Скачать книгу

son fácilmente explicables si nos situamos en el contexto histórico-social de la Francia del siglo XIX, donde el anticlericalismo revolucionario y el laicismo napoleónico habían sido superados con el retorno a los valores políticos y religiosos más conservadores del Antiguo Régimen en la época de la Restauración de Luis XVIII y que, aunque ya superados en la época de Le-Duc, no habían sido olvidados. De hecho, Chateaubriand, en El genio del cristianismo, había puesto en valor no solo la religión cristiana, sino sus manifestaciones artísticas y litúrgicas llenas de belleza y entre las que el autor destacaba las catedrales románicas y góticas. Por su parte, Víctor Hugo, en su novela Nôtre-Dame de París, dedicaba un capítulo íntegro a describir la catedral, su estilo, lo que representaba el valor que todo esto tenía.

      Si a esto añadimos la aparición de la conciencia histórica y la puesta en valor de los edificios y del patrimonio histórico —en Francia concretamente gracias a la Comisión de Monumentos Históricos de la que Lassus y Le-Duc formaron parte—-se entiende que Notre Dame no fuera cuestionada ni en su valor artístico ni en su estilo ni en el uso para el que estaba destinada.

      ¿Qué criterios primaron en Lassus y Viollet-le-Duc para la restauración de Notre Dame? La respuesta está clara: el criterio estético de fidelidad a un estilo y el pragmatismo y racionalismo técnico. Posiblemente, si nos hubiéramos encontrado en Inglaterra y ante Pugin o Ruskin, el peso teológico y antropológico hubiera impregnado toda la actuación de los arquitectos y el resultado hubiera sido una restauración basada en la fidelidad al modelo original en tanto en cuanto la catedral —construida en los siglo XII-XIV— respondía a una concepción estética donde lo social, político y espiritual iban de la mano en un estilo artístico profundamente simbólico evidenciado bajo unas soluciones estéticas y técnicas. Era el estilo que correspondía a un Dios que pasaba a ocupar una imagen más mesurada en una sociedad emergente. Para Pugin y Ruskin, las catedrales recogían en sí una serie de valores intrínsecos a los que la sociedad victoriana debía volver la vista para regenerarse. Solo una sociedad basada en valores cristianos sería capaz de generar un arte de la categoría del gótico.

      El gótico francés bajo el que se realizó Notre Dame era el que correspondía a los grandes reyes y obispos de Francia, a los burgueses que empezaban a enriquecerse con el desarrollo urbano y comercial y que debían hacerse perdonar el pecado de avaricia —prevaleció el pragmatismo de una arquitectura que acababa de abrirse a una nueva realidad—. Era la arquitectura que incorporaba los nuevos materiales —producto de la Revolución industrial— de una forma generalizada: el hierro y el plomo, junto con las soluciones técnicas que ofrecían; y una «nueva» estética cuyo valor se encontraba en la respuesta que era capaz de ofrecer a la idiosincrasia de un país como era la Francia de la segunda mitad del siglo XIX. Asimismo, el valor de lo puramente «histórico» —casi recién «descubierto» en este momento gracias a la relativamente nueva disciplina de la arqueología— pesó también en los criterios de restauración de Viollet, pero desde el ámbito de lo puramente científico.

      La incorporación de la aguja de plomo a Notre Dame como símbolo de las posibilidades que ofrecían los nuevos materiales y como sello de la nueva restauración o la reconstrucción de la Galería de Reyes de la fachada occidental a imagen y semejanza de las existentes en otras catedrales francesas de la misma época pero no a imagen y semejanza de la existente en la propia Notre Dame, estuvo muy alejada de cualquier valor espiritual o teológico, como hubiera correspondido al edificio religioso más importante de la ciudad de París. Y es significativo que las críticas no fueran pocas. Sin embargo, hoy los más preocupados por la ortodoxia querrían recuperar ese aspecto de Notre Dame que en su día fue tan denostado, pensando que eso mantendría su espíritu «original».

      Nos enfrentamos hoy a una situación similar: la necesidad de restaurar un edificio dañado y la necesidad de marcar unos criterios a seguir. ¿Nos seguimos encontrando ante una catedral en el sentido más amplio de la palabra? Obviamente, Notre Dame sigue siendo la catedral o sede episcopal de París, por tanto, mantiene su condición de edificio institucional religioso, además, lógicamente, de seguir acogiendo el culto católico. Así está registrado y así se presenta ante la sociedad en uno de los medios de mayor visibilidad de nuestros días: internet. Su página web muestra como primera sección la de la «espiritualidad». Y allí destaca el valor religioso frente artístico a través de un claro texto explicativo que a ello hace referencia:

      La gente que visita estos templos, en su inmensa mayoría, ya no es ya capaz de reconocer los mensajes catequéticos presentes en este edificio y el arte que lo decora (y probablemente ya nunca más lo será porque era un lenguaje medieval para gente de ese tiempo). Por ese motivo, lo que admita restauración parece razonable reponerlo por su valor artístico e histórico, pero ¿y lo que no pueda ser restaurado? ¿Tiene sentido replicarlo, aunque el original haya desaparecido? ¿Mantiene su valor? ¿Volveríamos a pintar Las Meninas si se hubieran quemado por completo en un incendio para exhibirlas en el Museo del Prado como réplica?

      ¿Ha de rehabilitarse, por tanto, con métodos y materiales de nuestro tiempo? ¡Por supuesto! ¿De qué otra forma, si no? La piedra «también» es material de nuestro tiempo, pero no se colocará con los mismos medios (como está ocurriendo en la Sagrada Familia de Barcelona), y no solo se trabajará con piedra, del mismo modo que no se iluminará el interior con velas ni se avisará a la oración con campanas, como ocurría cuando se empezó Notre Dame. Habrá de citar a los mejores artistas del momento, como se ha hecho en la construcción de cada templo a lo largo de la historia. Y deberá hacerse sin miedo. Nunca se ha llamado a un copista a imitar el pasado cuando el desafío era hacer un templo señero y referente. Otra cosa es restaurar aquello que merezca y pueda ser recuperado por su valor histórico irremplazable.

Скачать книгу