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que asumen ganancias con los feligreses necesitados. Ventas en lugar de oración. Comercio en lugar de devoción. El incienso se ha cambiado por el olor de los bueyes y las ovejas. La palabra sagrada se intercambia por anuncios de ofertas incomparables. El templo es ahora un lugar propicio para el intercambio, pero no de plegarias y oraciones, sino de animales y monedas. Las oraciones han quedado mudas mientras el ruido ensordecedor de los comerciantes se apropia del lugar.

      En medio de todo ello surge de repente el sonido del azote. El Verbo vocifera en defensa de lo sagrado. No puede soportar la profanación de lo divino. De las manos del manso surgen violentos golpes con azote de cuerdas que vienen y van. La alteración responde al sacrilegio. Las manos que luego serán horadadas ahora empuñan con fiereza el látigo y la boca que pedirá perdón para los que no saben lo que hacen ahora pronuncia palabras de enojo e irritación. El negocio invade lo sagrado provocando al Santo a quien el celo de la casa de Dios le consume.

      Otra faceta de Jesús es ahora descubierta por quienes le rodean. No defenderá nunca su causa sino la del Padre. No intentará detener a quienes le afligen, pero responderá con violencia a quienes se atrevan a profanar lo sagrado. Como Cordero irá al matadero, pero como escudero defenderá la investidura del que lo envió. “Para el Evangelio de Juan, el tema es la conveniencia y pureza del lugar empleado para la adoración del Dios de Israel. Por este medio, él declara el Templo de Jerusalén inadecuado para la adoración divina.”78

      Volcar las mesas no era únicamente tirar por el piso las monedas de los cambistas o sus animales, era en realidad volcar un sistema religioso contaminado por la ambición y la codicia. Un sistema sacrificial, maquinal y repetitivo que no traía conversión ni evolución espiritual. “Fue el compromiso y la pasión de Jesús por purificar la religión de Israel los que le llevaron a realizar esta acción.”79

      La misión de Jesús se define poco a poco. Hay rasgos que identifican su proceder y quienes le siguen deben aprender su causa y seguir sus huellas. Lo santo es intocable. “La autoridad que Jesús demostró con su acción profética de limpieza del Templo fue para destacar, una vez más, la pregunta básica que implícitamente se hizo - ¿Quién está y quien debería estar a cargo del pueblo de Dios, Israel? La respuesta del Evangelio, como era previsible, fue el Rey Jesús.”80

      Hay un templo que puede ser derribado, pero hay otro en plena construcción. El habitáculo sagrado pronto cambiará de ubicación. Un sacrificio perfecto reemplazará al otrora lugar de sacrificios continuos. El templo puede ser destruido para que la morada del Espíritu sea inquebrantable. Los ladrillos pueden ser derribados para que surja una edificación más poderosa.

      La misión de Jesús ya está en marcha y son pocos los que la comprenden.

      Juan en su inicio, al referirse a Jesús, afirma que hizo habitación o tabernáculo entre los suyos (1:14). Pero no escogió el templo como lugar de refugio o permanencia, sino que escogió los caminos, las barcas, los montes, etc., para proclamar su mensaje de salvación. Por eso “el compromiso misionero de la Iglesia sugiere algo más que llamar a los individuos a entrar en la Iglesia como a una sala de espera del más allá.”81

      Para los fariseos la ley y el templo eran intocables. La pena de muerte aguardaba al que se pronunciara en su contra y osara profanar los símbolos de su fe. Durante su juicio, dos testigos falsos acusaron a Jesús con estas palabras: “Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo.” (Mateo 26:61) “Hay que recordar que Jerusalén tenía un único centro espiritual – el Templo. También existía un gran consejo de sabios, el Sanedrín, que gobernaba todos los asuntos de la comunidad judía.”82

      ¿Pero es Jesús el iconoclasta que anuncia la destrucción de lo sagrado? ¿Pretende no solo expulsar los comerciantes sino también a los religiosos?

      ¿Cuál es el lugar de la misión entonces? ¿Es acaso el templo, lugar de sacrificios, casa de oración para todas las naciones? ¿Es acaso una misión encerrada que invita en lugar de ir, que atrae en lugar de explorar, que discurre en ámbitos cerrados, en lugar de andar por las naciones?

