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así que me esforcé en encontrar la lonchera y el termo perfectos.

      Pero la búsqueda que llamó más mi atención fue la de mi compañera de clase, Elisa.

      Elisa se propuso personificar la moda, vistiendo algo nuevo todos los días. Probaba nuevos estilos diariamente y buscaba inspiración en Nueva York y Milán. ¿Quería ella encontrar el vestido retro más llamativo? ¿Pretendía lograr el atuendo perfecto? No. Su búsqueda consistía en poder vivir con lo menos posible. Quería ver de cuántas de sus lindas prendas podía prescindir. Elisa donó cuatro enormes bolsas llenas de sus tesoros a una tienda de ropa de segunda mano. El objetivo no era evitar estar a la moda o lucir anticuada; simplemente, se dio cuenta de que tenía “demasiado” cuando había otros que no tenían nada.

      “Pero esa no es una búsqueda”, dijo la maestra. De repente, veinticuatro quinceañeros indignados protestaron. Una manada de dragones no se habría mostrado más feroz. Habíamos crecido con Elisa, entendíamos su sacrificio y sabíamos de su motivación. Ella había entendido bien el verdadero significado de la búsqueda. No se trataba de encontrar algo extraordinario, sino de crecer.

      El joven rico estaba dispuesto a hacer lo que fuera en su búsqueda del reino de los cielos; cualquier cosa menos abandonar su seguridad. Cualquier cosa menos arriesgarse a perderlo todo.

      ¿Cuál es tu búsqueda?

      ¿Qué te impide crecer?

      LH

      Jesús ama a las actrices porno

      “Todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios” (Rom. 3:23).

      En 2006, Mike Foster y Craig Gross, dos pastores de California, directores de un ministerio al que llamaron “antipornografía”, mandaron a imprimir Biblias con la inscripción: “Jesús ama a las actrices porno” en la portada. El objetivo era regalarlas a los trabajadores de la industria del cine porno. La primera imprenta a la que contactaron les devolvió el dinero y rechazó el trabajo, afirmando que por mucho que apreciaban la intención de los pastores, la inscripción les parecía engañosa e inapropiada.

      El objetivo de Foster y Gross era alcanzar a un grupo de personas que de otra forma jamás pensarían en leer la Biblia. Pero ¿fue en realidad una mala idea? Sin duda el título podría malinterpretarse, pero lo mismo le pasó a Jesús: fue muy malinterpretado. Jesús enfrentó muchos problemas que la gente prefería ignorar. Llegó a muchas personas que la sociedad no tomaba en cuenta.

      Por lo general se representa gráficamente a Jesús en entornos agradables de la naturaleza; entre ovejas, leones y niños en campos de margaritas. Es la imagen que queremos de él. Nos gusta pensar que nuestro Dios se relaciona con niños y con los animalitos de su creación, pero no con personas “despreciables”. Un momento; olvidé mencionar que todos somos despreciables. No te creas el engaño de que hay niveles de pecado. Pecado es pecado. Ser “un poco pecador” es como decir que se está “un poco muerto”. Solo la gracia de Jesús puede sacarnos de esa situación, y su oferta sigue vigente para todos.

      La verdad es que sí, Jesús ama a los actores y las actrices porno. También te ama a ti con el mismo amor que trasciende todo. Los actores de la industria porno, los adictos, los asesinos e incluso los miembros de iglesia (no te sorprendas) tienen la misma oportunidad de llegar al cielo. Jesús nos ve por lo que podemos llegar a ser, no por lo que somos ahora mismo. Si Jesús te juzgara por tu estado actual, ni siquiera llegarías a ver el destello de la puerta del cielo, sino solo el frío abismo de la muerte eterna.

       La diferencia es que hoy puedes aceptar la gracia de un Dios que no te califica según tu desempeño. La gracia no tiene un espectro de calificaciones. Simplemente si la quieres, la recibes. Busca a alguien que pueda beneficiarse de esta verdad, independientemente de sus circunstancias de vida.

