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del pa­q­ue­te y lo en­cen­dió con calma. Ahora tenía a Piddle en su te­rre­no, y Jenny lo sabía. Ya había sido tes­ti­go de esa misma po­lé­mi­ca en otras oca­s­io­nes.

      —L. Ron Hub­bard es­cri­bió cua­ren­ta libros sobre cien­c­io­lo­gía. Tam­bién nos dejó un vo­lu­men de die­ci­s­ie­te mil se­te­c­ien­tas pá­gi­nas sobre téc­ni­cas y pro­ce­sos te­ra­péu­ti­cos, y un vo­lu­men adi­c­io­nal de once mil ocho­c­ien­tas pá­gi­nas sobre cómo di­ri­gir una or­ga­ni­za­ción de cien­c­io­lo­gía. Im­par­tió más de cinco mil con­fe­ren­c­ias y tra­ba­jó más horas que un reloj du­ran­te tr­ein­ta años. ¿De verdad crees que una per­so­na que solo qui­s­ie­ra ha­cer­se rica in­ver­ti­ría tanto tiempo en un ne­go­c­io? ¡Ni si­q­u­ie­ra tuvo tiempo de dis­fru­tar del dinero, por el amor de Dios! Habría sido mucho más fácil vender el pro­duc­to de cual­q­u­ier otro.

      —Lo que tú digas —con­tes­tó Piddle—. Está claro que crees que es un genio, y ya veo que no eres el único que lo piensa. Pero yo solo quiero una prueba. Dame una evi­den­c­ia de que puedes aban­do­nar tu cuerpo y te se­g­ui­ré en cuerpo y alma.

      —Hay mu­chí­si­mas evi­den­c­ias —res­pon­dió Peter—. El Ins­ti­tu­to de In­ves­ti­ga­ción de Stan­ford, en Ca­li­for­n­ia, ha ana­li­za­do al­gu­nas ha­bi­li­da­des de los TO que pueden aban­do­nar su cuerpo. Un tipo, Ingo Swann, les de­mos­tró que era capaz de ver lo que ocu­rría en otros lu­ga­res, y dejó a los cien­tí­fi­cos com­ple­ta­men­te per­ple­jos. Las evi­den­c­ias se su­ce­den ex­pe­ri­men­to tras ex­pe­ri­men­to. El go­b­ier­no de Es­ta­dos Unidos está in­vir­t­ien­do mi­llo­nes de dó­la­res en in­ves­ti­ga­ción porque cree que los rusos nos llevan la de­lan­te­ra. Los the­ta­nes ope­ran­tes de Rusia han de­sa­rro­lla­do mé­to­dos para mo­di­fi­car bombas ató­mi­cas y mí­si­les a una gran dis­tan­c­ia.

      —Quiero ver los in­for­mes de esos ex­pe­ri­men­tos —dijo Piddle.

      Peter volvió a re­cli­nar­se en el sofá y soltó una bo­ca­na­da de humo como quien no quiere la cosa.

      —Son es­tu­d­ios con­fi­den­c­ia­les —dijo mien­tras apa­ga­ba el ci­ga­rri­llo—. ¿Y sabes qué? In­clu­so si esta misma noche pu­d­ie­ra mos­trar­te la in­for­ma­ción, estoy seguro de que no te ren­di­rí­as, porque ya has tomado tu de­ci­sión. No crees en ello y solo acep­tas lo que sos­t­ie­ne tu forma de ver las cosas. Es com­ple­ta­men­te na­tu­ral. A esto se le llama «sesgo de con­fir­ma­ción». No­so­tros, los cien­ció­lo­gos, res­pe­ta­mos la li­ber­tad de opi­nión. Tú puedes pensar como qu­ie­ras. A mí lo que me im­por­ta es que las cosas fun­c­io­nen y que la gente se sienta bien, que todo el mundo pueda crecer y evo­lu­c­io­nar hasta con­ver­tir­se en una per­so­na libre y li­bre­pen­sa­do­ra que al­can­ce su máximo po­ten­c­ial.

      Peter se quedó en si­len­c­io. Piddle lo miró. Una pe­q­ue­ña son­ri­sa ju­g­ue­te­a­ba en las co­mi­su­ras de sus labios.

      —Esta noche tu alma no va a ir a dar una vuelta, ¿verdad?

      Peter negó con la cabeza.

      —De ac­uer­do. Ya lo tengo claro. Gra­c­ias por el pi­co­teo, estaba rico. Es­pe­c­ial­men­te los que­si­tos de La vaca que ríe. —Se le­van­tó, giró sobre sus ta­lo­nes y salió del piso dando un por­ta­zo.

