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la igualdad y la fraternidad, símbolos de la dialéctica de la Revolución Francesa y del decurso de los esfuerzos por vislumbrar al ser humano como dueño de su propio destino y constructor de utopías impensables en los siglos anteriores. La revolución industrial sirvió como fundamento para el modelo capitalista y la aparición de nuevas clases sociales, a las que el marxismo denominaría burguesía y proletariado.

      La posmodernidad, por otro lado, se caracteriza por ser una corriente de pensamiento de tendencias relativas, ideas fragmentadas en torno a diversas prácticas religiosas, gran compromiso con la cultura como fundamento teológico, ideales individuales, desconfianza de las instituciones y muchos otros aspectos que reflejan la confusión de nuestros tiempos en muchos sentidos. De acuerdo a Antonio Cruz “La postmodernidad ha aprendido a negar casi todos los valores del pasado: la verdad, la libertad, la razón, el bien, la moral y también la creencia en Dios. La vida sin ideales ni objetivos trascedentes se ha convertido en la forma más común de la existencia humana.”39

      Las formas de pensamiento en la actualidad, caracterizadas por la ambigüedad y el pluralismo, representan un terreno sobre el cual el creyente de hoy en día puede leer una palabra escrita de un “libro antiguo” llamado la Biblia y cotejarlo con sus propios intereses, los cambios culturales y sociales en los que impera el relativismo moral y su propia cosmovisión acerca de Dios y sus atributos para finalmente gestionar un marco de referencia en el que no prevalecen los valores cristianos. Estos valores, extractados de la Escritura y que constituyen el fundamento de la fe cristiana se expresan en el amor, la fe, la honestidad, la lealtad, la humildad y muchos otros, que a día de hoy son acomodados de acuerdo a la conveniencia particular y usados cuando convienen a ciertos intereses particulares.

      Vivimos en un mundo quebrantado por el desencanto y fragmentado en cuanto a la búsqueda de soluciones para los problemas humanos. De esta manera las respuestas particulares toman prelación obstaculizando la posibilidad de encontrar puntos de confluencia, pues el mundo del siglo XXI se caracteriza precisamente por la individualización y relativización en el pensamiento humano. “Hablar de posmodernidad es algo común desde hace tiempo y, sin embargo, nos sigue costando ponerle palabras más allá de una especie de sentimiento de desencanto de lo anterior e incerteza sobre lo que vendrá.”40

      Cada generación de creyentes debería estar en capacidad de redescubrir las verdades originales que se dieron a partir del contenido escritural. Esto es sin duda uno de los grandes desafíos que se plantean al intentar aplicar ese contenido de una manera relevante a cada contexto y que pueda responder de una manera eficaz a los retos y situaciones coyunturales. El problema viene cuando el abordaje se realiza a partir de premisas surgidas por posiciones que de antemano rechazan los meta relatos, las verdades absolutas o cualquier autoridad que pretenda imponer sus criterios dogmáticos. Sin embargo es necesario entender que lo religioso no ha desaparecido, por el contrario, se ha acentuado pero bajo un prisma diferente, a partir del cual la multiplicidad origina diversas formas de sincretismo aceptadas sin reparos por quienes asumen esta dinámica espiritual. Vattimo entiende este resurgimiento y lo califica como un renacer en ese sentido: “advierto un renacer del interés religioso en el clima cultural en el que me muevo.”41 De hecho lo considera como un producto de la evolución del pensamiento humano. “Para el renacer de la religión han sido determinantes una serie de transformaciones acaecidas en el mundo del pensamiento, en las cuestiones teóricas.”42

      Para el creyente existen valores dentro del cristianismo que no se pueden transigir, pues representan la razón de ser de la vida tras un “nuevo nacimiento”. El contenido del mensaje cristiano debería ser “vivo y eficaz” para todas las épocas de la historia y en cualquier contexto, por lo tanto, desde el punto de vista del creyente no debería ser alterado por los cambios culturales o sociales; cambios que de hecho se han acentuado en los tiempos modernos.

