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el arte gótico —el estilo por excelencia de buena parte de las catedrales— al arte real en tanto en cuanto los reyes fueron artífices de muchas de las obras religiosas de la época gracias a su financiación, llegando a producir más obras religiosas que profanas. El poder real, al igual que el episcopal, vio en la construcción de las catedrales una forma de celebrar su poder. Si para el burgués la catedral era el triunfo de la ciudad, de la fortuna, del lugar donde se asociaban y desarrollaban gremios, para el monarca era la reafirmación de su poder temporal y su aura religiosa.

      El abad, orgulloso de su obra, la describió en dos tratados que pueden dar luz sobre las intenciones para comprender que el monumento real se concibió como una síntesis de todas las innovaciones estéticas que había admirado poco tiempo antes, cuando visitó las nuevas construcciones monásticas en su viaje por la Galia. Suger concibió el monumento sobre todo como una obra teológica. Naturalmente esta teología se fundó en los escritos del patrono de la abadía, san Dionisio, es decir, Dionisio el Areopagita.

      Podemos, por tanto, concluir, que las catedrales y, consecuentemente Notre Dame, son producto de aspectos económicos, sociales, políticos y religiosos que quedaron recogidos estética y técnicamente en un estilo singular que fue el gótico. Es más, podríamos añadir que dicho estilo es la plasmación de una serie de factores que el hombre de los inicios de la Baja Edad Media proyectó en una estética profundamente simbólica y llena de significado que fue posible llevar a cabo gracias a los avances técnicos que gradualmente fueron incorporándose:

      Lo que llamamos arte tiene como única función hacer visible la estructura armónica del mundo, disponer en el sitio que corresponde un cierto número de signos. El arte fija, el arte traspone en formas simples, para que aquellos que están en el primer grado de iniciación puedan percibir los frutos de la vida contemplativa. El arte es un discurso sobre Dios como la liturgia y la música. Al igual que ellas, el arte se esfuerza por eliminar lo inútil, despejar el terreno, abstraer los valores profundos disimulados tras el tupido cuerpo de la naturaleza y de la Sagrada Escritura (Duby, 1993, p. 85).

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