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de personas entre territorios, etc., sino también en las formas de pensamiento que identifican al ser humano en cada época histórica. “Nadie recibe el evangelio pasivamente; cada uno a su vez lo reinterpreta.”64 Sin embargo, esta globalización debe ser vista desde diferentes ángulos, pues involucra cuestiones comerciales, sociales, religiosas, políticas, culturales, tecnológicas, etc., y cada área en particular debe ser examinada a la luz de los intereses particulares que se quieran definir. “El reto de la globalización actual, que es principalmente de línea cultural y religiosa, se resuelve en el aprecio o valoración de la propia tradición, descubriendo en su hondura una relación estrecha e indisoluble con otras culturas y religiones.”65

      Jesús se encarna en este mundo para encarnar su misión entre los suyos. Quien lo sigue debe extender el sentido de lo que enseña. “Es imperioso que el cristiano logre el renunciamiento, que practique la auto negación, para distinguir su vida de la vida del mundo.”66

      Para Jesús la compasión no es meramente un sentido de lastima por el que sufre, sino una empatía profunda con el marginado quien carece de voz y a quien la sociedad lo rechaza por su propia condición. Su llamado implica todo esto. Seguirlo representa palpitar al ritmo del Maestro. La misión de Jesús es singular en su contenido y exigente en su aplicación.

      Algunas de las parábolas que compartió significaban la representación del amor práctico, colocando como modelo de la misma a personajes impensables, como el buen samaritano o el padre ofendido por el hijo pródigo.

      El punto de vista enseñado por Jesús personifica en realidad una crítica de la conciencia dominante. Y esa forma de encarar el asunto de la compasión, el perdón, la misericordia, etc., significaban a su vez una amenaza para la tradición despótica.

      La iglesia antigua consideraba a Jesús como la encarnación de una conciencia alternativa. El representaba una realidad visiblemente contraria a la realidad visible. Su origen, su nacimiento, el ejercicio de su ministerio, su revelación a los más marginados, etc., son elementos que contrastaban con las formas de dominio imperial existentes. “Hemos sido educados por la tradición cristiana para pensar a Dios no como dueño sino como amigo, para considerar que las cosas esenciales no han sido reveladas a los sabios sino a los pequeños, para creer que quien no pierde su alma no la salvará…y así sucesivamente.”67

      Desde el principio, Jesús se puso del lado de los desvalidos: los pobres, los oprimidos, los enfermos, los marginados. En los relatos de Lázaro resucitado y Lázaro el pobre que aparece en contraposición al rico epulón, Jesús manifiesta su solidaridad con quienes lloran a causa de la muerte y la injusticia. Su aflicción por Jerusalén pone de manifiesto que su misión va mucho más allá que salvar algunas vidas o sanar algunos enfermos. Las ciudades, los sistemas, las estructuras que las formaban, las autoridades que las dirigen, los inmensos conglomerados indiferentes que las componen, solo son una extensión de un sistema enfermo que necesita ser cambiado, pero que para muchos representa su seguridad y harán lo que sea necesario para mantenerlo como está.

      La obra de la misión es también la obra del Espíritu Santo. Los dones dados a los creyentes y el poder que permite abrir surcos que han sido cerrados por siglos, son parte de la práctica y la teología de la misión. Comprender la acción vivificadora del Espíritu Santo estimula la acción de quienes son partícipes directos de esta labor transnacional.

      En nuestros tiempos es mucho más llamativo elaborar una misión de contraste. No es seguir a Jesús sino exigirle que nos siga. No es obedecer al Mesías, sino obligarlo para que se acomode a nuestros caprichos personales. No es entender su mensaje, sino exigirle que entienda nuestra condición particular. No es comprender a cabalidad la obra de la cruz, sino adecuarla en perspectiva para que encaje con otras formas de salvación más apropiadas. “Si hay salvación, parece, en definitiva, que esta tiene más los caracteres de la ligereza que los de la justicia.”68