      El contraste por lo tanto puede empezar a ser evidente en la medida en que ahondamos más en los conceptos que ofrece la corriente posmodernista de pensamiento en relación a la fe, los valores o la moralidad. Para Vattimo, si bien la razón no ha dado todas las respuestas, esto no significa necesariamente que la divinidad las posea. “Que el retorno de Dios en la cultura y en la mentalidad contemporánea tenga que ver con las condiciones de derrota en las que parece encontrarse la razón frente a muchos problemas que se han agrandado precisamente en la actualidad, no quiere decir en absoluto, por lo tanto, que se deba considerar insuperable la imagen de la trascendencia divina como potencia amenazadora y negativa.”43

      Incluso sus disquisiciones lo llevan a determinar la irracionalidad del ateísmo a la luz de la evolución de la filosofía. “Hoy ya no hay razones filosóficas fuertes y plausibles para ser ateo, o en todo caso, para rechazar la religión.”44

      Las afirmaciones de Jesús en el último de los evangelios escritos figuran como un elevado contraste para el pensamiento posmoderno. El contenido de muchas de las declaraciones que aparecen en el evangelio de Juan es desafiado en la actualidad con otros conceptos que van en contravía de lo expresado hace 2000 años en aquel contexto palestino. La conversación de Jesús con Nicodemo en el capítulo 3 del evangelio de Juan definió la conversión del creyente que pasa a vivir bajo el signo del Espíritu. Pero de la misma manera que Nicodemo no pudo comprender esas palabras en su momento, hoy en día se hace difícil conectarlas a la realidad del pensamiento actual. Tanto el desafío de Jesús a Nicodemo, como el entendimiento del amor en tiempos posmodernos, así como el tema de las carencias en un mundo de grandes desequilibrios encuentran puntos de contraste en la corriente posmoderna. El llamado al arrepentimiento en una cultura hedonista y narcisista, también figura dentro de esta línea de discrepancia. Capítulo aparte merece la declaración de Jesús como la encarnación de la verdad, en un tiempo en que esta definición de por sí despierta recelos en la cultura posmoderna.

      Mi propuesta de manera específica es la de trabajar con algunas de las declaraciones de Jesús en el evangelio de Juan, intentando dilucidar la manera cómo se perciben en la cultura actual, con el propósito de comprender mejor su misión y como sería más efectiva su aplicación en el contexto presente. Debido a la amplitud de las declaraciones de Jesús en el evangelio de Juan y teniendo en cuenta las implicaciones de entrar a analizar una por una, me limitaré a estudiar 11 declaraciones que abarcan desde el final del capítulo 1 en la conversación de Jesús con Natanael, hasta el capítulo 8 en la declaración de Jesús como la verdad que libera. Esta escogencia más que arbitraria es selectiva. Estos pasajes en particular contienen declaraciones que pueden servir acertadamente para ubicar algunos contrastes entre lo que predicó Jesús en un contexto en particular y lo que hoy percibe el oído posmoderno, más habituado a la multiplicidad, la inmediatez y la subjetividad a la hora de analizar lo que se escucha.

      He escogido este evangelio porque su autor no estableció una narrativa cronológica de la vida de Jesús como en los evangelios sinópticos, sino que especialmente manifestó su deidad. Esto lo hace más contrastante con el pensamiento posmoderno de verdades relativas, de eliminación de dogmas absolutos, de desencantamiento, de desacralización o de sincretismo a la hora de vivir la espiritualidad. Este evangelio fue escrito a finales del primer siglo cuando ya se avizoraban algunas dudas en cuanto a lo que se había referido en los otros evangelios y se hacía necesario fortalecer la fe de los primeros creyentes.

      El evangelio de Juan tiene sus singularidades que lo diferencian de los sinópticos en su composición y contenido. El cuarto evangelio es sin lugar a dudas muy particular por su configuración literaria, su contenido y el propósito de Juan de exaltar a Jesucristo como Hijo de Dios y observar la dimensión de su obra. A través de este evangelio, Juan suplió una gran cantidad de material único no registrado en los otros Evangelios. Para escritores como Samuel Soto el Evangelio de Juan es un tratado teológico que ha de sustentar la fe de la iglesia en los momentos de prueba, en todo lugar y en todos los tiempos. Raymond Brown en su Introducción al Nuevo Testamento45 considera que Jesús debe adaptar su mensaje para ser entendible entre las multitudes de su tiempo. Aunque viene del cielo, debe expresarse con un “lenguaje terrenal” que lo aproxime a quienes lo escuchan. George Ladd en su Teología del Nuevo Testamento46 hace especial énfasis en el dualismo juanino como un verdadero contraste entre dos mundos. Para Thomas D. Lea, en su libro sobre el Nuevo Testamento “la

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