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a la escuela. La maestra había asignado a la niña que le había destrozado la cara para que fuera su asistente, pero la tensión de las clases le causó mucho estrés, así que la maestra le recomendó que tomara más tiempo para recuperarse. Pero Elena jamás pudo avanzar al siguiente grado en la escuela.

      Con respecto a la iglesia, a Elena todavía le molestaba que Dios hubiera permitido lo que le había pasado, pero no se atrevía a contárselo. Ahora, además de sentirse abatida, se sentía culpable por sentirse abatida. Los demás miembros de iglesia le parecían personas “mucho más nobles y puras” que ella.

      Un día, llegó a la ciudad William Miller.

      La gente se aglomeraba para escucharlo. Elena recordaba haber oído sobre él cuatro años antes, y ahora ella y sus amigos se acercaron a escucharlo explicar lenta y metódicamente cómo la profecía bíblica señalaba hacia el tiempo que estaban viviendo. Elena estaba convencida de lo que él estaba predicando, pero aún tenía la autoestima muy baja. Se quedaba despierta toda la noche, rogándole a Dios que la salvara, aunque no creía que Dios pudiera hacerlo. Sin embargo, una noche, soñó que se encontraba con Jesús, que la recibía con amor y emoción.

      La madre de Elena le aconsejó que compartiera lo que estaba sintiendo con un predicador de Portland, el pastor Levi Stockman. Este, con los ojos llorosos, le dijo: “Elena, apenas eres una niña. Has tenido una experiencia muy singular para tu tierna edad. Jesús debe estar preparándote para una obra especial”. Conversó con ella un rato más y finalizó diciéndole: “Vuelve a tu hogar confiando en Jesús, quien jamás refrena su amor de los que lo buscan sinceramente”.

      El corazón de Elena se aceleró. Más adelante, escribió en su autobiografía: “Durante los pocos minutos que recibí consejos del pastor Stockman, aprendí más del amor y la compasión de Dios que lo que había aprendido de todos los sermones y exhortaciones que había escuchado en mi vida”. En una reunión de oración la misma noche que conversó con el pastor, Elena sintió que su depresión desaparecía y era reemplazada por la paz del cielo.

      Cuando William Miller regresó en 1842, Elena tenía catorce años. La gente respondió aún con más entusiasmo, pero las iglesias locales denunciaron a los “fanáticos”. De hecho, a la familia de Elena la expulsaron de su propia iglesia.

      Llovió y llovió y el agua subió

      “Le pesó haber hecho al hombre. Con mucho dolor dijo: ‘Voy a borrar de la tierra al hombre que he creado, y también a todos los animales domésticos, y a los que se arrastran, y a las aves. ¡Me pesa haberlos hecho!’ ” (Gén. 6:6, 7).

      Aunque con el paso del tiempo sus historias populares degeneraron en un sinfín de versiones, innumerables culturas antiguas registran la historia de una devastadora inundación global.

      Una antigua leyenda china habla de Nüwa, el reparador del mundo después de una gran inundación. Los sumerios de la antigua Mesopotamia creían que cuando los dioses decidieron destruir el mundo, Ziusudra rescató a los animales y las aves en un gran barco. El pueblo Hareskin de la actual Alaska creía que Kunyán (“el hombre sabio”) sabía que vendría una inundación, así que construyó una balsa para él y su familia. La gente se burló de él y dijo que simplemente treparían a los árboles, pero cuando la inundación vino, solo Kunyán y su familia sobrevivieron, junto con muchos animales y pájaros que rescataron mientras flotaban. Los tarascos del norte de México creían que Dios le pidió a un hombre que construyera una casa grande para almacenar animales y alimentos. Cuando llovió durante seis meses seguidos, la casa flotó de manera segura sobre las aguas, salvando a los animales y a todos los que habían ayudado a construirla. Cuando las aguas comenzaron a ceder, el hombre envió un cuervo y una paloma para verificar la situación. El pueblo yaqui de México creía que llovió durante catorce días, destruyendo toda la vida. Solo el noble Yaitowi y su familia sobrevivieron en la cima de una colina, junto con algunos animales en grupos de siete.