      —Piddle es el ejem­plo per­fec­to del lavado de ce­re­bro al que nos han so­me­ti­do du­ran­te los úl­ti­mos cin­c­uen­ta años —dijo Peter—. Está com­ple­ta­men­te en­ce­rra­do en su cuerpo, se­c­ues­tra­do por una men­ta­li­dad ma­te­r­ia­lis­ta. Me da pena. Es nues­tro deber in­ten­tar que estas per­so­nas eleven su estado de con­c­ien­c­ia. Te­ne­mos que en­se­ñar­les a ver su propia gran­de­za para que qu­ie­ran li­be­rar­se de la pri­sión en la que están cau­ti­vos. El futuro del pla­ne­ta está en juego. No po­de­mos ir por ahí ju­gan­do con nues­tras ha­bi­li­da­des. Te­ne­mos obli­ga­c­io­nes más im­por­tan­tes.

      Peter y Mikael se pa­sa­ron el resto de la noche dando lec­c­io­nes sobre las fuer­zas ma­lig­nas que se habían pro­p­ues­to boi­co­te­ar a la cien­c­io­lo­gía. Di­je­ron que esas fuer­zas ma­lig­nas lle­va­ban siglos la­ván­do­le el ce­re­bro a la hu­ma­ni­dad para que la gente se con­si­de­ra­ra a sí misma un trozo de carne, en lugar de lo que eran en re­a­li­dad: cr­ia­tu­ras de un nivel más ele­va­do. Peter sacó un libro que había sido pu­bli­ca­do dos años antes, Ope­ra­ción con­trol de mentes, que re­ve­la­ba cómo el go­b­ier­no de Es­ta­dos Unidos se había ser­vi­do de la hip­no­sis y las drogas para trans­for­mar a per­so­nas nor­ma­les en mer­ce­na­r­ios y espías.

      Ha­bla­ron de las cul­tu­ras al­ta­men­te de­sa­rro­lla­das que habían exis­ti­do mi­llo­nes de años atrás. De At­lan­tis, von Dä­ni­ken y Jo­nathan Li­vings­to­ne Se­a­gull, la ga­v­io­ta que no quiso ser como las otras ga­v­io­tas, que re­cha­zó la fe­li­ci­dad de li­mi­tar­se a pescar y seguir a la ban­da­da, que quería saber cuáles eran sus lí­mi­tes, cuán alto y cuán lejos podía volar. Al final de la noche, Jenny había ol­vi­da­do por com­ple­to que Pidde había estado allí.

      Se sentía como si es­tu­v­ie­ra dro­ga­da. Dro­ga­da de cien­c­io­lo­gía, de aq­ue­llas per­so­nas que que­rí­an hacer tanto bien y que es­ta­ban con­ven­ci­das de que Jenny había em­pe­za­do a uti­li­zar sus ha­bi­li­da­des ocul­tas. Todo aq­ue­llo había tocado algo muy pro­fun­do dentro de ella, un hilo del que hasta ahora no había sido cons­c­ien­te, que había hi­ber­na­do en su in­te­r­ior du­ran­te los die­ci­s­ie­te años que había durado su vida y que ahora em­pe­za­ba a vibrar. Un anhelo que había notado en alguna oca­sión, pero al que no había sido capaz de darle un nombre. Por pri­me­ra vez en su vida, se sentía exul­tan­te, col­ma­da de una ener­gía po­de­ro­sa que la hacía in­ven­ci­ble.

      Cuando Jenny y Stefan es­ta­ban a punto de irse, Peter salió al ves­tí­bu­lo.

      —¿Qué pen­sáis de lo que ha ocu­rri­do antes con Piddle? —les pre­gun­tó.

      Jenny no estaba segura de lo que debía decir. Stefan con­tes­tó:

      —Bueno, Piddle es un co­mu­nis­ta ena­je­na­do, así que no me ha sor­pren­di­do nada. Si te soy sin­ce­ro, no en­t­ien­do por qué lo has in­vi­ta­do, pero creo que po­drí­as ha­ber­le se­g­ui­do la co­rr­ien­te. Ahora da la im­pre­sión de que algo ha que­da­do in­con­clu­so, y eso me fas­ti­d­ia. Re­al­men­te me habría gus­ta­do verte ganar, aunque creo que en­t­ien­do tu pos­tu­ra.

      Peter sonrió.

      —He con­si­de­ra­do se­r­ia­men­te acep­tar su reto —dijo—. Pero por suerte me lo he pen­sa­do mejor. Usar mi ha­bi­li­dad de esta forma está es­tric­ta­men­te prohi­bi­do. Además, aunque lo hu­b­ie­ra hecho y hu­b­ie­ra pro­ba­do que fun­c­io­na, no creo que Piddle se hu­b­ie­ra ren­di­do. Es un buen chico que quiere hacer lo co­rrec­to, pero el co­mu­nis­mo es una ide­o­lo­gía en­ga­ño­sa que se aban­de­ra con la con­si­de­ra­ción por los demás para es­con­der lo que en re­a­li­dad pre­ten­de: la es­cla­vi­tud. No­so­tros que­re­mos eman­ci­par a la hu­ma­ni­dad, darle li­ber­tad es­pi­ri­t­ual y física, ase­gu­rar­nos de que la gente tiene la opor­tu­ni­dad de ex­plo­tar todo su po­ten­c­ial y de usar este po­ten­c­ial para hacer el bien.

      Jenny

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