      Juan es el evangelio más templo-céntrico de entre los cuatro.

      Él retrata a las autoridades del Templo de Judea como incapaces de liderazgo en Israel y aunque legales en su posición, desorientados sobre la dirección espiritual de Israel. “Básicamente, su oposición al Ungido de Dios (Jesús) es ejemplificada por su intento de preservar el culto en el Templo de Judea y luego enriquecerse a sí mismos, a sus familias y a sus sectas, bajo los términos dictados por la ocupación romana (Jn 11:48).”83

      En Juan, Jesús es un Judío no un Galileo (Juan 4: 43-45) Da la impresión que el evangelio de Juan crea la polémica no con todo el pueblo judío, sino un grupo muy específico de personas corruptas que se le opusieron. A lo suyo vino y los suyos no le recibieron. El no vino a tomar partido por uno de los grupos existentes, sino a encarnar la verdad. No era agradar las instituciones, sino ponerlas al servicio de la verdad que Él representaba.

      Hoy en día existe una tendencia reduccionista en el mundo cristiano en la que lo sagrado puede suceder únicamente al interior de los templos, en detrimento de la comunidad, de la sociedad que nos rodea, del trabajo, etc., ambientes aquellos en los cuales la iglesia podría ser iglesia, podría llegar a consumar el llamado de Jesús de ser luz en medio de la oscuridad. Ese desconocimiento de otras realidades sociales, en lugar de propender por un fortalecimiento de la iglesia, lo que hace precisamente es desconectarla de la comunidad, convirtiéndola paulatinamente en un ente irrelevante que ya no tiene incidencia en el diario vivir de la sociedad del presente.

      ¿Cuál es el lugar de la misión? ¿Se centrará en los templos o en los corazones? ¿Buscará atraer prosélitos o intentará la transformación de las vidas?

      ¿Será necesario derribar los templos para que se levante la voz a las naciones?

      ¿Representa el templo a la institución religiosa o al Dios que se confina en el Lugar Santísimo?

      La posmodernidad tiene mucho que ver con las vivencias que se ofrecen al interior de las iglesias. Si bien es cierto que históricamente puede situarse la aparición de la teología de la prosperidad antes de la posmodernidad, es precisamente bajo los postulados esgrimidos por la cultura de nuestros tiempos, donde encuentra un campo de cultivo perfecto para adentrarse en las dinámicas cotidianas del creyente.

      Hoy no se venden palomas o bueyes al interior del templo. Hoy se comercia con bendiciones a través de pactos y alianzas que indiscriminadamente se ofrecen para que las arrebate el mejor postor. Los cambistas ya no se visten con delantales y ropas del campo, ahora usan trajes de última moda, viajan en aviones privados y pisotean billetes en las gradas de los templos, mientras siguen ofreciendo la prosperidad anhelada por sus receptores y se lucran de la ansiedad de sus seguidores.

      La cosmovisión de los tiempos posmodernos rechaza y cuestiona los prejuicios y las formas culturales, pero no establece parámetros radicales de moralidad, de ética o de comportamiento humano basado en normas de convivencia definidas. La verdad se ha vuelto un concepto en perspectiva, es decir que depende de cómo se mire y a qué intereses beneficie.

      Todo esto sucede al interior de los templos o a través de los nuevos templos: los medios tecnológicos y de comunicación. “Ya no se concibe a la iglesia como algo que necesita arreglo, sino como una oportunidad de negocios que apunta a los gustos del consumidor de pecadores con inclinaciones espirituales tanto dentro como fuera de la congregación.”84

      Ahora el evangelio es muy diferente. No es solamente una proclamación del evangelio sin rigor exegético, sino que se convierte también en una respuesta a los interrogantes de la sociedad del presente agobiada por los temores de “guerras y rumores de guerra”, inestabilidad social, política y económica, aparición de amenazas continuas a través de fenómenos naturales o enfermedades para los cuales no se halla cura, la pérdida de valores fundamentales de los cuales valerse en la formación de hijos y de generaciones futuras y el anhelo por las respuestas inmediatas en la época de lo instantáneo.

      De alguna manera el evangelio de la prosperidad ha servido como una catarsis

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