      La imagen que la Biblia nos presenta del mundo antediluviano (anterior al diluvio) es la de un lugar ricamente bendecido por recursos naturales y mucha belleza, pero donde sus habitantes lo malgastaban todo en sí mismos. Se olvidaron del Creador que lo hizo todo posible; confiaron en sí mismos y adoraron cualquier cosa que evocara su imaginación. Dios había confiado sus principios a los descendientes de Set, el hijo de Adán y Eva, pero su asociación con los egoístas descendientes de Caín también los corrompió. Solo unos pocos vivieron para honrar al Dios que hizo posible sus lujosas vidas.

       El Creador decidió revertir el acto de la creación a través de un diluvio, permitiendo que lloviera el tiempo suficiente como para hacer borrón y cuenta nueva. La naturaleza humana, sin embargo, no es algo que se puede borrar tan fácilmente.

      El zigzag espiritual

      “El camino de los justos es como la luz de un nuevo día: va en aumento hasta brillar en todo su esplendor” (Prov. 4:18).

      Cuando yo tenía dieciséis años, el director de Jóvenes nos pidió que representáramos nuestro viaje espiritual a través de una gráfica. Se suponía que debía ser un zigzag, no una línea recta hacia arriba. Yo no lo sabía (ni, en aquel entonces, lo entendía). He tenido la fortuna de contar con padres inteligentes que me han permitido crecer a mi propio ritmo. Al hacer la gráfica, me parecía que conocía a Jesús un poco mejor cada día y que no me había portado mal últimamente.

      Los años que he vivido desde entonces han tenido altos y bajos. El camino por el que Dios me ha llevado no es el que yo habría elegido. Cuanto más me acerco a Dios, más inescrutable se me hace. Cuando pareciera que me está llevando en una dirección, de repente todo cambia. A veces prepara una mesa delante de mí, pero no puedo comer de ella; o me esfuerzo intentando alcanzar ciertas metas, para terminar mirando de lejos el objetivo.

      Viene a mi mente esta cita de The World’s Last Night and Other Essays, de C. S. Lewis: “He visto muchas respuestas asombrosas a oraciones, que más de una vez me parecieron milagrosas. Pero por lo general, ocurren al principio, antes de la conversión, o poco después de ella. A medida que se avanza en la vida cristiana, esas respuestas tienden a ser más raras. En cambio las respuestas negativas no solo se vuelven más frecuentes, sino más enfáticas.

      “¿Significa esto que Dios abandona a sus siervos fieles? Bueno, el más grande de todos sus siervos dijo, cuando iba a morir en la cruz: ‘¿Por qué me has abandonado?’ Cuando Dios se hizo hombre, ese hombre fue el menos consolado por Dios en su mayor necesidad. Este es un misterio que, aunque pudiera, no tendría el coraje de investigar. Así que, cuando en contra de toda esperanza y probabilidad Dios contesta las oraciones de personas insignificantes como nosotros, es mejor no sacar conclusiones apresuradas para nuestro propio beneficio. Si fuéramos más fuertes, podríamos ser tratados de una manera menos considerada. Si fuéramos más valientes, podríamos ser enviados, con mucha menos ayuda, a defender posiciones más difíciles en la gran batalla” (pp. 10, 11).

      A pesar de lo que los televangelistas a veces puedan decir, la vida cristiana no siempre es un camino de rosas. A veces hay que recibir golpes. Pero la gracia siempre estará a nuestro alcance.

      Con una pequeña ayuda de mis amigos

      “Si uno de ellos cae, el otro lo levanta” (Ecl. 4:10).

      Alguien dijo que nadie puede vivir aislado en su propia isla, pero si yo tuviera que elegir una, sería Australia. Sé que técnicamente Australia es un continente, pero es que los canguros me llaman mucho la atención.

      A veces siento que mi vida espiritual se limita a mí y al Espíritu Santo, pero en realidad no es así. Muchos amigos y familiares me han ayudado a forjar mi espiritualidad a través de los años, por lo cual les estoy sumamente agradecido.

       ¿Quiénes

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