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un poco de café —dijo Loman.

      —Ayer me em­bo­rra­ché —dijo Luke—. Desde el lunes me cuesta dormir.

      —Es com­pren­si­ble —dijo Loman mien­tras abría la car­pe­ta verde—. Es una his­to­r­ia muy triste.

      Luke no res­pon­dió. Anders Loman sacó un do­cu­men­to de la car­pe­ta y lo exa­mi­nó.

      —Luke Berg­mann —dijo—. Se mudó de Nueva York a Ag­da­torp, a las af­ue­ras de Karls­kro­na, en 1997. Gra­d­ua­do en Tra­ba­jo Social en 2004 con un título de la Uni­ver­si­dad de Jämshög. Asis­ten­te en el Centro de Re­ha­bi­li­ta­ción de Apelgår­den, en Lis­terby, desde 2004.

      —Acabo de em­pe­zar a tra­ba­jar en Eke­ku­llen, en Rödeby —dijo Luke—. La semana pasada.

      Loman lo anotó.

      —Una his­to­r­ia in­te­re­san­te —dijo, le­van­tan­do la mirada—. ¿Puede con­tar­me más sobre cómo ter­mi­nó en este agu­je­ro per­di­do de la mano de Dios?

      —No —dijo Luke—. No en­t­ien­do qué podría tener que ver con el caso.

      —Nada, en re­a­li­dad. Solo siento cu­r­io­si­dad. Me gusta Es­ta­dos Unidos. Viví en el sur de Washing­ton DC du­ran­te unos meses a fi­na­les de los no­ven­ta, cuando estuve en la Aca­de­m­ia In­ter­na­c­io­nal del FBI en Quan­ti­co. Fue la mejor época de mi vida.

      —¿Y cómo es que un po­li­cía de Karls­kro­na tiene unos es­tu­d­ios tan su­pe­r­io­res? —pre­gun­tó Luke.

      —Du­ran­te esa época tra­ba­ja­ba para los ser­vi­c­ios se­cre­tos en Es­to­col­mo —con­tes­tó Loman—. Pedí una beca de in­ves­ti­ga­ción, me la dieron y, como no tengo fa­mi­l­ia, vine aquí.

      Luke se man­tu­vo en si­len­c­io. Loman se aclaró la gar­gan­ta.

      —Bien, he leído lo que le dijo al sar­gen­to Lars­son el lunes —pro­si­g­uió, mien­tras cogía otro do­cu­men­to de la car­pe­ta verde—. ¿Quiere volver a leer su de­cla­ra­ción para com­pro­bar si sigue siendo co­rrec­ta? Si lo es, le agra­de­ce­ría que la fir­ma­ra al final de la última página.

      Le acercó el do­cu­men­to a Luke, que empezó a leer. Ter­mi­nó, firmó y se lo de­vol­vió a Anders Loman.

      —Es co­rrec­to.

      —Muy bien. Gra­c­ias. —Loman lo metió en la car­pe­ta verde.

      Luke sorbió el café.

      —¿Y qué se les ha ocu­rri­do?

      Anders Loman se apoyó en la silla y miró a Luke con sus claros ojos azules, que bri­lla­ban como dos arán­da­nos aún por ma­du­rar en con­tras­te con la tez morena.

      —¿Qué quiere decir?

      —Pues que qué se les ha ocu­rri­do en re­la­ción a lo que pudo pasar. ¿Cómo mu­r­ie­ron?

      Anders Loman se in­cli­nó hacia Luke. Apoyó los codos en la mesa y juntó sus finos dedos. Soltó un largo sus­pi­ro.

      —To­da­vía no te­ne­mos los re­sul­ta­dos de las au­top­s­ias, así que no po­de­mos estar se­gu­ros. Pero si quiere saber cuál es mi hi­pó­te­sis, se la diré con gusto.

      Luke asin­tió.

      —¿Se dio cuenta de que había un tarro con un polvo blanco al lado del or­de­na­dor del salón? —pre­gun­tó Loman.

      Luke volvió a asen­tir.