      BP

      La red subterránea

      “Yo, el Señor, […] quiero que seas señal de mi alianza con el pueblo. […] Quiero que […] saques a los presos de la cárcel, del calabozo donde viven en la oscuridad” (Isa. 42:6, 7).

      Johan Weidner creció viendo cómo se llevaban a su padre preso una y otra vez. Todo comenzó a principios de la década de 1920. Su padre era pastor adventista y, aunque mantenerse fuera de la cárcel se le habría hecho fácil, era para él una cuestión de principios. El gobierno suizo lo multaba repetidamente por negarse a pagar la multa por no enviar a Johan y a su hermana Gabrielle a la escuela los sábados. El pastor Weidner podía pagar la multa, pero estaba convencido de que los gobiernos no deben obligar a nadie a violar su conciencia, por lo que pagar la multa era reconocer que había cometido un delito.

      Johan estudió en Francia y en Suiza antes de abrir su negocio. Gabrielle estudió en Londres, donde aprendió idiomas, y después se mudó a París a trabajar para la Iglesia Adventista. Cuando los nazis invadieron Francia, el valeroso ejemplo de su padre los inspiró a lograr lo que hicieron después.

      Johan y Gabrielle se unieron a la Resistencia francesa para organizar una red subterránea entre Holanda y París con el propósito de salvar la vida de muchos perseguidos por los nazis. Una red de voluntarios ayudó a judíos, aviadores aliados derribados y otros, a escapar a un lugar seguro. Haciendo uso de pasaportes falsos, Johan se movilizó valientemente por toda la Europa ocupada. La Gestapo lo arrestó y torturó en 1943, pero él no dijo nada. Sin embargo, después de que otro miembro de la Resistencia lo revelara todo el 26 de febrero de 1944, la Gestapo arrestó a Gabrielle, la torturó y la envió a un campo de concentración. En febrero de 1945, el ejército soviético liberó el campo, pero su salud estaba muy quebrantada y murió en cuestión de días.

      La Gestapo arrestó a Johan nuevamente y lo envió a Alemania, pero él saltó del tren en marcha y huyó a Suiza. Después de la guerra, gobierno tras gobierno lo honró por haber salvado la vida de más de mil judíos y cien aviadores aliados.

      Para Johan y Gabrielle, hacer lo correcto no fue nada fácil. Pero eso era lo único que sus conciencias les permitían, gracias al ejemplo de un padre que valoraba hacer lo correcto más que su propia seguridad.

      Elena

      “Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efe. 2:10, NVI).

      Durante su niñez en la fría ciudad de Portland, Estados Unidos, Elena Harmon no soportaba el libro de texto de lectura de la escuela. El libro, de la década de 1830, presentaba a una niña también llamada Elena como protagonista: toda una (perfecta) angelita de la época victoriana. Con su blusita clásica de mangas abombadas y falda acampanada, este modelo imaginario de perfección se adaptaba al título de una de las lecciones: “La niña buena”.

      Como si esa no fuera suficiente propaganda escolar puritana, el libro buscaba atornillar en las mentes de los niños las virtudes cristianas. Como Elena lo describió más tarde, presentaba “biografías religiosas de niños que tenían numerosas virtudes y vivían vidas impecables”. Elena se desesperaba por tratar de asemejarse a esos modelos de perfección. “Jamás podré ser cristiana –se decía a sí misma–. No tengo la esperanza de ser como esos niños”.

      Una tarde, cuando tenía nueve años, Elena y su hermana Elizabeth regresaban a casa desde la escuela cuando una niña mayor corrió hacia ellas, furiosa. Las tres comenzaron a correr, pero cuando Elena se volvió para ver cuán lejos estaba la chica enojada, una piedra la golpeó en toda la cara. Perdió el conocimiento.

      Cuando volvió en sí, estaba en una tienda con la nariz sangrándole, el vestido empapado y un charco de sangre en el suelo. Un extraño se ofreció a llevarla a casa en su carruaje, pero ella no quería ensuciar su vehículo, así que se negó.

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