      La idea del sacrificio de Jesús en una cruz, el derramamiento de su sangre, el sufrimiento por los azotes, golpes, la corona de espinas, etc., puede resultar repulsiva para el hombre posmoderno, quien puede ahora convertir la sola idea de sacrificio en algo psicológico como quien piensa en su sacrificio para sacar sus hijos adelante, o pagar su universidad. Esta perspectiva produce un alejamiento paulatino del hecho sacrificial en sí, para dar paso a una imagen cada vez menos dolorosa. De alguna manera supone un alejamiento del Gólgota para ir a un escenario más terapéutico donde no sea necesario sacrificar a alguien por los demás. “Pertenece al firmamento del hombre el ser <<libre y poderoso>>, <<no obedecer orden alguno>>, <<no estar regido por ninguna de las otras criaturas>>.”69

      El siervo sufriente ya no lo es tanto y su sacrificio ya no es tan doloroso. Al fin y al cabo conciliar los conceptos de dolor y bienestar no parece ser una gran idea para quien piensa que el hedonismo es la única forma de vida aceptable.

      Natanael aún no puede comprender que su llamado es para una misión en la cual los anhelos del hombre mueren y se reemplazan por la obediencia a la voz de quien llama. El carácter de la acción salvífica modela así mismo la integralidad que reclama el anuncio de esa obra de salvación. Si Jesús es un Dios misionero, es imposible concebir que sus seguidores pretendan ignorar este llamado divino, establecido de manera concreta en sus palabras y luego observado en plenitud en los hechos posteriores a su partida. “Vivimos en un mundo, en el cual el rescate de unos a expensas de otros no es posible. Únicamente hay salvación y supervivencia juntos. Esto incluye no solo una nueva relación hacia la naturaleza sino también entre las personas.”70

      La misión es desafiante, no solo por lo que implica en cuanto a la confrontación de personas hostiles al mensaje, sino además porque esa confrontación se vive primero en la cosmovisión personal. Tiene que darse un verdadero cambio de paradigma mental para que se pueda llevar a cabo la labor misionera de acuerdo a lo expresado en la Escritura. Sin embargo la cosmovisión posmoderna encarna otro tipo de intereses que chocan contra el llamado bíblico.

      La posmodernidad ha planteado interrogantes a la teología que desafían su aplicabilidad. En un tiempo de discursos holísticos, abarcadores y pluralistas no es fácil encontrar un nicho apropiado desde donde se instalen las propuestas teológicas del presente, sin que de alguna manera pueda llegar a permear los supuestos que la hicieron vigente para otras épocas de la historia.

      La autoridad ha sido desafiada totalmente. El llamado que Jesús realizó en aquel tiempo no encaja con la perspectiva actual de desconfianza en quien quiere ejercer alguna coerción o mando. La rebeldía es símbolo de este tiempo. Sin embargo es al mismo tiempo una forma de sumisión a otras formas que se han erigido en autoridad, tales como el sexo, los vicios, el placer o cualquier otra expresión individual o colectiva con la que se demuestre plena autonomía en desprecio a la voz de quien desea asumir una posición directriz.

      Jesús llama hoy, ¿el hombre posmoderno lo sigue? Y si no lo sigue: ¿A quién llama entonces?

      Si la misión que se desarrolla en el mundo actual depende en sumo grado de la aceptación del mensaje de Jesús, de su obra y especialmente de la persona del Dios encarnado, entonces esa misión tiene grandes impedimentos para llevarse a cabo. “Jesús convoca hombres para seguirlo no como un maestro o un molde de buena vida, sino como el Cristo, el Hijo de Dios.”71

      Pero es precisamente esa figura la que hoy en día se rechaza constantemente a la par de la autoridad y la institución que le representan.

      Bonhoeffer asegura en la mitad del siglo XX: “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre; porque Él es el Mediador; por esa sola razón, la única verdadera relación que podemos tener con Él es seguirlo.”72 Décadas más tarde, la afirmación tajante de este hombre perteneciente a la iglesia confesante en tiempos de la segunda guerra mundial, parece una versión cándida para aceptar una razón desvirtuada por la autonomía del hombre posmoderno y una forma exageradamente piadosa y descontextualizada de la vida espiritual que se practica en tiempos actuales. La cosmovisión actual no anhela una mejor visión del futuro pues no lo espera ni intenta comprenderlo. “Este pesimismo de los postmodernos les lleva a aceptar la idea de que no existen posibilidades de cambiar o mejorar la sociedad

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