      —Se llama na­tr­ium phe­no­bar­bi­tal y se conoce co­mún­men­te como «fe­no­bar­bi­tal» —con­ti­nuó Loman—. Es un veneno que, en dosis muy pe­q­ue­ñas, solo es un som­ní­fe­ro. Pero un gramo es su­fi­c­ien­te para matar a una per­so­na. Ac­t­ual­men­te lo usan los ve­te­ri­na­r­ios para dormir a los ani­ma­les. Tam­bién lo em­ple­an en una co­no­ci­da clí­ni­ca de eu­ta­na­s­ia en Suiza. En el vaso que había al lado del tarro en­con­tra­mos polvo mez­cla­do con agua. Pro­ba­ble­men­te esa fue la causa de la muerte de Agnes Span­del. Hablé con los pa­ra­mé­di­cos que fueron al apar­ta­men­to y di­je­ron que había restos de polvo en la boca de la niña. De la causa de la muerte de su padre no es­ta­mos se­gu­ros. Pro­ba­ble­men­te murió por ahor­ca­m­ien­to, pero lo sa­bre­mos con cer­te­za en unos días, cuando el de­par­ta­men­to fo­ren­se de Lund nos mande el in­for­me de la au­top­s­ia.

      —¿Quiere decir que Viktor obligó a Agnes a tomar el veneno? —pre­gun­tó Luke.

      —No creo que ella lo tomara vo­lun­ta­r­ia­men­te —con­tes­tó Loman—. Se trata de una sus­tan­c­ia te­rri­ble­men­te amarga, y había una ta­ble­ta de cho­co­la­te medio em­pe­za­da al lado del vaso. Pro­ba­ble­men­te él le diera el cho­co­la­te cuando ella se bebió la mezcla. Agnes la de­rra­mó o es­cu­pió un poco. La po­li­cía cien­tí­fi­ca ha en­con­tra­do restos del lí­q­ui­do en el suelo.

      Luke negó con la cabeza. Loman lo miró, sor­pren­di­do.

      —¿Usted no cree que ocu­rr­ie­ra así?

      —Es que no lo en­t­ien­do —dijo Luke—. Me cuesta mu­chí­si­mo creer que Viktor pu­d­ie­ra hacer algo se­me­jan­te. ¿Es fácil en­con­trar ese veneno? ¿Puede com­prar­lo cual­q­u­ie­ra?

      —No en Suecia, a no ser que seas un ve­te­ri­na­r­io cer­ti­fi­ca­do —con­tes­tó Loman—. Mi teoría es que Viktor lo buscó por in­ter­net y lo compró en una página ex­tran­je­ra.

      Luke se quedó en si­len­c­io un mo­men­to.

      —¿Cuándo murió Viktor? —pre­gun­tó.

      —Esto tam­po­co lo sa­be­mos to­da­vía —con­tes­tó Loman—. Pero nues­tro fo­ren­se hizo una es­ti­ma­ción pre­li­mi­nar de la hora de la muerte al­re­de­dor de las ocho y media de la tarde del lunes. La niña murió des­pués, como ya sabe. Usted estaba en el piso en ese mo­men­to.

      —Media hora antes de que yo lla­ma­ra al timbre —dijo Luke.

      Loman asin­tió.

      —Usted lo co­no­cía bien, según tengo en­ten­di­do —dijo Loman—. ¿Tiene idea de por qué haría algo tan drás­ti­co?

      —Es to­tal­men­te in­com­pren­si­ble. Lo vi el sábado y estaba de muy buen humor, como siem­pre. Se en­con­tra­ba bien.

      Loman re­vol­vió los pa­pe­les.

      —Por lo que nos han dicho, Viktor Span­del había su­fri­do al­gu­nos epi­so­d­ios de­pre­si­vos re­c­ien­te­men­te. El último fue cuando su mujer lo dejó en… —Loman cogió un do­cu­men­to y leyó—: 2001, hace tres años. —Volvió a le­van­tar la vista—. Quizás esto lo ex­pli­ca todo. Puede que vol­v­ie­ra a estar de­pri­mi­do y de­ci­d­ie­ra qui­tar­se la vida y ven­gar­se de su ex­mu­jer lle­ván­do­se a la niña con él. No sería la pri­me­ra vez que ocurre algo así.

      Sus ojos azules se cla­va­ron en Luke. Él se re­cli­nó en la silla e in­ten­tó di­ge­rir lo que aca­ba­ba de oír. ¿Ven­gar­se de The­re­se? ¿Podía ser esa la causa? Viktor se había que­da­do hecho polvo des­pués de que ella lo dejara, pero era im­po­si­ble que lle­ga­ra hasta el punto de matar a Agnes. Viktor no. No era una per­so­na amar­ga­da ni ven­ga­ti­va. Y, por encima de todo, nunca ma­ta­ría a su propia hija.

      —Es

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