundante. El mismo creador de la vida es el único que puede quitarla, sobreabundarla o modificarla. Solo Jesucristo es la verdadera fuente de conocimiento de Dios y la única base para obtener seguridad espiritual.

      Vistas las cosas desde ese ángulo, la misión para todos los tiempos debe enfocarse en continuar con la obra iniciada por El. En seguir a Jesús como lo hicieron Felipe y Natanael. Cualquier otra cosa es fallar en la misión encomendada.

      Algo debe cambiar en la mente de quien es llamado por Jesús. Renunciar a una conciencia colectiva para entrar en la individualidad del ser que puede responder afirmativamente a un llamado al cual la mayoría se negaría, implica una renovación del entendimiento que no va en orden al sistema vigente, sino a la autoridad de quien traza un camino diferente.

      Lewis escribió, en su libro titulado Una pena observada: “Mi concepción sobre Dios no es divina ni sagrada. Debe ser destruida una y otra vez. La rompe Dios mismo. Él es el gran iconoclasta. ¿No podríamos casi decir que este acto de destrucción es uno de los indicios de su presencia? La encarnación es el ejemplo supremo. Deja en ruinas a todas las ideas previas sobre El Mesías”74

      A menudo, la teología y sus procesos destruyen lo que creíamos saber sobre Dios, igual que Jesús hizo añicos lo que la gente de su época creía sobre quién sería el Mesías y sobre lo que haría.

      “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre, porque Él es Mediador; por esa sola razón, la única verdadera relación que podemos tener con Él es seguirlo.”75 Pero comprender el llamado a seguir a Jesús en estos tiempos, supone un cambio en la comprensión de la figura del Mesías bíblico, evidentemente distorsionada por la cosmovisión posmoderna que encumbra mesías e ídolos, mientras destruye los relatos que le dieron forma a la espiritualidad cristiana.

      Obedeciendo a los nuevos paradigmas que caracterizan la posmodernidad, la teología se ha tornado eminentemente humanista, enfocada en el bienestar y el hedonismo, manipulada por el uso de textos fuera de contexto para justificar un discurso positivo y una “palabra de fe” en la que se le da prelación a la bendición financiera y al bienestar físico. Se escuchan los textos pero no los contextos. Se citan las palabras pero no se profundiza en ellas. Se habla de fe, sin hablar de dónde surgen estas convicciones.

      Los pactos o alianzas con Dios para alcanzar sus favores, el surgimiento de líderes carismáticos que atraen a las masas, las revelaciones particulares propiedad de los “ungidos”, la demonización de cada aspecto de la vida social, el rechazo a cualquier forma de sufrimiento, el mercado de bienes simbólicos, son solo algunas de las características de esta forma de teología que se ha introducido en la práctica común del creyente actual.

      Pero el mensaje de Jesucristo no está ceñido a la especificidad de un tiempo en particular y es inclusivo, es decir que está abierto para aquel que desea acercarse a la “fuente del agua viva.” Sin embargo la dinámica propia de un mundo en constante evolución obliga a contemporizar no solo las formas de vida, sino también la manera de compartir el mensaje, so pena de quedar marginados de cualquier posibilidad de influenciar al mundo de hoy.

      La obra de Cristo es redentora y lo es así por la clase de mundo en el que vivimos. Estamos en una sociedad que desarrolla primero la enfermedad para luego justificar los esfuerzos curativos y promueve la muerte para recalcar la importancia de la vida. Y así como no hay amanecer sin oscuridad que la preceda o sanidad sin enfermedad que la confronte, así mismo no existe un estado ideal de cosas sin una anarquía que pueda comparársele o un reino de justicia, paz y gozo en el que more el Señor sin haber un estado opuesto de injusticia, de pobreza y desigualdad en el que reine el enemigo.

      Cada paso en el progreso de la humanidad, supone normas morales superiores que sean coherentes con esa dinámica de cambio. El problema es llegar a dilucidar si la evolución del mundo implica necesariamente progreso o retroceso en su orden social y moral. Las instituciones tampoco ayudan dilucidar este enigma. “La Iglesia que, en el plano de la moral como en el de la política, parece estar condenada a llegar siempre con siglos de retraso respecto a la evolución de las costumbres.”76 Siempre estamos inmersos en una realidad que determina muchas de las formas de obrar o de pensar, pero el posmodernismo no logra convocar un criterio en cuanto a lo que representa finalmente para la cultura actual. “El porvenir sólo puede anticiparse bajo la forma del peligro absoluto. Rompe absolutamente con la normalidad constituida y, por lo tanto, no puede anunciarse, presentarse, sino bajo el aspecto de la monstruosidad.”77

      Derridá quien siguiendo a Heidegger acuñó la palabra deconstruir en sus análisis literarios, abrió la compuerta para la disolución de los significados expuestos para muchas de las aseveraciones hechas con antelación, pero sin dejar una alternativa aceptable para resignificarlas. La variedad de significados posibles para un texto o un pasaje determinado, desafía la hermenéutica tradicional y abre la compuerta para la subjetividad en la definición de los conceptos. El contexto, la cultura, las circunstancias particulares, e incluso los estados de ánimo, pueden constituirse en elementos que establecen variables interpretativas a la hora de abordar nociones que se consideraban absolutas o dogmáticas.

      El abordaje predeterminado de un texto cualquiera realizado bajo un prejuicio claro, ya lleva implícito el germen de la desconfianza y puede ser dirigido hacia la libre determinación del lector. Esto produce a su vez una amplia posibilidad de interpretaciones, tantas como el número de personas que se aproximan al texto con diferentes intenciones.

      Todo esto, en lugar de provocar un acercamiento hacia criterios solventes de la realidad actual y una visión positiva, se traduce en caos interpretativo, desde el cual lo amorfo, imperfecto, desconcertante, inteligible y subjetivo conduce a un destino incierto, imposible de descifrar.

      Antes de seguir a Jesús, Felipe y Natanael reconocen su procedencia. Es un Rabí, pero no de este mundo. Es Aquel de quien escribió Moisés pero ahora hecho hombre. Es la fusión del cielo y la tierra en figura terrenal. Con autoridad celestial, pero con debilidad natural. Es el Verbo hecho carne, que ahora llama a los suyos a caminar con El. Es el Rey de Israel que anuncia un reino de otro mundo. Es a Él a quien deben seguir, pero…

      ¿De Nazaret puede venir algo bueno?

      Un templo restaurado. El lugar de la misión

      “Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Más él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho” (Juan 2:19-22)

      Las señales anunciadas por Jesús a Felipe y Natanael han empezado. El evangelio de Juan no habla de milagros o portentos, sino de señales. Caná es escenario del poder divino que empieza a preparar los odres nuevos para el vino nuevo que viene desde el cielo. Si ya ha sucedido la primera señal, es cuestión de tiempo para el anuncio de otras más. Las palabras se convierten en hechos, los hechos en señales, las señales en demostración del poder auténtico del Mesías. La pascua está cerca. La celebración

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